Después que el mes de abril la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara la adopción del Tratado de Comercio de Armas (TCA), la cifra de países firmantes superó el centenar la pasada semana (en concreto 107). Una frontera con carga simbólica y política: si en primavera la votación registró 154 votos a favor, superar el centenar de firmas en tan solo 5 meses significa que el proyecto avanza bien y rápido (sólo para comparar: el tratado de prohibición de las bombas racimo, adoptado en 2008, tiene 5 años más tarde 113 adhesiones).
Un proceso que viene de lejos
Como dijo Oscar Arias, expresidente de Costa Rica, Premio Nobel de la Paz y uno de sus promotores, la aprobación del TCA “es la historia de un sueño: querer regular el comercio de las armas en el mundo. Creí que no iba a ver la aprobación de este Tratado mientras estuviera vivo”.
Abordar la desregulación mundial del comercio de armas siempre ha sido una preocupación del movimiento por la paz. Y, constatando su inmenso impacto humano, social y económico, llegó a ser una prioridad de varias ONG del ámbito de la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria: la proliferación y el descontrol de las armas no solo producía víctimas y vulneraciones de Derechos Humanos, además, imposibilitaba el desarrollo y dificultaba enormemente el trabajo humanitario.
A mediados de los 90, varias ONG plantearon la necesidad de poner bajo control el comercio de las armas: si todo tipo de productos estaban fuertemente regulados, ¿por qué las armas, con sus terribles impactos, no?
A partir del impulso de AI, el aporte técnico de varios centros sobre paz y conflictos, la experiencia en el terreno de Oxfam y el trabajo local en prevención de la violencia de la red IANSA se fundó la Campaña Control Arms, el motor de la sociedad civil en la demanda de un Tratado de Comercio de Armas.
Un Tratado que fuera norma de alcance mundial, que regulara todas las transferencias (no solo la compra-venta) de todas las armas convencionales y que fijara la obligación de no autorizar aquellas ventas o transferencias que pudieran facilitar crímenes contra la humanidad y la vulneración de los derechos humanos.
El papel de Estados Unidos
Sin duda, una de las noticias del día fue la firma del TCA por parte de Estados Unidos.
En buena parte, porque EEUU es la principal potencia exportadora de armas en el mundo. Con EEUU dentro, el TCA se convierte en un instrumento que puede incidir realmente en las transferencias de armas globales. Con EEUU fuera, el TCA tendría una aplicabilidad práctica bastante menor.
Pero, también, porque EEUU, para bien y para mal ha sido determinante en la suerte del TCA: durante años vetó en las Naciones Unidas el inicio de un proceso negociador. Con Obama en el poder hubo luz verde. Durante el proceso diplomático (2010-2012) Estados Unidos mantuvo una actitud fría: aparentemente favorable, pero frenando, rebajando expectativas, amenazando de retirarse si se era demasiado ambicioso, etc. hasta que al final, dijo no. Todo parece indicar que el equipo de Obama desaconsejó que EEUU aprobara el Tratado temiendo una virulenta (por otro lado previsible y habitual) reacción del lobby de las armas y, así, fastidiar su reelección. El no de EEUU permitió, por otra parte, que Rusia y China, nada entusiastas con el TCA pero poco proclives a aparecer como los culpables de la no aprobación, se sumaran al veto.
En la prórroga negociadora de marzo de 2013, EEUU ya pasó a formar parte de los países que querían adoptar el TCA y, tras el fracaso de la conferencia, fue uno de los que votó a favor de su creación en la sesión de abril de la Asamblea General.
¿Significará el apoyo al TCA un cambio en la política de EEUU sobre desarme? ¿Pasará a adoptar, también, los tratados contra las minas y las bombas racimo? Veremos. Por un lado hay que advertir que una cosa es la firma (ejecutada por el Gobierno) y la otra es la ratificación (que precisa de la votación en el Congreso). Pero, además, ya sabemos del perfil poliédrico y contradictorio de Obama en lo que se refiere a cuestiones de paz y seguridad con lo que una buena decisión en un sentido no presupone para nada que el ejemplo se extienda.
Mucho por delante: todo por ganar
El drama de Siria, con su atroz balance de muerte, dolor y destrucción, recuerda incesantemente la necesidad urgente de un TCA: un instrumento que debería poder evitar que varios países, en vez de intentar profundizar en un proceso de resolución por vías políticas y diplomáticas, estén lanzando más gasolina al fuego transfiriendo armas, unos a un régimen contrastadamente criminal y represivo, y los otros, a sus respectivos grupos armados de oposición, entre los cuáles, algunos tan salvajes como el régimen.
Pero para que el TCA sea útil, falta mucho. Falta, claro, más firmas. Y sobretodo, ratificaciones. Cuándo alcancemos las 50, el Tratado podrá entrar en vigor. Aún así, con eso habremos hecho lo más difícil. Pero faltará lo más ambicioso.
Un TCA efectivo necesita de un compromiso real por parte de gobiernos. De unos mecanismos de seguimiento y control dentro del TCA que permitan la tarea de control. De unos medios de comunicación que informen del proceso. Y de unas ONG y una ciudadanía que presionen y vigilen el funcionamiento del TCA, su nivel de calidad y su grado de efectividad.
Cada año más de 500.000 personas pierden la vida a causa de la violencia armada. El TCA puede ser un instrumento efectivo para poner freno a esta epidemia humanitaria. Debemos intentarlo. Y conseguirlo.