“Aunque pongan 10.000 soldados armados no van a frenarnos”, comenta a sus compañeros un joven de Malí sentado en una piedra a las puertas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) mientras observa hierático y pensativo la sofisticada alambrada que separa Melilla de la provincia marroquí de Nador.
Todos piensan lo mismo. Creen que las autoridades españolas no se quieren dar cuenta de que realmente lo están pasando muy mal y que no les importa jugarse la vida saltando la valla: “Ya estamos muertos, sin futuro, sin vida”.
A pocos metros, encaramados a unas largas escaleras de aluminio y ayudados por un camión grúa, un grupo de operarios se afana en instalar en la valla metálica exterior, la conocida como concertina barbada o concertina de seguridad: un alambre de cuchillas afiladas que se fabrica y almacena en grandes bobinas pero que a la hora de colocarse se expande como un muelle y puede llenar una gran superficie con púas cortantes.
Este tipo de alambre mortífero fue utilizado en las guerras mundiales para impedir el paso de las tropas enemigas y, hasta hace poco, se usaba casi únicamente en los perímetros de seguridad de algunas cárceles y en el muro israelí en Cisjordania, de ahí que muchos lo conozcan como “concertina o alambre palestino”.
En Melilla estuvo durante muchos años separando el territorio marroquí del español y en 2005, tras construir la doble valla metálica, entonces de tres metros de altura, se puso –además de a ras de suelo en la zona exterior– coronando ambas paredes de acero.
El Defensor del Pueblo, en su informe anual, anunciaba con “grave preocupación” que en su visita a Melilla durante la llamada crisis de la valla de 2005 se apreciaba el despliegue de concertinas formadas por alambre de cuchillas que ponían “en serio riesgo la vida y la integridad de las personas”, ya que su principal efecto práctico sería causar “daños corporales a aquellas personas que intentaran traspasar las vallas”.
A pesar de estas y otras advertencias, las afiladas cuchillas permanecieron dos años más hasta que en octubre de 2007, el entonces delegado del Gobierno, el socialista José Fernández Chacón, anunció su retirada definitiva. Consideraba este sistema “muy lesivo”, después de que causara durante años cientos de heridos, algunos de ellos muy graves.
En su lugar se instalaron una serie de medidas “menos lesivas y más seguras”, tales como sensores de movimiento, mallas antitrepa y un sistema nuevo de mallazos inclinados que dificultaba sobremanera encaramarse a la primera de las vallas. Todas esas actuaciones costaron más de 30 millones de euros.
Ahora, seis años después, el actual representante gubernativo en Melilla, Abdelmalik El Barkani, del PP, anuncia que se vuelve a llenar el perímetro fronterizo de afiladas cuchillas con “una estructura similar a la que se retiró en 2007”, como “parte de una serie de medidas antintrusión”, con las que el Ejecutivo español pretende dificultar la entrada irregular de inmigrantes.
La escritora y periodista francesa, Nicole Muchnik, escribió en noviembre de 2009: “Vaya uno a saber a qué cabeza enfermiza se le ocurrió poner concertinas, o sea, cuchillas en la parte superior del vallado interior que separa Melilla de Marruecos y que ocasionaba terribles heridas”.
No se para con sangre
El principal grupo de la oposición en la Asamblea de Melilla, Coalición por Melilla (CpM), ha anunciado que está “totalmente en contra” de estas medidas lesivas. El portavoz del grupo, Hassan Mohatar, asegura que no quiere que se repitan “las terroríficas imágenes del pasado en las que se veía gente colgando de las alambradas con cortes profundos y heridas que daban escalofríos”.
CpM cree que la inmigración debe ser controlada y que se deben tomar medidas, pero nunca si corren serio peligro los inmigrantes: “Nosotros somos una formación que representa a las personas y estaremos siempre a favor de los derechos humanos por encima de cualquier tipo de actuación, máxime si sólo sirve para frenar la inmigración irregular hiriendo a los inmigrantes”.
La formación EQUO tiene muy claro que la inmigración nunca podrá frenarse “poniendo vallas más altas y más peligrosas”. Lo primordial es ir al origen del problema, “que no está precisamente en Melilla, si no más bien en Europa y el África subsahariana”.
El portavoz de la formación en Melilla, Manuel Soria, insiste en que estas medidas no impedirán que sigan viniendo los inmigrantes: “Lo harán por la valla o por cualquier otro medio, sólo que los que lo hagan por la valla llegarán con lesiones más graves o incluso muertos. No se puede parar el hambre y la miseria con cuchillas y con sangre”.
Las ONG y las asociaciones que trabajan con inmigrantes en Melilla no pueden creer que después de tanta lucha y esfuerzo se dé otro paso atrás en la política fronteriza: “Es inaudito. Increíble. Después de seis años de haberse retirado, esto no tiene explicación alguna”. Así de defraudado se muestra José Alonso, portavoz de la Asociación Pro Derechos Humanos de Melilla (APDHM), que explica cómo se retiró la concertina porque iba en contra de los derechos fundamentales y podía causar daños irreparables en las personas. Alonso piensa incluso que el interés económico de algunos puede estar detrás de esta medida: “Costó mucho ponerla, costó mucho quitarla y ahora la vuelven a poner de nuevo. No sé si están intentando hacer negocio o qué es lo que pasa”.
Nunca llegó a quitarse del todo
A pesar de todo el revuelo que está causando la noticia, lo cierto es que la mayor parte del perímetro fronterizo ya contaba con mallas antitrepa y con concertinas de cuchilla. La nueva medida únicamente viene a completar estos dispositivos en los lugares donde no estaban todavía y a reforzarlos en las zonas más sensibles o que cuentan con mayores intentos de entrada de inmigrantes.
Este hecho ha sido denunciado públicamente en los últimos años por la Asociación de Reporteros y Artistas Solidarios (Areas) y por la Asociación Pro Derechos de la Infancia (Prodein). El presidente de esta última, José Palazón, ya anunciaba en noviembre de 2007, cuando el Gobierno dio por concluido el desmantelamiento de la concertina en la valla, que la medida no era más que “un lavado de cara y una campaña de imagen”.
Palazón volvió a denunciar este verano que gran parte del perímetro fronterizo seguía contando con este tipo de armas lesivas, pero que peor era la existencia de “armas letales”, como es el caso de “las pelotas de goma españolas o las escopetas de las fuerzas auxiliares marroquíes que han causado muchas muertes y muchos heridos muy graves a uno y otro lado de la valla en los últimos diez años”.
El 16 de noviembre de 2007 concluían los trabajos de retirada del entramado de alambre que coronaba las vallas perimetrales de Melilla y todos los medios publicaban la noticia: “La concertina ya es historia”. Pero lo cierto es que únicamente se retiró de la parte superior de las vallas, pero nunca se quitó la llamada “concertina de superficie”, que permanece desde entonces a ras de suelo en la parte exterior y que es más visible y evidente cerca de los puestos de vigilancia marroquíes y en los límites de la ciudad al norte –en el Barranco del Quemadero– y al sur, en el llamado Dique Sur.
“Estuve a punto de morir”
Pascal, un joven inmigrante subsahariano de 26 años de edad, contaba este verano en el monte Gurugú cómo casi pierde la vida intentando entrar en Melilla. Cuando se encontraba encaramado en lo más alto de la primera valla sus pies resbalaron y cayó desde seis metros de altura a la concertina de cuchillas situada en el lado marroquí.
Al intentar salir se desgarró todo el cuerpo quedándole incluso una nalga y parte de la carne que rodea el omoplato izquierdo colgando. Notaba que se desangraba pero hizo acopio de todas sus fuerzas y volvió a trepar por la alambrada.
Finalmente consiguió entrar en Melilla aunque cayó al suelo exhausto y sangrando a borbotones. Pensó que algún guardia civil, de la veintena que había en la zona repeliendo el intento de entrada grupal, le auxiliaría y que su sueño de llegar a España tendría un final feliz. Pero no fue así.
“Dos guardias me arrastraron hasta la parte marroquí y negociaron con los alís –las fuerzas auxiliares marroquíes– para que se quedaran conmigo. Luego alguien avisó a la ambulancia, que tardó mucho, y me llevaron al hospital Hassani de Nador”.
Allí permaneció dos días hasta que Médicos Sin Fronteras (MSF) se hizo cargo de su caso. Fue trasladado de urgencia a Oujda, donde pasó varias veces por quirófano. Tras tres meses de recuperación en planta, consiguió salir vivo y tener fuerzas para volver al Gurugú e intentar de nuevo entrar a Melilla.
Estos hechos ocurrieron en un salto el 20 de octubre de 2012 a la altura del puesto fronterizo de Mariguari. Casi un año después Pascal seguía escondido en los bosques y había intentado llegar a Melilla en otras cuatro ocasiones.
“No voy a dejar de intentar entrar. Soy huérfano de padre y madre y en mi país vivía en la calle, sin nada. Estoy aquí para entrar en Europa, es mi única meta y no voy a parar hasta conseguirla. ¿Qué es lo que puedo perder? No tengo nada”.