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El miedo no termina con el rescate: “¿Si vamos a España, nos devolverán a Libia?”

Algunos de los migrantes rescatados por Open Arms este sábado en el Mediterráneo. Kisley, Judith y Zatadina, en el centro.

Gabriela Sánchez

Open Arms —

La primera vez que sus ojos se pararon en los míos estaban llenos de lágrimas. Su respiración, acelerada. Suplicaba no volver a Libia en medio del Mediterráneo mientras observaba temerosa una patrullera aproximarse a gran velocidad hacia quienes ya eran sus rescatadores. Estaba a salvo, pero aún se detenía en los colores de la bandera española que coronaban la zodiak del Open Arms. La de Zatadina era una mirada de desconfianza. 

A última hora de la noche, descansaba tumbada entre las mantas esparcidas por la popa del Open Arms. Su respiración ya no corría. Mostraba entre risas a su compañera de viaje fotos en las que, decía, se reconocía. Por su teléfono móvil pasaban imágenes de una mujer vestida de novia, un posado con gafas de sol, un helado en una cafetería. Era ella, tres años antes. Era ella, antes de llegar a Libia. 

Era una versión de ella que ahora no encuentra en el espejo, confiesa. Su pérdida de peso es visible. “Esa era yo. Esa soy realmente yo. Libia me ha hecho esto”, dice Zatadina, después de haber pasado por cuatro cautiverios distintos durante sus años en el país de tránsito al que la Unión Europea busca devolver a todo el que sea interceptado en aguas internacionales. Algunas marcas y moratones en su cuerpo dan cuenta de la violencia sufrida durante sus encierros.

Zatadina busca la música que guarda en su móvil. Ahora ya no llora. Canta y baila en la zona destinada a las cinco mujeres del total de 59 personas rescatadas por el Open Arms, después de saber que el Gobierno español había aceptado su llegada al puerto de Barcelona

“Ahora estoy contenta. Tengo que olvidar Libia. Ya es el pasado”, se repetía a sí misma la mujer eritrea, de 20 años. Cuando este es el mensaje que prima en su relato, levanta los brazos, sonríe, imagina su nueva vida. Pero otro pensamiento, aquel que acaparaba su rostro y entorpecía su respiración a las 8 de la mañana, no ha desaparecido.

–¿Si vamos a España y el Gobierno nos dice que no podemos entrar, nos devolverán a Libia? 

–No, de verdad, tranquila. A Libia ya no te pueden devolver.

Las preguntas lanzadas por Zatadina y otros compañeros de viaje desde su inestable balsa, repleta de gente, antes de ser rescatados sonaban de nuevo mientras la joven eritrea intentaba descansar en el Open Arms, ya lejos de las autoridades  libias.

Ellas, las mujeres rescatadas por la tripulación de la ONG, corrieron inquietas una vez regresaron los equipos de rescate del Open Arms tras un nuevo aviso de una barca en riesgo emitido por la supuesta guardia costera libia. “¿Dónde están? ¿Los han capturado los libios?”, preguntaban algunas angustiadas, después de casi tres horas de rastreo de los socorristas. No fueron encontradas, aunque se desconoce si esa embarcación había sido detectada realmente o se trataba de una alerta errónea. 

Cuando la cabeza de Zatadina volvía a Libia, asoma el fantasma de las preocupaciones. 

–Si España rechaza el asilo, ¿podremos ser devueltas a Libia? ¿Todos?

A Libia escapó de las vulneraciones de derechos humanos sufridos en su país, Eritrea, donde las detenciones arbitrarias y la tortura ejercidas por el régimen han sido documentadas por numerosas organizaciones de Derechos Humanos. Allí murieron sus padres debido a “los problemas” que forzaron a huir a Zatadina. 

Las circunstancias obligaron a la familia eritrea a quedarse en el país de tránsito más de la cuenta. 

“Allí nos encerraban. Me han puesto pistolas en la cabeza cambiando mi vida por dinero. Me han pegado, me han gritado ‘puta’”, recuerda Zatadina, quien enseña los moratones de sus brazos y una marca en uno de sus pies que asegura ser fruto de su paso por Libia. 

“Por eso lloraba cuando nos encontrasteis. Al principio pensaba que erais libios, luego me fijé en la bandera. No era roja, verde y negra... Pero tenía miedo porque vi acercarse una patrullera”, explica la mujer después de tomar una ducha y sentirse cómoda. “En ese momento pensaba en las otras tres veces que me devolvieron a Libia. Nos metían en calabozos. Los policías libios que nos recogen nos maltratan”, relata la mujer mientras cruza sus brazos para simbolizar que sus meses de encierros.

Cuando Hussein aún se encontraba en una patera en el Mediterránao, no mantenía la misma calma que ahora transmite sentado en el Open Arms , pendiente de cualquier movimiento de su caña de pescar, preparada en el fondo de la embarcación. 

En el momento en que los socorristas de Open Arms se acercaron a su barca en riesgo este sábado, aunque tranquilo, se levantó en más de una ocasión. Quería llegar cuanto antes a la zodiak española. “Se acercaba la patrullera libia”, recuerda el hombre sirio, de 58 años.

Ahora sabemos en lo que pensaba Hussein cuando trataba de dejar atrás apresurado la balsa en la que viajaba rumbo a Europa. En las dos personas a la que citó nada más pisar el buque de rescate: sus hijos, de 24 y 26 años, que viven en Alemania. En las mismas por las que trata de buscar un teléfono para comunicarse con ellos. Quiere decirles que ya está más cerca. El pescador sirio de sonrisa amable busca reunirse con ellos. 

Mientras, Judith coloca un fajo de papeles húmedos en el suelo y empieza a rebuscar. “Son todos los números de teléfono de mis amigos y familiares”, explica la mujer de República Centroafricana. Ella fue la segunda persona europea en acceder a la zodiak de Open Arms.  El primero fue su niño, Kisley, de 9 años. Caminaba ligero por la lancha de sus rescatadores. Con la misma soltura con la que se mueve ahora de un lado a otro por el barco de Open Arms. Nada más llegar al buque español, subió al puente a saludar con quien acababa de darles la bienvenida a través de la megafonía. Quería ver al capitán. 

Judith se introdujo en la barca de rescate justo después de hacerlo su hijo. Desde la neumática en peligro, la mujer centroafricana rogaba lo mismo que tantos. No ser devuelta a Libia junto al niño, que tan solo miraba hacia la tripulación de la ONG sin saber si era bueno o malo lo que estaba ocurriendo. Ahora están a salvo. 

Huyeron de República Centroafricana en 2013 por razones religiosas. Después de pasar años en Chad, llegaron a Libia. Son cristianos y aseguran haber sido perseguidos por ello. “Ayer murieron 100 personas y hoy nos habéis encontrado vosotros. Ha sido un milagro. Yo recé, recé mucho”, decía Judith, ya feliz, junto a su familia. Mientras, el pequeño Kisley habla con uno y con otro, hace de intérprete a sus compañeros y cuenta a la tripulación que prefiere el Barça al Real Madrid.

En general, en las primeras palabras de los recién rescatados por el Open Arms se entrecruza la alegría y la tranquilidad de estar a salvo con los dolorosos recuerdos del viaje y la desconfianza intrínseca a su etapa en Libia. El miedo a regresar a un país al que la Unión Europea se esfuerza en devolverlos si son interceptados durante su huida. 

Pero eso sí se acabó. Ahora se dirigen a Barcelona a bordo del Open Arms. 

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