Polémica por las condiciones de acogida de los refugiados en el antiguo aeropuerto de Berlín: “Es un polvorín”

“La visita dura dos horas y ni un minuto más. Ustedes deciden cómo invertir su tiempo”. La jefa de prensa de la Oficina berlinesa de Asuntos de los Refugiados, Monika Hebbinghaus, no se siente cómoda cuando refugiados y refugiadas se acercan al grupo de periodistas. Aunque intenta transmitir normalidad, apenas puede esconder que le incomoda que personas alojadas en este centro de refugiados en el antiguo aeropuerto de Tegel detengan al grupo de reporteros para contar sus historias.

Es mediados de octubre. Los rayos de sol pierden fuerza a medida que avanza el otoño en la periferia norte de Berlín. El invierno se acerca y con él, el frío, la oscuridad y los meses más difíciles para el centro de acogida de refugiados de Tegel. Aquí viven unas 5.000 personas. La mayoría son ucranianas, con estatus especial concedido por el Gobierno alemán tras el inicio de la invasión rusa en febrero de 2022. Gracias a ello, obtuvieron un permiso de residencia sin necesidad de pasar por el proceso burocrático correspondiente. Pero este permiso no garantiza poder encontrar un apartamento en una ciudad con uno de los mercados inmobiliarios más tensionados de Alemania y Europa.

También hay personas solicitantes de asilo de otros países. La mayoría vienen de Turquía, Afganistán, Siria, Vietnam y Moldavia, según cifras oficiales de las autoridades berlinesas. Los responsables de este centro de acogida improvisado en lo que fuera el principal aeropuerto de la capital alemana —cerrado en noviembre de 2020 tras la inauguración del Aeropuerto Internacional Willy Brandt— organizan hoy una visita de prensa para un equipo de la televisión internacional alemana Deutsche Welle y para el elDiario.es. Tienen interés en mejorar la imagen del mayor centro de acogida de refugiados de Alemania. Tegel acumula demasiados titulares negativos en prensa alemana y extranjera. 

“Un lugar que no debería existir”, tituló el semanario Der Spiegel una larga crónica, publicada el pasado septiembre sobre las precarias condiciones de vida de las personas alojadas alrededor de la terminal C del antiguo aeropuerto. “Los días aquí son largos. No hay nada que hacer aunque hay mucho por resolver” es una de las frases que mejor resume el texto. La crónica arroja luz sobre la gestión del centro de acogida, sobre la falta de transparencia de las contratas y su financiación pública, y, sobre todo, lo hace a través de los protagonistas del lugar: las personas refugiadas.

Críticas y agradecimiento

La cámara y el micro de Deutsche Welle llaman rápidamente la atención de los residentes. Muchos miran con curiosidad. Otros se acercan a hablar directamente en su idioma. Una mujer ucraniana con bastón comienza a dirigirse en ruso al objetivo de la cámara, sin esperar a que nadie le pregunte. Se queja de la falta de una atención médica adecuada. Lleva 18 meses en Tegel, sin perspectivas de ser derivada a otro alojamiento. Cuenta que llegó con dos hijos, uno de ellos con discapacidad. La jefa de prensa de la Oficina de Asuntos de los Refugiados se interesa primero por su situación para acabar interrumpiendo la conversación con el argumento de que hay que avanzar en la visita.

Pero la gente aquí quiere hablar. “Las condiciones son muy malas. No podemos hacer nada. La comida es mala. He perdido peso, se me ven las costillas”, cuenta el joven ucraniano Berdnyk Aleksander, unos metros más adelante, a las puertas de lo que fuera el edificio de la Terminal C en el que las antiguas ventanillas de check-in sirven hoy para registrar a los recién llegados. Berdnyk lleva 10 meses en Tegel. Asegura que nadie le da trabajo, que no puede aprender alemán, que viven sin perspectivas, que ni siquiera le permiten cocinar.

“Mi esposo y yo sufrimos un incendio. Todas mis pertenencias se quemaron. Nadie prometió ayudarnos. Simplemente cerraron las puertas y echaron la culpa a las víctimas”, dice Aleksandra, ucraniana de 22 años procedente de Crimea, dentro del comedor colectivo, entre armarios de impersonal color gris con decenas de casilleros numerados. Aleksandra habla del incidente más grave conocido hasta ahora en Tegel: un incendio arrasó el pasado marzo una de las tiendas gigantes que servía de dormitorio a 300 personas. Nadie murió ni hubo heridos. Fue un milagro, coinciden los medios berlineses. También fue síntoma de que algo no marchaba bien en Tegel.

No sólo hay quejas de gente joven. Hay muchas personas mayores, con problemas de salud y movilidad, que muestran descontento con las condiciones en las que viven. Parecen las más desamparadas de todas. Algunas ni siquiera se molestan en protestar. Miran con una mezcla de desesperanza y hartazgo a los periodistas que son paseados por el recinto por los responsables del mismo. 

También hay quien aprovecha la ocasión para agradecer ante la prensa la acogida de Alemania. “Aquí puedo ganar 10 veces más que en Ucrania y tengo una oportunidad para desarrollarme”, dice un joven ucraniano entre las miradas desaprobatorias y las críticas en voz alta de un grupo de compatriotas mayores que él que no comparten su relato.

Solución de emergencia

El centro de acogida de refugiados de Tegel abrió sus puertas poco después del inicio de la invasión rusa de Ucrania. En un primer momento, se usó como punto de registro de los refugiados ucranianos que después eran derivados a centros de acogida, viviendas sociales u otro tipo de alojamiento distribuidos por toda Alemania.

Pero lo que tenía que ser una solución de emergencia provisoria se ha convertido en un alojamiento permanente con capacidad de hasta 8.000 plazas ante la incerteza de cuáles serán la necesidad de acogida en los próximos meses y años. Que la solución improvisada se haya convertido en permanente es la principal crítica de los detractores del centro de refugiados de Tegel.

Kathie Lehmann es una de las integrantes de Tegel Assembly, una asamblea de organizaciones y activistas que denuncian la situación de los refugiados y también de las condiciones de los empleados del centro de acogida. Algunos de los integrantes de esta asamblea trabajaron en él y fueron despedidos por denunciar interna o públicamente las malas condiciones, o por intentar asesorar por su cuenta a los refugiados. 

Hoy organizan una fiesta con música, comida y juegos infantiles para los residentes en Tegel, en el otro extremo del antiguo aeropuerto. Quieren ofrecer un espacio de evasión seguro a las personas alojadas en la Terminal C. “Hay unas condiciones higiénicas catastróficas, brotes de enfermedades, la gente sigue viviendo en un espacio de cuatro metros cuadrados”, cuenta Lehmann. “Estamos hablando de un aeropuerto, un espacio completamente asfaltado donde están instaladas las tiendas, lo que parece una solución absolutamente improvisada. Hay muchos guardias de seguridad que, por supuesto, tampoco tienen buenas condiciones laborales. Todo el mundo está muy descontento y simplemente no sabe qué va a ser de ellos”.

Desde la Oficina berlinesa de Asuntos de los Refugiados piden comprensión ante el desafío de alojar a tanta gente. “Nuestro mandato legal es alojar a todo el mundo. Evidentemente, cuanta más gente viene, más obligados estamos a bajar los estándares. Es lo que estamos viendo aquí, en Tegel. No es una situación normal. Se debe a la cantidad de personas que ha llegado en un tiempo relativamente corto”, argumenta la señora Hebbinghaus, encargada hoy de guiarnos por la explanada convertida en campamento.

Falta de transparencia

El centro de refugiados de Tegel tiene un presupuesto anual de más de 400 millones de euros, lo que lo convierte en el mejor financiado del país. La Cruz Roja Alemana gestiona el campo con ese dinero, que también sirve para pagar, entre otras cosas, el alquiler del espacio, el catering y a una empresa privada que se encarga de la seguridad del perímetro y los interiores del recinto. 

Organizaciones sociales con experiencia en acogida de refugiados consideran que ese presupuesto debería permitir unas condiciones mucho mejores. “No sabemos dónde va a parar todo ese dinero. Si utilizas el presupuesto de 400 millones para alojar a 5.000 personas, estamos hablando de un coste individual de entre 240 y 300 euros al día. Con ese dinero, el Gobierno de Berlín podría proporcionar pisos de lujo para los refugiados”, explica con cierta sorna Emily Barnickel, trabajadora social de la ONG Consejo de Refugiados de Berlín.

Las denuncias de malas condiciones, combinadas con el enorme presupuesto, abonan las acusaciones de falta de transparencia en el uso del dinero público y las sospechas sobre el margen de beneficio que están obteniendo las empresas privadas que ofrecen los servicios del centro de refugiados de Tegel.

En toda Alemania surgen cada vez más sospechas sobre la gestión privada de centros de acogida de refugiados. La televisión pública ARD y el diario Süddeutsche Zeitung publicaron recientemente una investigación sobre la compañía británica Serco. Especializada en control de fronteras, servicios militares y seguridad, Serco ha ganado contratas públicas en diferentes lugares de Alemania para gestionar centros de acogida de refugiados. 

Documentos filtrados desde dentro de la empresa apuntan a un margen de beneficios de más del 50% en algunos casos, lo que explicaría las pésimas condiciones en las que los refugiados viven en esos centros. Ello también lanza dudas sobre los concursos de concesión de las contratas y sospechas de posibles intereses personales de los responsables políticos correspondientes. 

Pese a todas las críticas recibidas por Tegel, el alcalde-gobernador de Berlín, Kai Wegner, del partido conservador CDU, no se atreve a descartar una ampliación del número de plazas del centro de refugiados. Wegner gobierna desde abril del año pasado con los socialdemócratas del SPD en la llamada “gran coalición”. Los Verdes, hoy en la oposición, son muy duros con la situación en Tegel. El diputado regional ecologista Jian Omar, nacido en el Kurdistán sirio y que recibió asilo político en Alemania tras llegar con una visa de estudiante en 2005, es una de las voces más críticas con el centro. En una entrevista con el semanario Der Spiegel, Omar resume la situación con una advertencia: “Tegel es un polvorín que puede explotar en cualquier momento”.