Laura (nombre ficticio), de Honduras, intentaba cruzar México por cuarta vez. “Esta vez, vine con mi vecina y nos secuestró un grupo de delincuentes. La Policía Federal era su cómplice”, asegura en una entrevista con MSF. “Fuimos entregadas a miembros de la banda. Me violaron, me pusieron un cuchillo en el cuello y no me resistí. Me avergüenza decirlo, pero creo que habría sido mejor que me hubieran matado”.
Que este sea el cuarto intento de Laura, que no desista ante los constantes abusos sufridos durante el camino migratorio, evidencia la gravedad de la situación de la que huye. Cada año entran en México cerca de 500.000 personas procedentes en su mayoría de Honduras, El Salvador y Guatemala para escapar de la pobreza y la violencia, según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
Los datos recabados por la organización humanitaria revelan que la violencia es lo que impulsa a huir a los migrantes que atraviesan la ruta centroamericana con la intención de llegar a México o EEUU, pero también lo que marca el mismo camino. Un 92% de las personas encuestadas por MSF admitió haber experimentado un “evento violento” en su país de origen o mientras migraban a Estados Unidos en 2015 y 2016.
“La violencia experimentada por la población del Triángulo Norte centroamericano no es diferente de la que se vive en un país en guerra”, apunta la organización. Según se desprende del estudio, la mitad de las personas entrevistadas había abandonado su país por razones relacionadas con la violencia. Un tercio de quienes entraron en México había sufrido “actos de violencia física”. El 43% de los entrevistados había perdido a algún familiar en un incidente violento y las amenazas llevaron a huir a casi la mitad, el 48%.
Los datos se elevan en el caso de los salvadoreños: el 54% sufrió chantaje o extorsión antes de huir, el 70% solía escuchar disparos en su barrio y el 79% había sido testigo de un homicidio o había visto algún cadáver de alguien asesinado.
“Tenía un taller. Las bandas querían que les pagara la protección pero me negué y entonces quisieron matarme. Primero me amenazaron: me dijeron que, si no pagaba, se cobrarían de mi sangre y la de mis hijos”, relata a MSF Carlos (nombre ficticio), un hombre hondureño de unos 30 años. Cuenta que le dispararon “tres veces” a la cabeza y estuvo dos meses en coma. “Desde entonces mi cara está paralizada, no puedo hablar bien, no puedo comer. No puedo mover los dedos de esta mano. Pero lo que más me duele es no poder vivir en mi país, es tener miedo todos los días de que me maten o les hagan algo a mi mujer o a mis hijos”.
Desde las unidades móviles con las que Médicos Sin Fronteras asiste a la población migrante en tránsito por diferentes puntos de su ruta, Carmen Rodríguez, responsable del Área de Salud Mental, es testigo de los estragos psicológicos.
“Nos encontramos a una población con unos mecanismos de afrontamiento impresionantes, que siguen para delante, toman decisiones a pesar de sus grandes secuelas emocionales y físicas”, describe Rodríguez. “Acarrean los efectos de una fuerte violencia en su país y, a pocos kilómetros de la frontera con Guatemala, empiezan a ser testigo de nuevo de nuevas violencias”.
La violencia no acaba con la huida, de acuerdo con los resultados de la investigación. El 68% de los migrantes y refugiados que viajaban a Estados Unidos confesaron haber sido víctimas de la violencia durante la ruta por México. Un 44% dijo haber sido golpeado y un 40% fue empujado o estrangulado. “La repetida exposición a este tipo de actos es una realidad cotidiana en esta ruta migratoria”, critica MSF.
Esta nueva situación suele pedir una nueva capacidad de adaptación de estas personas que, en ocasiones, después de todo lo sufrido, sienten que son capaces de asumir. Es entonces, cuando la ansiedad, la depresión o incluso los síntomas de estrés postraumático se refuerzan.
El 31% de las encuestadas sufrió violencia sexual
“El proceso migratorio es, en sí mismo, un proceso de pérdida. Si ya es un proceso de duelo en condiciones normales, cuando agregamos estas situaciones de violencia se complica. Sus mecanismos de defensa vuelve a pedir que se adapten, pero no pueden. Entonces, encontramos personas que sufren excesivo llanto, pérdida de ganas, que llegan al albergue y no quieren ni levantarse de la cama... Eso es incompatible conseguir para delante, con el propio proceso migratorio que viven”, desarrolla la responsable del Área de Salud Mental.
“Sin embargo, la mayoría de la gente consigue salir adelante. Avanzan y encuentran la forma de continuar, a pesar de las secuelas”, enfatiza Rodríguez.
En el viaje, las mujeres son forzadas a tener relaciones sexuales no deseadas o a acceder a relaciones a cambio de cobijo, protección o dinero. Cerca de un tercio –un 31%– de las mujeres que aceptaron responder a esta pregunta había sufrido abusos sexuales. Un 10% había sido víctima de violaciones y otras vejaciones, como ser obligadas a desnudarse.
Sus agresores fueron “miembros de bandas y organizaciones criminales, así como agentes de las fuerzas de seguridad mexicanas, [que son] responsables de su protección”, precisa la ONG. Se trata de un tipo de violencia que tiene “un impacto muy fuerte” tanto en el “bienestar psicológico” de las personas migrantes, como en su “capacidad de pedir ayuda”.
El estudio muestra que los efectos psicológicos detectados se representan en un mayor porcentaje en el caso de las mujeres. “Vienen de unas sociedades donde sufrían una vulnerabilidad añadida por ser mujeres, porque hay una alta incidencia de violencia intrafamiliar, que hace que tenga una doble exposición. Suelen ser víctimas de violencia sexual: llegan muy machacadas, muy deterioradas”, argumenta Rodríguez.
Aun así, continúan. “Tienen momentos de debilidades y ahí estamos para apoyarlas. Son mujeres muy fuertes que han vivido experiencias verdaderamente terribles. Siguen su camino, pero el sufrimiento y la brutalidad de las agresiones ahí están”.
Las “barreras” a la atención médica
La organización humanitaria denuncia también los obstáculos con los que se topan los migrantes y refugiados centroamericanos para acceder a la asistencia médica en México. “En todo el país, las estructuras sanitarias carecen de reglamentos claros y estandarizados sobre la atención a este colectivo”, sostiene.
El 59% de los que fueron víctimas de violencia, según el estudio, no solicitó atención médica debido, “a cuestiones de seguridad, al temor a represalias o al miedo a ser deportados”. Las dificultades también se extrapolan al acceso a la atención psicológica. El “miedo a sufrir estigma o a ser censurados” por el personal sanitario, el desconocimiento de que requieren atención y “de que tienen derecho a recibirla” o “el temor a agravar el riesgo de ser abandonados o sufrir más abusos”, provocan, según MSF, que “solo una mínima parte de las víctimas de violencia sexual” recurran a un centro de salud para pedir ayuda.
Cuando el asilo es rechazado
Después de todo el camino, de todos estos abusos y constante esfuerzo por superar el dolor acumulado, en la mayoría de casos, tanto EEUU como México optan por no garantizar su protección. Según MSF, los niveles de violencia que afectan a la población centroamericana contrastan, a juicio de MSF, con las “pocas” concesiones de asilo en Estados Unidos y México.
En 2016, México otorgó el asilo a menos de 4.000 personas de El Salvador, Honduras y Guatemala mientras que expulsó a 141.990 personas de estos tres países, según recoge el informe de MSF. Los datos de Acnur apuntan que la situación en EEUU no es más alentadora. De las 98.923 personas del Triángulo Norte de Centroamérica que presentaron una solicitud de asilo hasta finales de 2015, las peticiones aceptadas han sido 9.401 desde 2011.
Cuando chocan con la negativa “reaccionan con mucho dolor, una frustración enorme”, relata Rodríguez. Y por ello, añade, sus equipos a veces se reencuentran con caras conocidas. “Muchos de los deportados vuelven a intentarlo. Nos encontramos a gente que es su tercera vez, cuarta vez, quinta vez… Su determinación de llegar es clara”.