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“¿Hay alguien en España que pueda enviarme una pierna ortopédica?”

Las minas antipersona explotan el éxodo por el Estado Islámico  / foto (archivo): Lluís Miquel Hurtado

Lluís Miquel Hurtado

“¿Hay alguien en España que pueda enviarme una pierna ortopédica?”, suplica trémula Cemile, de 35 años y tendida en un colchón en el suelo de una enfermería improvisada en el pueblo fronterizo de Suruç. Su huida de Kobani a la desesperada, vadeando la verja que separa esa localidad kurdo-siria con Turquía, le costó un muñón en la pierna izquierda.

Kobani está, desde hace tres meses, asediada por el ISIS. Los yihadistas acechan por este, oeste y sur. Al norte, la puerta fronteriza sellada a la entrada de armas y voluntarias kurdo turcos, el alambrado de espino y un cinturón de minas conforman lo que los kurdos llaman “el cuarto frente”.

Human Rights Watch cuenta al menos tres muertos y nueve heridos por las minas desde el inicio del sitio. La mayoría de víctimas son niños. La hija de Cemile, siete años, se quemó la cara al explotar la mina que hirió a su madre. Mohamed Jalil e Idris Jalo, ambos jóvenes de la aldea de Tel Shair, murieron mientras cruzaban a Turqía.

En el corredor de Tel Shair, extendido de oeste a norte de la plaza sitiada, se han registrado hasta 70 explosiones de minas entre el 15 de septiembre pasado y el 15 de noviembre. No siempre provocaron víctimas, pero podrían haber más: en esa misma zona aguardan unos 2.000 civiles, junto a sus vehículos e únicas posesiones, porque Turquía no les ha permitido introducirlos en su suelo.

Las minas antipersona persiguen, en un conflicto bélico, causar el número máximo de bajas en el enemigo para dañar su aparato logístico. En especial cuando, en vez de matar, incapacitan a quien las pisa, pues saturan los servicios sanitarios en la retaguardia. Importa poco que sean objetivos civiles o militares. Por eso África y los Balcanes siguen repletos de ellas. La Campaña para la Prohibición de las Minas Antipersona informa de que 2013 hubo 2.403 bajas civiles en todo el mundo por minas antipersona, un 7% más que en 2012. La mitad de ellas fueron niños.

Estos artefactos son unos viejos conocidos de los kurdos, población que habita a banda y banda de las divisorias de Oriente Medio desde hace tantos siglos que hasta comparte lazos familiares. En la década de los cincuenta del siglo pasado, alegando la necesidad “evitar los cruces ilegales”, Turquía enterró 615.419 minas a lo largo de sus 911 kilómetros de frontera con Siria.

La turco-siria es la franja más minada por las fuerzas de seguridad de Ankara. Pero a día de hoy 194.033 minas separan Irán de Turquía – o Rojhelat de Bakur Kurdistan, en términos políticos kurdos – y 68.896 explosivos por presión permanecen en 384 kilómetros de alambre con ‘Başûr Kurdistan’ o Irak.

En 1984 la guerrilla kurdo turca Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) emprende su lucha armada. El enfrentamiento –los milicianos se basan en Irak para atacar- sirvió de excusa para que, a pesar de asumir en 2004 las exigencias de la Convención de Ottawa de acabar con las minas antipersona, hoy sólo se haya limpiado el 1% de las minas.

El plazo para acabar con las zonas minadas acababa este 2014. Turquía ha logrado una prórroga hasta 2022 con la excusa de que la falta de coordinación, problemas meteorológicos y amenazas para la seguridad nacional complican las tareas de retirada de artefactos.

El PKK, por su parte, se comprometió con la organización humanitaria Appel de Genève a dejar de usar minas antipersona y erradicarla de sus arsenales en 2006. En el año siguiente, según anuncia el ente en su web, eliminaron 770 minas antipersona y 2.500 artefactos explosivos. No hay datos acerca de en qué zonas podrían quedar minas antipersona del PKK colocadas. Hasta marzo de 2013, cuando anunció un alto al fuego para negociar la paz con Turquía, la guerrilla atentó con minas activadas por control remoto.

Mientras tanto el contador de víctimas sigue subiendo. Los de Kobani fueron los últimos de un recuento de más de 168 bajas civiles – 56 de ellos muertos - sólo entre 2004 y 2012 según cifras oficiales turcas. El supervisor de la Campaña para la Prohibición de las Minas Antipersona pone en cuestión las cifras turcas y eleva a 377 el número de bajas.

Datos del supervisor señalan que 1.269 personas, la mayoría soldados turcos, murieron entre 1984 y 2010 por minas activadas por presión, por control remoto u otros explosivos. Según la Fundación Turca para los Derechos Humanos (TIHV) 128 menores murieron entre 1999 y 2011 por minas antipersona. Son casos como el de Behzat Özer, publicado en Eldiario.es.

Quienes huyen de Siria también han sufrido las minas puestas en los límites fronterizos por el régimen de Bashar Asad. Human Rights Watch también denunció por ello en 2012 a Damasco, que al no ser firmante de la Convención de Ottawa se desconoce cuántos explosivos ha desperdigado. Tampoco hay datos claros de cuántas víctimas han dejado.

Este medio entrevistó hace dos años a Ahmed –nombre ficticio-, un opositor veinteañero en suelo turco, que relataba artimañas para atravesar campos que suponían minados. “Algunos sirios usaron animales domésticos, los cuales hacían caminar justo frente a ellos. Algunos campesinos llegaron a perder todas su vacas por el estallido de minas”.

Con el tiempo, dice Ahmed, perfeccionaron las técnicas. “Se esturreaba por el suelo un tipo de queso sirio, muy oloroso, y se esperaba a que jabalíes u otros animales salvajes acudiesen atraídos por él. Si no morían, se podía pasar”. Por último, asegura, se instalaron grandes bolas de metal negra frente a tractores, los cuales se hacían pasar por el minado.

Para los kurdos, la instalación de aquel amasijo de alambres hace un puñado de décadas supuso un agravante. “Al no poder cruzarlo de forma legal para visitar a sus familias porque se les exige documentación oficial de los que suelen carecer”, enfatiza Nihayet, miembro del Consejo Femenino de Suruç “al final acaban caminando por campos de minas hasta dar con un agujero en la valla”.

Aunque también hay terrenos minados alrededor de cuarteles policiales y en la tensa frontera con Armenia, los kurdos siguen viendo la colocación de minas como parte de una guerra no sólo contra el PKK, sino contra toda su población. Nihayet, se reafirma al concluir: “Las minas son un arma para separar social, económica y culturalmente a los kurdos”.

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