La mitad de los supervivientes del derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh no pueden trabajar: “Los recuerdos siguen persiguiéndome”
Las grietas en las paredes del edificio empezaron a aparecer dos días antes. A pesar de estas señales de alarma, el 24 de abril de 2013 Moushumi Begum fue a trabajar como todos los días. Momentos después, quedó sepultada bajo pesados escombros. “Todo sucedió muy deprisa. Recuerdo con nitidez cada detalle de ese día, aunque fue hace 10 años”, explica Begum, que estuvo tres horas atrapada bajo el Rana Plaza, el edificio de ocho plantas a las afueras de Daca (Bangladés) que se derrumbó.
Aquella mañana, los trabajadores y algunos directivos del complejo que albergaba talleres textiles habían estado debatiendo en el polvoriento patio exterior del edificio si era seguro entrar ya que muchos de ellos eran reacios a hacerlo. Los trabajadores habían sido evacuados el día anterior por esos temores. Algunos dicen que les amenazaron con no pagarles el salario de ese mes si no entraban; otros afirman que, simplemente, los cerraron dentro.
En los 90 segundos que tardó en derrumbarse, el Rana Plaza se convirtió en un símbolo de la desigualdad mundial. El balance final fue de 1.134 muertos y 2.500 heridos. Hubo historias desgarradoras de supervivencia, de personas a las que amputaron extremidades sin anestesia para intentar sacarlas de entre los escombros.
ActionAid Bangladesh acaba de publicar un informe que arroja luz sobre los devastadores efectos de la catástrofe en los supervivientes una década después. El estudio pone de manifiesto que más de la mitad (54,5%) de los supervivientes no han podido reincorporarse al mercado laboral. El principal motivo son problemas de salud como dificultades respiratorias, trastornos visuales y problemas físicos, como no poder mantenerse de pie o caminar correctamente.
El informe también ha evaluado las condiciones de seguridad actuales de 200 trabajadores de la confección, y más de la mitad considera que las iniciativas tomadas por los directivos de sus fábricas son inadecuadas. Casi el 20% de los entrevistados señala que sus fábricas carecen de equipos de extinción de incendios, mientras que el 23% afirma que no se dispone de salidas de emergencia en caso de incendio.
Moushumi Begum, que ahora tiene 24 años, es una de las supervivientes a las que esta organización ha dado una máquina de coser para facilitarle la vuelta al trabajo. Pero sigue sin atreverse a entrar en un edificio alto. Begum tenía sólo 14 años cuando el edificio se hundió. Ahora, casada y con dos hijos pequeños, intenta seguir adelante, pero sus problemas de salud le impiden llevar a cabo actividades cotidianas.
Sufre el síndrome de dificultad respiratoria aguda, una lesión pulmonar potencialmente mortal que le complica la respiración. La enfermedad la obliga a hacer pausas cuando habla. Desde la catástrofe, Begum tiene demasiado miedo para pisar otra fábrica. “Los recuerdos de aquel día siguen persiguiéndome”, lamenta. “Siento una inmensa ansiedad con sólo acercarme a un edificio alto”. “No ha sido fácil para ninguno de los afectados por Rana Plaza retomar la normalidad”, afirma Begum, que recibe asesoramiento y ayuda económica de la organización. ActionAid Bangladesh gestiona un comedor para trabajadores de la confección. Fue en este espacio que Begum consiguió de forma gratuita una máquina de coser. El objetivo de la organización es dar una motivación a los supervivientes para volver a trabajar. Sin embargo, Begum se muestra reticente: “No creo que vuelva a reunir el valor necesario para trabajar en uno de esos edificios”.
“Parecía una pesadilla”
Husnara Akhtar, de 30 años, recuerda haber desayunado con su marido, Abu Sufyan, antes de ir a trabajar aquel día. Ambos trabajaban en el edificio Rana Plaza, pero en distintos talleres textiles. Cuando Akhtar se dirigió a su planta, se percató de que algo iba mal. “La gente estaba ansiosa; algunos de los trabajadores estaban de pie y se negaban a sentarse. Alguien dijo que no era seguro, pero vi la cara de mi jefe y rápidamente me puse en la línea de producción de ropa vaquera. Las luces empezaron a parpadear y el suelo tembló bajo mis pies. En cuestión de segundos, estábamos sumidos en la oscuridad”.
Cuando Akhtar recuperó el conocimiento, se encontró atrapada entre dos cadáveres. “Me quedé atrapada cinco horas enteras, no me podía mover”, recuerda: “Parecía una pesadilla de la que no podía despertar. Estaba rodeada de polvo y cadáveres”. Los equipos de rescate encontraron a Akhtar y la llevaron a un hospital cercano, donde constataron la gravedad de sus heridas: conmoción cerebral, costillas rotas y fracturas en los brazos que le impedirían volver a trabajar. El cuerpo de Sufyan fue encontrado una semana después, aplastado bajo un pilar de hormigón. “Mi marido fue uno de los cientos de trabajadores que murieron aquel día”, cuenta Akhtar entre lágrimas. “Recuerdo mirar su cuerpo destrozado y pensar en lo desechables que somos los trabajadores de la confección”.
Safiya Khatun llora cada vez que piensa en lo que ocurrió aquel día. Estaba en el distrito de Savar, en Daca, cuando oyó un ruido ensordecedor. “Fue como si se acabara el mundo”, recuerda esta mujer de 66 años, que vio cómo la gente entraba en pánico. “Alguien dijo que había explotado una bomba. Otro dijo que se había derrumbado un edificio. Entonces oí las palabras Rana Plaza y se me encogió el corazón”. Khatun corrió al lugar de los hechos, donde su hijo de 18 años, Lal Miah, trabajaba como costurero en el tercer piso. Pasó los 15 días siguientes buscándolo desesperadamente. Llevaba una foto suya tamaño carné y preguntaba a los equipos de rescate si lo habían visto. El día 16, un trabajador lo reconoció.
Cuando Khatun vio el cuerpo sin vida de su hijo, apenas pudo respirar. “¿Cómo ha podido pasarle algo así a mi querido hijo? El colapso del Rana Plaza dejó con las manos vacías a miles de madres como yo. Fue una tragedia que podría haberse evitado si los propietarios hubieran escuchado a los trabajadores que expresaron su preocupación por la seguridad del complejo”.
La familia ahora malvive porque su hijo era la única fuente de ingresos. Khatun vive en una chabola pequeña hecha de bambú y restos de metal. “Me dieron tierras como compensación por la pérdida de mi querido hijo, pero nada puede compensarnos por lo que hemos pasado”. Muchas de las familias de las víctimas recibieron tierras, pero la mayoría no puede permitirse construir casas en estos solares.
Actualmente, en Savar, los trabajadores de la confección se cruzan con un enorme par de puños de granito que sujetan una hoz y un martillo: un monumento erigido en memoria de las víctimas del Rana Plaza. Alrededor del monumento, en el terreno donde estuvo Rana Plaza, sólo hay hierbajos y basura.
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