Las mujeres, a menudo, son las más golpeadas cuando estalla una emergencia humanitaria. Se calcula que una de cada cinco desplazadas han sufrido violencia sexual. Como las refugiadas rohingya en Bangladesh, que tras huir de la violencia en Myanmar comenzaron a denunciar las agresiones sexuales a las que habían sido sometidas, aseguran, por parte de militares. O en Sudán del Sur, donde se estima que el 65% de las mujeres han sufrido violencia sexual o física alguna vez en su vida. La explotación sexual en estos contextos, también por parte de trabajadores del sector humanitario, es un problema cada vez más conocido.
A pesar de su magnitud, la respuesta humanitaria encaminada a atender a las mujeres que sufren violencia en situaciones de crisis o conflicto no recibe los fondos suficientes, según han denunciado el Comité Internacional de Rescate (IRC) y la organización Voice, que calcula que apenas se destina dos dólares por cada mujer en riesgo de experimentarla que recibe apoyo.
Según las cifras recopiladas por ambas entidades del Financial Tracking Service, la base de datos gestionada por la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) que hace un seguimiento de las contribuciones que hacen los Gobiernos, los fondos aportados contra la violencia de género solo representaron, entre 2016 y 2018, el 0,12% de toda la financiación humanitaria mundial: 51,7 millones de dólares de un total de 41.500 millones en esos tres años.
En este periodo, sin embargo, la ONU reclamó a los países donantes que destinaran 155,9 millones de dólares para la violencia de género en situaciones de emergencia. En otras palabras, como critican las organizaciones: dos tercios de esas solicitudes no fueron cubiertas, dejando un déficit de 104,2 millones de dólares a la hora de responder a este problema. Otros ámbitos como la lucha contra el hambre o la salud fueron los que más fondos atrajeron en estos años, con rangos que oscilan entre 56 y 602,1 millones y entre 45,3 y 299,5 millones de dólares, respectivamente.
El Comité Internacional de Rescate estima que, como consecuencia, casi 15 millones de mujeres y niñas que podrían necesitar apoyo no fueron atendidas por organizaciones humanitarias. “Las mujeres continuarán quedándose atrás en las crisis mientras no se aborde su seguridad más básica frente a la violencia sexual. La continua falta de fondos para los servicios de violencia de género refleja las desigualdades de poder profundamente arraigadas no solo en las comunidades donde prestamos servicios sino también en el sector humanitario”, lamenta David Miliband, presidente del IRC.
Las entidades se apoyan en dos ejemplos concretos. En primer lugar, el de Nigeria, donde se produjo el secuestro de decenas de niñas de Chibok por parte de Boko Haram que dio la vuelta al mundo. En 2016, el plan de emergencia solicitó seis millones de dólares para programas de violencia de género. Según el FTS, solo recibió 726.507 dólares. Si se mira a las mujeres recibieron apoyo, algo más 521.000, solo fueron atendidas un tercio del millón y medio que se consideraba que estaban en riesgo de sufrir violencia de género.
El otro caso es el de la República Centroafricana, donde, como ha denunciado ONU Mujeres, se ha empleado la violencia sexual “como instrumento de intimidación, represalia y castigo para aterrorizar” a familias y comunidades enteras. El plan de respuesta humanitaria de 2016 del país señaló que se habían registrado oficialmente casi 28.000 denuncias de violencia sexual, por lo que solicitaba 28,5 millones de dólares para este ámbito. ¿La respuesta? Los países se comprometieron a donar 1.092.896 dólares para combatir la violencia de género. Sin embargo, de acuerdo con el FTS, que publica las contribuciones que se comunican a OCHA, no se registró ninguna donación.
Falta de apoyo a las ONG feministas locales
Por otro lado, los autores de la investigación sostienen que las organizaciones locales feministas, “socias claves” en la prevención y la respuesta a la violencia de género, siguen luchando por obtener fondos y a menudo no cuentan con los recursos necesarios para sus proyectos, lo que a su vez limita su capacidad para crecer y llegar a más mujeres.
Entre los acuerdos adoptados la cumbre humanitaria mundial de 2016, estaba reclamar a los donantes un incremento de la financiación para las ONG locales dirigidas por mujeres. Además, decenas de organizaciones se comprometieron a que “para mayo de 2018, al menos el 20% de nuestros propios fondos humanitarios se destinarán a las ONG del sur” y que las organizaciones locales pudieran acceder a financiación directa de sus propios donantes. En este sentido, piden que se dé prioridad a que las mujeres beneficiarias y lideresas comunitarias sean escuchadas en el diseño y la evaluación de los programas humanitarios, así como establecer las alianzas necesarias para que puedan aumentar sus fondos.
Asimismo, el IRC ha pedido que se tripliquen los niveles de financiación destinados a combatir la violencia contra las mujeres y aboga por un “nuevo enfoque feminista para brindar” ayuda humanitaria. “Las estadísticas muestran claramente que las mujeres y las niñas están doblemente en desventaja en los entornos humanitarios. Nuestro enfoque debería ser intentar que el impacto sea doble: abordar los síntomas de desigualdad, pero también abordar las estructuras de poder que los generan”, ha declarado Miliband.
A principios de junio, un índice global concluyó que ningún país del mundo alcanzará la igualdad de género antes de 2030, fecha marcada por los Gobiernos de todo el planeta para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. El quinto objetivo persigue acabar con la desigualdad entre hombres y mujeres, con metas específicas que tienen que ver con abordar la violencia contra las mujeres y niñas, el fin de la mutilación genital femenina y del matrimonio infantil o el acceso universal a la salud sexual y reproductiva.
“Para enfrentarnos a esas estructuras necesitamos abordar las desigualdades del poder dentro de nuestra propia organización”, indica el presidente de IRC. “Dicho de otra manera, no podemos ser una organización humanitaria verdaderamente exitosa, a la que le definan los resultados alcanzados por y para nuestros beneficiarios, hasta que seamos una organización feminista, con igualdad entre nuestro personal y donde las barreras nunca sean definidas por su género; y que entienda las desigualdades de poder y lo que se debe hacer para superarlas”, sentencia.