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La revolución de las princesas negras

Lydia Mba, la ilustradora del proyecto Potopo: "Si no nos muestran imágenes que nos representen como somos, pensamos que lo bonito es lo otro".

María José Carmona

“El mundo entero se había puesto de acuerdo en que una muñeca de piel rosada, cabello amarillo y ojos azules era lo que toda niña consideraba un tesoro”. Lo escribió en 1970 la autora estadounidense Tony Morrison. Su primera novela, Ojos azules, retrataba la historia de una niña negra cuyo sueño era tener los ojos del color de las muñecas. De las blancas, por supuesto. Ya entonces, Morrison –que años más tarde se convertiría en la primera mujer negra que recibía un premio Nobel de Literatura- denunciaba cómo la falta de referentes acaba por socavar la autoestima de niñas y niños negros.

“Las personas afro no nos sentimos representadas, nos vemos diferentes. Apenas hay personajes negros en los cuentos y cuando aparecen suelen ser estereotipados, como si fuésemos una caricatura”, denuncia Alejandra Salmerón Ntutumu. Ella es murciana pero sus raíces llegan hasta Guinea Ecuatorial, donde nació su madre. Desde pequeña, Alejandra se dio cuenta de que aquellas princesas y heroínas de sus libros tenían poco que ver con la imagen que a ella le devolvía el espejo. Las niñas de piel morena y cabello afro nunca comían perdices.

“Fue entonces cuando recurrí a mi madre para que me contara otras historias, aquellas que se narraban de viva voz en Guinea Ecuatorial, y empecé a descubrir paisajes y personajes diferentes”. Hoy la Alejandra adulta ha decidido adoptar aquella famosa frase de Tony Morrison: “Si hay un libro que deseas leer, pero aún no se ha escrito, entonces debes escribirlo tú”. Junto a la ilustradora, también afrodescendiente, Lydia Mba, ha puesto en marcha 'PotoPoto', un proyecto editorial que busca recuperar los cuentos olvidados de la comunidad afrodescendiente.

La palabra Potopoto es un guineanismo que se utiliza para nombrar el fango o barrizal que se crea tras una fuerte lluvia. Como ellas mismas explican “los libros de nuestras niños y niñas son demasiado blancos, tenemos que ensuciarlos con potopoto”.

Su primer afrocuento se llama 'El viaje de Ilombe' y narra las aventuras de una niña que va en busca de su madre a través de la selva. Todos los elementos de la historia – la ropa, la comida, las plantas, los animales– toman como referencia la cultura y tradiciones de las distintas etnias de Guinea Ecuatorial. También las ilustraciones. “Los rostros de los personajes se inspiran en la forma de las máscaras tradicionales guineanas, por eso son alargados, angulosos y con mucho color”, cuenta Lydia Mba.

El mercado editorial no siempre es flexible a lo diferente, por eso Alejandra y Lydia han decidido autoeditarse. Ahora acaban de iniciar una campaña de crowdfunding en la plataforma Verkami con el objetivo de recaudar 5.500 euros para llevar a su heroína Ilombe hasta las librerías. “Queremos romper estereotipos y visibilizar a la comunidad afrodescendiente”, insiste Alejandra.

En busca de libros diversos

Hoy las estanterías de libros infantiles y juveniles siguen demasiado alejadas de la realidad. Menos del 10% de los cuentos que se publican cada año son culturalmente diversos. Por este motivo, dos novelistas norteamericanas, Ellen Oh y Lamar Giles, crearon en 2014 el movimiento 'We Need Diverse Books' (Necesitamos libros diversos) para llamar la atención sobre la falta de personajes con distintos colores, acentos, sexos y capacidades.

En España, lleva la iniciativa la librería Olacacia. El proyecto partió de un grupo de madres que buscaba libros diferentes para sus hijos. De ahí nació un blog donde empezaron a compartir y recomendar otro tipo de títulos. “Nos dimos cuenta de que algunos eran muy difíciles de conseguir, por eso creamos nuestra propia tienda online”, explica Laura del Villar, una de las socias. Hoy ya cuentan con una tienda física cerca del Paseo de las Acacias en Madrid, hasta donde llegan familias de toda España buscando cuentos sobre acoso escolar, familias homoparentales, racismo y xenofobia o veganismo.

Recientemente acaban de crear también su propia editorial, La Locomotora, para empezar a editar ellas mismas esos libros que aún faltan. La única premisa es que tengan contenido social basado en el respeto a los derechos humanos, la tolerancia y el cuidado del medio ambiente.

“Vivir de esto es complicado. Al final no son libros tan rentables y tenemos que competir con grandes centros comerciales. Confío en que, con el tiempo, habrá un interés colectivo por este tipo de literatura porque la diferencia existe en la vida real. Además, los niños que leen este tipo de cuentos son mucho más abiertos, su mentalidad es más rica”.

“Mamá, soy azul”

Un día, cuando Daniel Madjody aún era pequeño, se acercó a su madre y le dijo “Mamá, yo no soy blanco ni negro, soy azul”. Era su forma de expresar que se sentía diferente. “Yo sabía que no era igual que mis compañeros. Era el único negro del colegio. La diferencia es bonita cuando creces, pero a esas edades quieres ser como todo el mundo”, explica ahora este profesor de padre guineano y madre española. “Por supuesto que te afecta a la autoestima”, concluye.

Anécdotas como la de Daniel son frecuentes. Alejandra cuenta cómo, por ejemplo, una amiga suya también afrodescendiente quiso interpretar el papel de Blancanieves en una obra de teatro escolar. La maestra se lo impidió porque, según ella, su piel no encajaba con el papel. Al final tuvo que interpretar a la bruja mala.

“Si no nos muestran imágenes que nos representen como somos, pensamos que lo bonito es lo otro”, reconoce Lydia Mba. “Es lo que ocurre con el cabello afro. Muchas niñas y mujeres se alisan el pelo por vergüenza, piensan que tener un pelo así es feo y lo identifican con un bajo nivel social”. Frente estos estereotipos nacen proyectos como Potopoto, cuya lucha por representar la diversidad abarca todos los aspectos, ya que sus cuentos también serán accesibles para niños con discapacidad visual.

“La sociedad tiene que aceptar que la mezcla existe. Falta generar herramientas para que se haga visible y tenemos que empezar por los niños. Ellos no son intolerantes ni racistas”, defiende Alejandra. Su deseo es, poco a poco, expandirse, crear nuevos afrocuentos e inspirar a otros autores afrodescendientes a seguir sus pasos. En definitiva, empezar a mostrar que el mundo es más diverso y que esa diversidad nos enriquece.

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