“Cuando pedimos un esfuerzo excepcional contra el ébola, la OMS nos acusó de alarmistas”
Finalmente, con el ébola se repite algo que parece configurar la personalidad del mundo occidental, del mundo rico: solo nos preocupamos de algo cuando nos afecta directamente.
Así es, tristemente. A nivel humano parece muy justificable. Pero no podemos ser tan generosos con las personas que tenían que tomar decisiones políticas y sanitarias. Independientemente de los múltiples errores cometidos, es muy preocupante que se ponga toda la atención en España, cuando la enfermedad está en otro sitio y sigue creciendo afectando a miles de personas.
Resulta aterradora la ceguera que tenemos sobre la realidad en la que vivimos. Si por una sola persona en España se ha montado todo este circo, imaginemos lo que están viviendo las familias de los países afectados. Pero lo triste es que no se le ha dado la vuelta, aprovechar lo que ahora sabemos sobre el ébola aquí para centrarnos en un mayor esfuerzo para combatirlo donde realmente está el origen.
¿Cómo se vive desde una organización médico-humanitaria como la suya el tratamiento político y mediático que ha recibido Teresa Romero?
Sin entrar en detalles sobre asuntos políticos, aquí hay un aspecto en el que sí nos posicionamos: cualquier persona que decide dar el paso de ofrecerse como voluntaria para ayudar a otro ser humano, sabiendo que arriesga su vida, como ha sido el caso de Teresa Romero, merece un gran reconocimiento.
Nos ha chocado enormemente la falta de respeto y apoyo por parte de las autoridades políticas y sanitarias. Echarle la culpa a ella, victimizarla como responsable de haberse infectado, es tan chocante que no existen palabras que lo puedan explicar. Cuando termine la tormenta política, deberíamos hablar muy seriamente de la idea que tenemos sobre el profesional de la salud, la solidaridad, el cuidado del enfermo. No lo podemos dejar pasar.
¿Cuál es ahora la situación de la enfermedad?
Es muy difícil describir la situación actual de la epidemia sin ser catastrofista. El ébola ha infectado de momento y según cifras oficiales a más de 9.000 personas. Pero la situación es mucho más compleja y de una envergadura desconocida hasta hoy, porque la realidad es que está poniendo al límite la vida de cientos de miles de personas, quizás millones.
Se trata de un efecto en cadena que afecta todo el sistema social de los países afectados y amenaza con extenderse a un ritmo diabólico. Existe un dato terrible: a principios de octubre el 42% de los nuevos enfermos del total de los 6.000 que había en aquel momento se habían infectado durante los últimos 30 días. ¡Ahora hablamos ya de 9.000! Pero estos son los enfermos conocidos, registrados, los enfermos reales puede que sean el doble o más. Muchos más.
Nos encontramos ante un crecimiento exponencial que hay que multiplicar por dos cada mes.
El virus tardó casi seis meses en pasar de 300 casos a 1500. Luego, en solo un mes y medio se llegó a los 5.000. La epidemia está desbocada. La OMS hacía proyecciones de 20.000 casos en las próximas semanas, pero los más catastrofistas hablan de cientos de miles de nuevos enfermos. Desde luego, tal como van las cosas, el ébola va muy por delante de los esfuerzos, muy insuficientes, para aislarlo. Algo que podía haberse atajado al principio con una movilización no demasiado complicada, se nos ha escapado de las manos.
¿Se tardó demasiado en declarar la epidemia?
Nosotros dimos la alerta en marzo y la OMS lo reconoció. Pero no fue hasta el 8 de agosto cuando se dio la alerta internacional para hacer comprender a los líderes mundiales lo que finalmente se ha aceptado en la reunión del Consejo de Seguridad ¡de mediados de septiembre! Tardaron un mes y medio en responder a la declaración de agosto. Este retraso es la diferencia entre tres mil casos y seis mil. Y ahora todo el operativo internacional destinado a intervenir se basa en cifras que ya son antiguas. El virus, repito, va mucho más rápido que nosotros: en Liberia y Sierra Leona está fuera de control y destruye la sociedad a su alrededor.
Los norteamericanos, cubanos, británicos ya han empezado el despliegue sobre el terreno.
Demasiado lentamente. En vez de haber mandado unidades que se pongan a trabajar rápidamente, viviendo en tiendas de campaña si es necesario, se están haciendo planes sofisticados, complicados. Los británicos, por ejemplo, han empezado un gran hospital en Sierra Leona. ¡Hay que trabajar ya! Todo el despliegue va muy lento, con proyectos que serán operativos dentro de semanas, quizás meses. ¡La Unión Europea ha aprobado su presupuesto para el ébola esta semana!
Decía que podía haberse controlado al principio. Ustedes tienen experiencia en hacerlo. ¿Qué está pasando esta vez?
Nosotros, en el año 2012 ya paramos dos epidemias de ébola, en Uganda y en República Democrática del Congo. Estamos acostumbrados a trabajar con este tipo de virus cuando afectan a zonas rurales muy remotas, con cientos de casos, en poblaciones casi aisladas. Esta vez, el virus tuvo un comportamiento geográfico muy complicado, con varios focos al mismo tiempo. Pronto vimos que se trataba de una epidemia excepcional que merecía un esfuerzo excepcional y así lo alertamos.
Pero la OMS nos acusó de alarmistas. Ojalá hubieran tenido razón ellos y no nosotros. Cuando el virus empezó a expandirse ya estaba fuera de control. Y cuando ha llegado a las capitales, como ha ocurrido en Monrovia, la situación se ha vuelto apocalíptica. Sabemos con toda seguridad que existe actualmente un aumento brutal de mujeres en Liberia que mueren durante los partos difíciles porque no hay cirujanos dispuestos a atenderlas. Los cirujanos no quieren intervenir porque temen salpicarse con la sangre. Y los que querían intervenir ya han muerto de ébola.
“La primera ola de ébola ha matado a los médicos y enfermeras más entusiastas. Los que de verdad estaban dispuestos a tratar al paciente se han contagiado y han muerto. Todas las estructuras de salud de Liberia y Sierra Leona –y en menor medida Guinea– están completamente colapsadas. Ahora, después de la época de lluvias va a llegar la malaria, las enfermedades respiratorias, diarreas. Antes, de malaria se morían muchos niños, ahora se mueren todos.
¿Existen precedentes de una epidemia similar?
No, que no sea en las películas de zombis. Tenemos tres países con el foco principal. Liberia, Sierra Leona, Guinea. Tenemos también algún caso en Nigeria, que hemos atajamos, o en Senegal, que también hemos conseguido controlar. Estamos muy preocupados con Costa de Marfil y Guinea Bissau, donde ya existe una importante presencia de nuestros equipos.Pero aunque el virus se extendiera solo en los tres primeros países como ya está pasando, la situación sigue siendo catastrófica. En primer lugar porque las cifras de los casos declarados dan la impresión de no responder a la realidad. El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, de Atlanta, estima que solo conocemos el 25% de los casos existentes.
¿Cómo debería ser la respuesta internacional?
Mucho más parecida a la que se produjo, por ejemplo, durante el terremoto de Haití. Una gran movilización destinada a un fenómeno que destruye zonas enteras y afecta a todo el tejido y estructuras sociales.
Si el sistema sanitario está colapsado, ¿quién se ocupa de los enfermos que son rechazados en los escasos hospitales? ¿Qué está pasando en las familias?
Las familias que no pueden dejar a los enfermos en los hospitales viven un tremendo dilema: saben que si cuidan a sus enfermos arriesgan la vida. Pero, evidentemente, la mayoría no están dispuestos a abandonarlos.
¿Cuidar es condenarse?
¡Claro! Estamos repartiendo kits higiénicos, guantes, jabón. Pero como dice Raquel Ayora, nuestra Directora de Operaciones aquí en Médicos Sin Fronteras, este virus mata principalmente a las personas que muestran más cariño y cuidados a los enfermos. A los médicos y enfermeras más comprometidos. Y a las madres, hermanos, padres, abuelas que cuidan con todo el cariño a los enfermos y luego los entierran con todo el respeto. Éstos son los que más mueren.
Hablaba de un colapso total del sistema de salud.
En Sierra Leona y Liberia, el sistema de salud ya era uno de los más frágiles del mundo. Ahora es casi inexistente. El poco personal que había mínimamente formado y comprometido con los pacientes, ha muerto. Los buenos médicos, aquellos que exploran al paciente, sacan el fonendo, tocan la barriga, les hacen abrir la boca, todos estos médicos se han contagiado y han muerto.
¿Esto quiere decir que la emergencia del ébola debería ser una emergencia general de todo el sistema sanitario?
Por esto decía que se parece más a un terremoto que a otra cosa. Lo primero es sacar a los pacientes de la comunidad, aislarlos, para que no sigan contaminando. Controlar la expansión. Hacer el tratamiento para bajar la mortalidad en los centros que podría bajar rápidamente del 90 al 70%.
Puesto que los hospitales no dan ni darán abasto, nosotros estamos explorando también el aislamiento en la comunidad. Luego hay que organizar el seguimiento. Y finalmente queda un trabajo colosal de reconstruir el sistema de salud. Por ejemplo, a partir de ahora la cirugía en estas zonas ya no será lo que era, hay que replantearla completamente, de arriba abajo.
Con la epidemia también se está destruyendo la economía local y puede producirse una ola de violencia.
Los bloqueos, cierres de fronteras, de carreteras, producen un efecto muy negativo sobre los alimentos. Y sobre la economía familiar. Hay hambre y no hay dinero porque tampoco hay trabajo. Al carpintero se le acaban los clavos. El comerciante se queda sin productos. Las escuelas están cerradas. Muchos funcionarios no trabajan. A veces solo el ejército está dispuesto a mantener el orden, pero en algunos casos esto todavía provoca más hostilidad como ya hemos visto en Liberia.
No puede olvidarse que algunos de estos países han vivido guerras muy crueles, que han socavado a la sociedad. Si dejas a la gente ante la ruleta rusa de la vida o la muerte, aislada, puede desatarse violencia sea en beneficio propio o como defensa, por hambre, por miedo a la comunidad vecina. En Guinea ya hemos tenido el asesinato de un grupo entero de sanitarios y periodistas que se internó en la selva para informar y fueron recibidos como enemigos.
Esta epidemia nos pone delante de un mundo que parece funcionar con dos velocidades completamente distintas: zonas pobres abandonadas; zonas ricas completamente protegidas que consideran un solo caso propio de contaminación como una alarma nacional.
La paranoia del mundo rico sobre la propagación del ébola en nuestros países es absurda. Si alguien llega contagiado, se puede controlar rápidamente. Tenemos hospitales, teléfonos, policía, ambulancias.
Es decir, el ébola se propaga a lomos de la pobreza y el abandono… una metáfora terrible para explicar el mundo de hoy.
En términos políticos es un episodio más de los conflictos olvidados. Del desinterés absoluto que tiene la comunidad internacional por zonas que no son estratégicas o no disponen de recursos naturales. Zonas que les da igual hasta que parece que podría afectarnos a todos. Y nos pone también ante un nuevo mundo globalizado, donde el crecimiento demográfico, la concentración en las grandes ciudades, el cambio climático, la emigración, la movilidad, el comercio, nos afecta a todos, son problemas de todos.
Por otra parte, esta epidemia evidencia algo –y es aterrador observarlo–, que antes no ocurría y es que el sistema de detección sobre la salud de la OMS ha fallado estrepitosamente. Habrá que saber por qué la OMS, que había sido un organismo fiable que en los últimos años, que pagamos todos y confiábamos en ella, no ha funcionado como debería.
En los años noventa se habría detectado a tiempo. Pero la OMS decapitó su Unidad de Emergencias y ha sufrido recortes de presupuesto, privatizaciones, reducción de personal. Ahora vemos los resultados: el sistema global de salud en el que confiábamos, no funciona. Da miedo constatar esta incompetencia. Cómo se está descapitalizando a las Naciones Unidas.
¿Por qué no existe todavía una medicación destinada a una enfermedad que ya era conocida desde hace décadas?
Porque afectaba exclusivamente a aldeas remotas de África que no interesan a nadie. Porque no se investiga cuando no hay mercado, comprador potencial. Porque la salud está considerada como un sector financiero más que un servicio y una vez más el sistema de investigación de medicamentos ha sido expuesto a sus fallos garrafales. La noticia positiva es que esta oleada de pánico global y la posibilidad de vender vacunas, acelerará la investigación. Luego volveremos, como ocurrió con el sida, al debate y a la lucha sobre el acceso a los medicamentos para los países pobres.
El ébola también pone de manifiesto la fragilidad de la gobernabilidad global, la falta de liderazgo de los organismos internacionales, el compromiso de los Estados con la pobreza y la paz.
Cuando algo no interesa, no hay respuesta. Una epidemia de ébola solo requiere dinero, gente entrenada para hacer lo que ya sabemos cómo se hace. Porque lo trágico es que sabemos perfectamente como deberíamos actuar y lo único que se requiere es una respuesta proporcional al tamaño de la amenaza. Así de sencillo. Si se hubiera hecho a tiempo quizás habría pasado como una epidemia olvidada, como ya ha ocurrido otras veces.
¿Cuál es el peligro para los sanitarios que viajan a estos países?
A pesar de que tenemos experiencia y sabemos cómo hay que trabajar, existe un gran riesgo. Ya hemos tenido 14 personas de nuestro personal infectadas, aunque ha ocurrido fuera de nuestros centros, se han infectado en la comunidad. Pero hemos movilizado a más de 3.000 trabajadores. Es evidente que el personal debe poder contar con medios para poder ser repatriado en caso de contagio. De todos modos, a pesar del riesgo, se trata de una intervención mucho más controlada que las que hacemos en zonas de conflicto, donde todo resulta imprevisible.
¿El mundo va hoy peor que cuando empezó con su trabajo hace más de veinte años?
Si sumas esta crisis al avance del Estado Islámico, la guerra en Ucrania, al Sudán del Sur que no se arregla, la República Centroafricana, la brutalidad, una vez más, de Israel en Gaza, la guerra de Siria, que es de una crueldad inaudita, peor todavía que la de Chechenia… tengo la impresión de estar en el peor momento de la historia del mundo que me ha tocado vivir durante los últimos veinte años con Médicos Sin Fronteras. Un mundo que como ha dicho Ban Ki-moon ante las Naciones Unidas va muy mal, sin rumbo, sin piloto.