ENTREVISTA

El refugiado que denunció a la Guardia Civil por quedar ciego de un ojo en un salto a la valla: “Ha de saberse la verdad”

A Djack se le repiten a menudo las imágenes del día de su llegada a España, pero cuando lo recuerda, este joven maliense preferiría volver atrás y no haberlo vivido nunca. Preferiría haber sido devuelto a Marruecos como las otras veces. Preferiría, dice, haberse quedado en Mali a pesar de la guerra. Porque nada más pisar suelo español, un guardia civil, cuenta, le golpeó tan fuerte en el rostro que le dejó ciego de un ojo para siempre. 

El joven maliense denunció hace un año el episodio, ocurrido el 2 de marzo de 2022, en un juzgado de Melilla y este lunes se iba a sentar por primera vez a declarar -por videollamada- frente a la jueza encargada del caso, apoyado jurídicamente por el Irídia-Centro por la Defensa de los Derechos Humanos. No obstante, poco antes de su celebración, la declaración prevista “ha tenido que posponerse a causa de un error de comunicación entre juzgados”, según informa Irídia.  

Era la primera diligencia ordenada por la magistrada en más de un año y medio de instrucción y se produce después de que el tribunal hubiese intentado archivar la causa sin apenas mover ficha. Tras una sentencia de la Audiencia Provincial, que exigió su reapertura ante la falta de investigación suficiente, Djack podrá contar su versión de los hechos. 

“Denunciar lo que me ha pasado es mi derecho y lo tengo que hacer. Quiero que se sepa la verdad”, dice el maliense en una entrevista por videollamada con elDiario.es. “No entiendo por qué me tuvieron que hacer esto. Podrían haberme devuelto a Marruecos y no pasaba nada”, añade el joven, ya con residencia regular en España después de que el Gobierno respondiese de forma positiva a su solicitud de asilo. Djack denunció al agente que le golpeó y a su superior jerárquico en el terreno por un posible delito de tortura y de lesiones, con los agravantes de racismo y prevalencia de carácter público. El retraso de la declaración ha sido criticado por Irídia, centro de derechos humanos que presta asistencia letrada al maliense. “La decisión no sólo afecta al proceso judicial, sino que supone una falta de consideración y sensibilidad hacia la persona que esperaba ese momento tan delicado”, lamentan desde la organización.

Los hechos

A primera hora del 2 de marzo de 2022, varios centenares de personas protagonizaron un salto a la valla de Melilla. Entre ellas estaba Djack que, junto a un amigo, consiguió saltar la alambrada. Ya en suelo español, cuando intentaban correr y alejarse de la frontera, un agente de la Guardia Civil atrapó a su compañero por la ropa “con su mano izquierda”, mientras con la mano derecha sostenía una porra, detalla la querella.

En ese momento Djack pasó corriendo por el lado derecho del agente, que intentó detenerlo, siempre según su relato: “El agente no tenía fuerza para agarrar a los dos. Y me golpeó tres veces: dos en mi ojo y otra en la espalda”, recuerda el chico. “Empecé a correr para evitar que me devolviesen a Marruecos. Mi ojo izquierdo sangraba mucho. El otro casi no lo podía abrir porque nos habían echado también gas pimienta. Casi no veía por ninguno de los dos. Y una persona me ayudó a llegar al CETI Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla]”. 

Desde allí fue trasladado al hospital, donde permaneció ingresado 15 días. “En el hospital yo siempre estaba preguntando:' ¿Este ojo va a volver a ver o no?' Y nadie me decía la verdad. Me decían: ‘tranquilo, tranquilo’ y nada más. No me daban información”, recuerda Djack. Acababa de migrar a España, no sabía el idioma y se sentía solo y asustado. “Allí sufrí mucho porque tenía mucho dolor, estaba solo, no entendía el idioma, no sabía lo que me iba a pasar…”. 

Cuando recibió el alta, el dolor no cesaba. “Siempre tenía mucho dolor. En el centro me dolía mucho la cabeza y el ojo. Siempre, siempre. Lo pasé muy mal”, describe el joven. En ese momento, como menor de edad, fue trasladado a un centro de menores durante un tiempo, hasta que la prueba de determinación de la edad concluyó que tenía más de 18 años pese a que su partida de nacimiento indicaba que tenía 17. Después, pasó a ser acogido en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla (CETI) donde entró en contacto con la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que le ha ayudado en su proceso de asilo. A través de la ONG, fue finalmente trasladado a Barcelona y, allí empezó a ser tratado en un centro especializado. 

“Cuando llegué al hospital en Barcelona, me dijeron que mi ojo estaba perdido. Que no iba a ver nunca más”, dice el maliense. Entonces, se derrumbó. “Yo no quería vivir. No entendía por qué me había pasado eso. No conocía una vida así, tenía miedo de cómo iba a salir adelante. Empecé a pensar que me quería morir”, detalla el chico. “Si yo hubiese sabido que iba a pasarme esto, no me hubiese ido de Mali. Allí hay guerra y mi vida corría peligro, pero sabiendo que me iban a hacer esto no me merecería la pena”. 

Aunque se encuentra mejor y poco a poco ha recuperado las ganas de seguir adelante, sus secuelas psicológicas persisten después de haber sido diagnosticado de Trastorno por Estrés Postraumático y de Trastorno Depresivo Mayor. Además de seguir con el apoyo psicológico proporcionado por CEAR-Cataluña, recibe tratamiento psiquiátrico, con tratamiento farmacológico y sesiones de seguimiento, a través del Programa de Psiquiatría Transcultural del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, explica su abogada. 

“Durante mucho tiempo, no podía dormir. Tenía pesadillas con lo que pasó. Y, cuando veía a un policía, me venía a la cabeza todo lo que había pasado. Esos recuerdos… No podía quitármelo de la cabeza y siempre estaba cansado”, describe Djack. “Me tuvieron que dar pastillas porque todo el rato le daba vueltas y no descansaba”. 

Aquellos golpes en la valla de Melilla ha atravesado su vida. “Me ha afectado en todos los sentidos. Es como otra vida. Quería dedicarme al baloncesto. Soy muy alto y era mi pasión. Siempre he sido muy deportista. Pero ya no voy a poder hacerlo de manera profesional”, lamenta el maliense al otro lado del ordenador. “Hasta ir en el metro a veces me da vergüenza. La gente me mira el ojo. Noto cómo me miran, como si fuera un criminal. No me gusta, me da vergüenza”, se queja el veinteañero.  

Tras su llegada a España, Djack pidió asilo por el conflicto en su país de origen, Mali. El Ministerio del Interior ha aceptado su solicitud y le ha reconocido la protección subsidaria, por lo que ya cuenta con residencia en España. La decisión del Gobierno sobre su caso pone en evidencia las dificultades con las que se encuentran refugiados como Djack, jóvenes con derecho a obtener asilo por la situación de su país pero que no pueden solicitar protección de otra forma que arriesgando su vida, ya sea saltando la valla o en el mar, como también está ocurriendo actualmente con tantos malienses que atraviesan la ruta canaria.

Cuando era un niño, Djack y su familia tuvieron que huir de su pueblo debido a la situación de violencia en que se vio inmersa la localidad. Después de soportar varios ataques, se fueron a otro punto del país pero, tras haberse instalado y rehacer sus vidas, el 24 de marzo de 2019 tuvo lugar un ataque terrorista en el pueblo en el que murieron asesinadas al menos 160 personas. Entre ellas estaba la madre de Djack. El 2 de febrero de 2020, el maliense decidió huir, según detalla la denuncia. Al dejar Mali, trató de pedir asilo en Argelia, sin éxito, y finalmente pasó un tiempo en Marruecos, donde sufrió episodios de persecución y violencia policial, hasta que decidió tratar de entrar en territorio español para solicitar asilo, cuentan desde Iridia.

Ahora, el joven trabaja como cocinero en Barcelona. Puede realizar el oficio, aprendido en sus años en España, aunque se enfrenta con dificultades derivadas de su situación de discapacidad, reconocida oficialmente por la Administración. “A veces surgen complicaciones, como cuando se me acerca alguien por el lado en el que no veo, pero este trabajo logro sacarlo adelante”, dice Djack.

De cara a la declaración de este lunes, decía estar algo nervioso, pero matizaba que se encontraba preparado y con ganas porque, repite una y otra vez, “tiene que saberse la verdad”. Ahora, tendrá que esperar un poco más, con todo lo que ello supone.

“Es muy importante que se investigue lo que me ha pasado. Porque parece que los negros no tenemos derechos. La gente tiene que saber que yo tengo derecho, que no pueden hacer lo que me han hecho”, dice el joven, ayudado por su abogada que está en todo momento junto a él en la entrevista. “He denunciado también porque no quiero que lo que me ha pasado le pase a nadie más”.