El héroe del genocidio ruandés: “En Ruanda me quieren vivo o muerto”

Jon Cuesta

Bruselas —

Paul Rusesabagina conducía por la nacional cuatro camino de Bruselas cuando un coche rojo con cinco africanos en su interior le adelantó a toda velocidad. Tras ponerse delante de su coche, redujeron bruscamente la marcha. “Traté de adelantarles, pero cada vez que lo hacía cambiaban el sentido para impedírmelo”. Finalmente, volvieron a disminuir la marcha y le indicaron que pasara. Paul invadió el carril contrario para adelantar y el coche rojo volvió a acelerar, imposibilitando la maniobra de adelantamiento. “Me estrellé contra un camión y mi coche quedó totalmente destrozado”, recuerda. “Escapé de la muerte de puro milagro”.

Han pasado ya 20 años del genocidio de Ruanda, y también se cumplen 20 años desde que Paul Rusesabagina ha estado esquivando la muerte. La historia de Rusesabagina, que hoy tiene 59 años, inspiró ‘Hotel Ruanda’, quizá la película más famosa sobre el genocidio ruandés. En el infierno del 94, Paul salió vivo de aquella masacre de muerte y destrucción. Dos años después, tuvo que hacer las maletas y marcharse de Ruanda por hablar más de la cuenta sobre las actividades del Gobierno.

“Hubo un genocidio, pero eso no es razón suficiente para no hablar de otras personas que también fueron asesinadas”, sostiene. “Muchos hutus fueron asesinados antes, durante y después del genocidio. Más de 350.000 refugiados hutus fueron asesinados en Congo. Y toda esa gente hoy no tiene ningún derecho a recordar y honrar a sus muertos”.

Nos recibe en su residencia de Bruselas junto a su mujer. Es amable, sosegado y conversador, y a pesar de que ha debido contestar las mismas preguntas millones de veces, nos responde como si fuera la primera vez. “El ejército tutsi se escuda en que eran operaciones para eliminar a los responsables del genocidio”, le comento. “En los campos de refugiados del Congo los soldados tutsis del RPF no mataron a los genocidas, supuestamente jóvenes y fuertes. Mataron ancianos, mujeres, niños y gente enferma”, replica. “Ésos no son los genocidas”.

Tras huir de Ruanda, Rusesabagina llegó junto a su familia a Bruselas, donde pidió asilo político y vivió durante 15 años. En ese tiempo, su casa fue allanada en cinco ocasiones y casi fallece en un extraño accidente de coche. Desde hace unos años, se refugia en Texas, Estados Unidos. “Tenemos un Gobierno que nos persigue en el exilio para matarnos”, explica. La lista de asesinatos es larga. La última víctima se cobró a comienzos de año, cuando Patrick Karegeya, antiguo jefe de los servicios de inteligencia ruandeses, apareció estrangulado en su habitación de hotel en Johannesburgo, Sudáfrica, donde estaba exiliado.

Tanto Estados Unidos como Bélgica, entre otros, evidencian la gran contradicción de la comunidad internacional. Por un lado, apoyan al presidente Paul Kagame y cuidan la relación con el país. Por el otro, conceden asilo político a refugiados que huyen de ese régimen. “Los impuestos de los europeos y los norteamericanos están financiando una dictadura”, sostiene Rusesabagina. “No hay libertad de prensa, ni de expresión, ni espacio político. Se vulneran los derechos humanos. Pero la comunidad internacional se siente culpable por lo que ocurrió en 1994, y Kagame juega con esa culpa”.

Le preguntamos si cree que Ruanda le concedería un visado en caso de que él decidiera volver. “Si voy a la embajada ahora mismo y pido un visado, me lo sellarían inmediatamente”, afirma sin titubear. “Me quieren vivo o muerto”.

'Efecto Hollywood'

'Efecto Hollywood'Rusesabagina es un hombre extraordinariamente corriente, un héroe quizá magnificado por Hollywood y la película 'Hotel Ruanda' -basada en su historia-, pero un héroe, al fin y al cabo, entre tantos hombres y mujeres anónimos que también trataron de ayudar y cuya historia no se llevó al cine o simplemente nunca se conoció por irse a la tumba junto a sus dueños.

'Hotel Ruanda' es sólo una película, y como tal cuenta una historia basada en hechos reales pero maquillada para adaptarla al molde de largometraje nominado al Óscar. “¿Haría falta rodar una segunda parte de la película?”, le pregunto. “Sería necesario hacerla para contar qué está pasando hoy en Ruanda y también en Congo, pero no creo que el Gobierno ruandés lo permitiera”.

Durante los tres meses que duró el genocidio de 1994, Rusesabagina refugió en el hotel Des Milles Collines a 1.268 personas. 1.268 seres humanos que se libraron de morir a machetazos gracias a una mezcla de buena suerte, ayuda divina y capacidad negociadora de Paul. Tras el genocidio, en julio de 1994, la bonita historia oficial -también reflejada en el famoso largometraje- fue escrita por los rebeldes tutsis, que liberaron Kigali de genocidas y recuperaron el mando del país rescatando por el camino a los pocos hermanos tutsis que habían sobrevivido.

La salvación, encabezada por un joven de 36 años llamado Paul Kagame, dejó miles de muertos hutus, venganza y una feroz dictadura que arrasó a cientos de miles de inocentes refugiados en la antigua Zaire (hoy República Democrática del Congo). “En Ruanda siempre hemos aplicado la justicia del ganador”, lamenta Paul. “Siempre hemos buscado las soluciones a nuestros conflictos mediante las armas”.

El día que cambió todo

El día que cambió todoEn la noche del 6 de abril de 1994, Paul Rusesabagina estaba cenando con su cuñado, Thomas, y la mujer de éste, en la terraza del hotel Diplomat, en Kigali, donde Paul trabajaba como director. Era un día feliz. Su cuñada se había graduado en la universidad y acababa de conseguir un empleo como vendedora de coches para una compañía holandesa. Taciana, su mujer, no había podido acudir a la celebración y estaba en casa. “Vivíamos cerca del aeropuerto, y escuchó varios misiles impactando en un avión”. Inmediatamente, Taciana llamó a Paul y le pidió que volviera a casa enseguida. “Dejamos la comida, nos levantamos y nos fuimos hacia el aparcamiento para coger nuestros coches”, recuerda Paul. “Les dije a mis cuñados que se fueran a casa, que nos veríamos el día siguiente. Lamentablemente, el día siguiente nunca llegó”. Jamás volvió a verlos y todavía hoy no sabe dónde quedaron abandonados sus cadáveres.

El presidente hutu, Juvénal Habyarimana, acababa de ser asesinado momentos antes de que su avión aterrizara en el Aeropuerto Internacional de Kigali. La noticia corrió como la pólvora, y una furia asesina de venganza invadió la capital de Ruanda y después, el resto del país. Todo hacía pensar que los rebeldes tutsis, liderados por Paul Kagame, estaban detrás del atentado, y la maquinaria genocida promovida por el poder hutu y la propaganda gubernamental llamaba a todos los ciudadanos hutus a coger los machetes y despedazar a sus vecinos tutsis y sus cómplices.

El documento de identidad étnico de Paul Rusesabagina decía que era hutu, aunque estaba casado con una mujer tutsi, lo que le convertía en un traidor y le colocaba en el punto de mira. “Nos quedamos en casa esa noche, y la mañana siguiente muchos de nuestros vecinos habían sido asesinados a machetazos”. Rusesabagina ordenó a sus hijos que no salieran de casa, aunque uno de ellos hizo caso omiso y salió para visitar a su amigo, que vivía cerca. “Cuando llegó, su amigo acababa de ser asesinado junto a su madre y seis hermanas”, cuenta Paul. “Mi hijo volvió, se metió en su habitación y estuvo muchos días sin decir una sola palabra”.

La buena reputación de Paul y su posición -uno de los pocos directores ruandeses en una gran compañía europea- hizo que muchos vecinos acudieran a su casa y le rogaran un sitio donde esconderse. “¿Por qué pensaban tus vecinos que estarían a salvo en tu casa?”, le preguntamos. “Esa es una pregunta que nunca he sido capaz de responder”.

Después siguieron 76 días de atrincheramiento en un hotel convertido en campo de refugiados, acosado por las milicias interahamwe y con falta de alimentos y agua para abastecer a tanta gente. Paul había agotado todos los contactos, el buen champagne y el dinero con el que convencía una y otra vez a los líderes del genocidio de que no tocaran el hotel. “Llegué a perder la esperanza”, recuerda. Pero el milagro se obró, y tras el final del genocidio el hotel Des Milles Collines había sido uno de los pocos lugares del país donde no hubo asesinatos.

Falsa reconciliación

Falsa reconciliaciónHoy, Ruanda vive una tensa calma. Todos se llenan la boca con palabras como perdón, reconciliación, convivencia. Es la versión del Gobierno, la única versión moral y legalmente admitida. Es eso o el silencio. “Temo a mis compatriotas cuando no hablan, es como un volcán a punto de entrar en erupción”, comenta. “La historia nunca nos enseña las lecciones”, afirma mientras retrocede dos décadas hasta el punto de inflexión de la historia ruandesa. “En 1994, los hutus concentraban orgullosos el control. Después del genocidio pasó a manos de los tutsis, y hoy éstos mantienen el poder sin compartirlo. Mientras unos y otros no se sienten alrededor de una mesa, lleven allí todos los problemas y toda la verdad de lo que pasó, y tras ello apliquen una justicia real e igualitaria, para mí la reconciliación ni siquiera habrá empezado”.