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“No te rindas”: La batalla por el asilo de un adolescente que huyó de una mina en Guinea y consiguió una beca para estudiar en París

Los refugiados en la frontera turco-griega se preparan para una estancia larga

The Guardian

Fahrinisa Campana —

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De la pila de libros que Amadou Diallo se llevó el verano pasado a las islas griegas, el que guardó con más cuidado fue una biografía de Frederick Douglass. De hecho, una cita de este abolicionista de la esclavitud del siglo XIX ha sido una constante en su vida: “Cuando aprendas a leer, serás libre para siempre”.

Diallo estaba en Sifnos, lugar de veraneo para atenienses cultos y familias extranjeras adineradas. El joven guineano, solicitante de asilo en Grecia, trabajó en un hotel de sol a sol. Por la noche leía las biografías de personajes relevantes, preguntándose qué le deparaba su libertad.

Con apenas 20 años, el muchacho que llegó solo desde África Occidental hace casi cuatro años ha aprovechado todas las oportunidades que se le han presentado. Ha trabajado en hoteles en islas de moda y ha estudiado una escuela privada a la que los diplomáticos envían a sus hijos. Se ha hecho una idea de lo que puede ofrecer Europa.

Ha leído vorazmente y ha hecho un enorme esfuerzo por favorecer su inclusión en el país. Pero su lugar en este nuevo mundo depende del procedimiento de asilo que inició en Grecia.

Diallo no creció con el sueño de irse de Guinea. Solo después de la muerte de su padre su vida se convirtió en algo que podría haber sido imaginado por un Dickens de África Occidental. Junto con su hermano menor, fue enviado a vivir con su madrastra. Según cuenta él, la mujer los maltrató. Dice que la madrastra lo vendió al dueño de una mina de oro, donde realizó trabajos forzados. La primera vez que intentó escapar, lo descubrieron. Recibió un brutal castigo.

No se amedrentó y lo volvió a intentar. Un día, cuando estaba encerrado en una habitación con otros niños, gritó que había un incendio. Los guardias abrieron la puerta y Diallo consiguió huir en medio del caos.

Cruzó la frontera de Malí y tomó la ruta hacia el norte, que finalmente lo llevaría a Turquía. Desde allí, cogió un barco a la isla griega de Lesbos. Cuando el joven de 16 años llegó finalmente a Atenas, dos meses después de haber dejado Guinea, se cruzó con un cooperante que lo llevó a un refugio para niños dirigido por The Home Project, una organización sin ánimo de lucro. Su objetivo es acoger a los miles de menores no acompañados que llegan al país y terminan sobreviviendo en la calle, en campamentos o en centros de detención. Como menor no acompañado, se le clasificó como vulnerable y se le concedió protección temporal.

A través de The Home Project conoció a Anna-Maria Kountouri, una abogada de inmigración. La jurista explica que los menores se enfrentan a una carrera contrarreloj para conseguir un estatus legal que les permita permanecer en Europa, ya que cuando llegan a la mayoría de edad es más difícil.

Para asegurar su futuro en Europa, Diallo necesitaba que las autoridades griegas aceptaran su solicitud de asilo. Pero, tras el endurecimiento de las leyes, la tasa de denegación en Grecia para los menores no acompañados ha aumentado considerablemente en los últimos años. Los niños cuyos casos son rechazados no son deportados, pero la mayoría de edad elimina esa protección. Entre junio de 2013 y enero de 2020, se procesaron en Grecia un total de 7.558 demandas de protección internacional de menores no acompañados, de las cuales el 63% fueron denegadas. De las 186 peticiones registradas en enero de 2020, el 71% fueron denegadas.

“Fue una oportunidad para demostrarles lo que soy capaz de hacer si consigo apoyo”

En el refugio, Diallo comenzó a aprender griego e inglés, que se sumaron al francés, su lengua materna. Cuando el joven mejoró el conocimiento de ambos idiomas, el personal del refugio descubrió a un chico educado y brillante. Hicieron todos los trámites necesarios para que se presentara a un examen de ingreso para una escuela privada francesa muy solicitada en Atenas. Lo aprobó.

El año escolar ya había comenzado cuando llegó, pero aceptó el reto: “Fue una oportunidad para demostrarles lo que soy capaz de hacer si consigo apoyo”, dice.

Al principio, el problemático pasado de Diallo le hizo ser retraído, a pesar de que contó con el apoyo de un psicólogo que lo ayudó a adaptarse. Pero poco a poco pasó de ser un joven silencioso de 16 años a ser un líder, y fue elegido representante del alumnado de su escuela. Ahora afirma disfrutar de la compañía de los demás y solo pasa tiempo a solas para estudiar.

El 31 de enero fue un día importante en la vida de Diallo. Había presentado un recurso y esperaba que en esta ocasión su petición de asilo fuera aceptada y poder dejar atrás un futuro tan incierto. Kountouri había recabado pruebas de su vida anterior durante semanas, incluyendo fotografías que mostraban las heridas que Diallo había sufrido como niño trabajador en la mina. Sin embargo, su solicitud fue denegada.

Recuerda haber mirado el documento con incredulidad. Le asaltaron muchas preguntas: “¿Por qué no sintieron empatía hacia su sufrimiento?”. Hizo una foto de la decisión y se la envió a Kountouri. Ella le aseguró que encontrarían una solución. Solo, y con el papel en la mano, le resultaba imposible estar tranquilo: “Estaba solo y no sentía que nadie tuviera compasión, ni siquiera la persona que me estaba informando”.

Diallo y su abogada libraron una difícil batalla legal para conseguir que un juez anulara la decisión sobre la base de que era “ilegal y arbitraria”. Si le denegaban el asilo por tercera vez, recibiría inexorablemente una orden de deportación.

“Me prometí a mí mismo que no me hundiría y que no abandonaría la escuela”, afirma. “Porque no todo el mundo ha tenido la oportunidad de ir a una escuela privada y graduarse”.

“Sin carnet, es como si te convirtiera en un criminal”

Después de que la solicitud fuera rechazada por segunda vez, a Diallo le revocaron el carnet de identidad, por lo que el mero hecho de caminar por las calles se convirtió en motivo de angustia. La policía lo detuvo dos veces y lo dejó ir cuando mostró una foto de su antigua identificación. Esta situación iba minando su confianza. Se sintió avergonzado al pensar que la policía lo podría parar delante de sus compañeros: “No tener un carnet con el que identificarte es como si te convirtiera en un criminal o algo parecido”.

Cuando Diallo supo que le habían concedido una beca para costear todos sus estudios en Sciences Po en París, una de las universidades más importantes del mundo, entendió que ahora lo que estaba en juego era todavía más importante. Lo que debería haber sido un motivo de celebración lo dejó en realidad en un agonizante limbo. Si su apelación final de asilo era denegada, no podría matricularse. Su situación llamó la atención de los estudiantes de Sciences Po, que hicieron una petición en su nombre, solicitando que se le permitiera estudiar en el centro.

Desde finales de la primavera hasta el verano, Diallo permaneció en esa encrucijada. Un camino le ofrecía la oportunidad de tener unos estudios que en el futuro le permitirían ayudar a niños como él. El otro, le llevaría a una posible deportación al país de su terrible infancia, Guinea.

El 21 de julio terminó la agonizante espera. Le llamaron al Ministerio de Migración de Grecia, donde a él y a otros dos refugiados se les concedió el derecho de asilo. En los tres casos, se trataba de personas con habilidades excepcionales. Los otros dos también eran especialmente talentoso, un estudiante brillante y una posible futura estrella del baloncesto. Son las excepciones que prueban la regla.

Ser una excepción es una carga en sí misma, con la presión de demostrar continuamente que el reconocimiento es merecido. Mientras estaba en el limbo, Diallo se esforzó por ver las cosas de manera positiva: “También trato de recordar que me pasaron muchas cosas buenas. Tengo acceso a la educación, algo que [siempre] quise de verdad”.

Ahora que tiene el derecho de quedarse, siente una mayor responsabilidad: “Quería estar seguro, y ahora pienso que puedo llegar más lejos, sólo necesito trabajar más duro y tener iniciativa. Aprendí que siempre hay que intentarlo, no puedes rendirse, debes seguir intentándolo siempre”.

Este artículo forma parte de una serie de una semana de duración de The Guardian llamada 'Europe's dreamers' (Soñadores de Europa), que cuenta las historias de jóvenes que no tienen papeles en un contexto en el que se han endurecido las políticas migratorias en Europa.

Traducido por Emma Reverter

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