“Hui porque no quería poner en peligro la vida de mi hijos”
Mientras las bombas amenazaban a Yarmuk y el asedio impuesto por las fuerzas del régimen de Asad se llevaba por delante la vida de cientos de personas, Aeham Ahmad respondía a la muerte sacando su piano a la calle. Lo arrastraba con un carrito entre los escombros de las calles destruidas. Los vídeos de Aeham tocando en medio de las ruinas dieron la vuelta al mundo.
Como a tantos otros, la guerra en Siria obligó a este joven de origen palestino nacido hace 28 años en Yarmuk –el campamento de refugiados palestinos en Damasco– a salir del país y buscar refugio en Europa. Ahora vive en Alemania, donde continúa su carrera musical. El pianista ha viajado a Barcelona, donde ofreció un pequeño concierto en la Plaça del Rei, invitado por la Asociación Catalana por la Paz.
Ataviado con su kuffiya, agradeció la movilización de apoyo a las personas refugiadas, convocada en febrero en la Ciudad Condal. Además, confesó que aquel entorno en pleno barrio Gótico, donde se instaló el piano, le recordaba a la Ciudad Vieja de Damasco.
Aeham lleva la resistencia y la música en la sangre. Su padre, un violinista palestino, quiso inculcarle desde pequeño la pasión por el piano. “Él siempre me decía que tenía que ser pianista, pero yo no lo entendía, yo quería dedicarme a vender falafel o ser futbolista”, bromea Aeham recordando su niñez.
Pero la cabezonería del progenitor dio con una fórmula eficaz. “A cambio de unas propinas para comprar chucherías, empecé a estudiar piano”, relata. Una trayectoria musical que continuó en la universidad de la ciudad siria de Homs, y que hoy se ha transformado en pasión.
Pero en 2011 su vida dio un giro. “Comenzó la revolución y después llegó la gran guerra. El Ejército de Bashar justificaba sus ataques diciendo que mataban a terroristas. ¿Cómo que a terroristas? Es mi gente”, relata el pianista.
“En 2012, 2013 y 2014, las bombas trajeron el drama a Yarmuk. Hubo gente que murió por el asedio impuesto por el ejército del Gobierno, y no teníamos agua, ni electricidad ni comida y la gente murió”.
Fue ahí, inmerso en ese desastre cuando Aheman decidió salir a la calle para tocar el piano. “En ese momento, cambió mi relación con la música, empecé a darle sentido”.
Aeham tatarea una pequeña melodía que tocaba para los niños en Yarmuk, quienes se encargaban de hacer los coros. “Yo les decía, ‘tocad el piano, no importa si se estropea’ y así se sumaron muchos pequeños. Disfruté mucho ese momento en Yarmuk”, recuerda.
La historia 'del pianista de Yarmuk', como así se le conocía, traspasó fronteras e inundó las redes sociales a través de las imágenes que tomó su amigo y fotógrafo Niraz Saied, en las que Aeham aparece tocando el instrumento rodeado de edificios derruidos. Ambos tenían una intención clara: resistir mostrando la vida escondida entre la destrucción. El primero, a través de la música; el segundo, desde la fotografía.
“En la revolución en Siria existe algo muy bonito y es que hay muchos artistas”, añade Aeham. En una entrevista concedida para este medio –antes de ser capturado por la policía secreta, según denunciaron activistas sirios en octubre de 2015-, su buen amigo Niraz, decía que “la gente que resiste en Yarmuk, crea vida de la muerte”.
En este campamento convertido en barrio y cuna bohemia de la capital siria, las puertas siempre estaban abiertas a la gente. “Cuando todavía no habían llegado los bombardeos, pero sí a las zonas de alrededor, la gente venía a Yarmuk a beber, a comer, a sentirse segura, pero un día todo eso acabó, llegó el asedio y llegaron las bombas”.
Los padres de Aeham siguen allí, no quieren abandonar la zona, y mucho menos la esperanza de volver a abrazar a Alaah, su único hermano, cuatro años menor que él, encarcelado desde hace cuatro en la prisión de Saydnaya, recientemente en el punto de mira tras el informe de Amnistía Internacional en el que denuncia que unas 13.000 personas fueron ejecutadas entre 2011 y 2015.
“Es muy duro buscar una explicación a todo esto, imagínate, solo tengo un hermano y empieza esta locura de la guerra y todo se acaba”, dice con los ojos vidriosos atormentado por el recuerdo.
El músico cuenta cómo llegó esa transformación que tanto afectó a sus vidas y que los mantuvo al límite hasta que pudieron huir. “Al principio, el campamento estaba bajo control del Ejército Libre Sirio y era posible tocar el piano porque nadie te decía que aquello era haram (pecado en árabe)”, ya que ellos no se regían por las leyes islámicas. Quizás ahora sí, no lo sé, pero antes de 2014, no“.
La llegada del Estado Islámico
Ese año, desde que el grupo yihadista Jabhat Al Nusra, asociado con Al Qaeda, entró en Yarmuk, “me dijeron que tenía que dejar de tocar el piano, pero lo hicieron sin matarme”. El hostigamiento se acentuó con la penetración de ISIS en el barrio.
El 17 de abril de 2015, coincidiendo con el cumpleaños de Aeham, su piano apareció quemado. La amenaza pasaba a ser riesgo palpable. “Me encanta tocar el piano, pero no quería poner en peligro mi vida ni la de mi mujer y mis hijos. Es cierto que he arriesgado mi vida bajo las bombas, pero no quería hacerlo de una manera tan directa como esta”, puntualiza. A partir de ahí, no había otra salida más que abandonar el país.
“La decisión de salir de Siria fue muy dura pero los niños estaban en peligro”. Recuerda la pérdida de Zeina, una cría de diez años que disfrutaba cantando en la calle acompañada del piano de Aeham. Además, lamenta que en Yarmuk “ya éramos refugiados antes de la guerra y teníamos que seguir buscando un futuro para nuestros hijos”.
“Cuando salí de Yarmuk e intentamos salir del país, en Homs nos encarcelaron a mi mujer, a mis hijos y a mí durante más de diez días. Pudimos salir porque pagamos, pero fui testigo de lo que ocurre, es una locura, sólo con diez días encerrados allí, ya deseas morir”, narra Aeham.
Tras un intento fallido, el verano de 2015 la familia consiguió alcanzar Europa, cruzando el Egeo en una barca hinchable, hasta la isla griega de Lesbos. La ruta continuó a pie por los Balcanes hasta llegar a Alemania donde ahora viven. Durante la travesía, y pese a las dificultades, Aeham solía cantar canciones sirias y palestinas para “no olvidar nuestra identidad”, explica.
A su paso por Viena, volvió a acariciar las teclas de un piano desde que las llamas acabaran el suyo a miles de kilómetros en Siria.
Aeham muestra una foto tocando el piano junto a su hijo pequeño, mientras hace balance de su nueva vida en Alemania, donde trabaja como pianista dando conciertos. Sueña con tocar el piano en Palestina, la tierra de sus orígenes, un anhelo que confía en alcanzar el día que obtenga ese documento que tantos palestinos ansían por tener: un pasaporte.