Trabajo infantil, violaciones y palizas a los niños, la otra cara del hambre en Somalia

En Somalia, las miradas se dirigen al cielo. Las lluvias no llegan y, cuando llegan, no son suficientes. Los cadáveres del ganado salpican el seco paisaje. La sequía ha traído consigo una grave escasez de alimentos que empuja a su población a abandonar sus hogares. Este desplazamiento en busca de alimentos ha expuesto a “más de un millón de niños” a “altos niveles de violencia”, como el trabajo forzoso o los abusos sexuales, según ha detectado en las últimas semanas Save the children.

Los trabajadores de la ONG denuncian un aumento de los casos de “violaciones y palizas” a niños y niñas cuando van a recoger leña, a buscar agua o a cuidar el rebaño. “Los que se han visto obligados a trabajar, o habían aumentado considerablemente sus tareas domésticas, están también en un alarmante riesgo de explotación”, asegura Hassan Saadi Noor, director de Save the Children en el país.

Un estudio de la organización ha constatado que, desde que comenzó la sequía, la violencia contra los niños ha crecido casi dos tercios. El 30% de las personas encuestadas sostiene que los menores están en mayor riesgo de violencia sexual.

Las causas, dicen, hay que buscarlas en el desplazamiento. Y las causas del desplazamiento, en el hambre. Dos temporadas consecutivas de lluvias escasas han diezmado las cosechas, han disparado los precios de los alimentos y han matado al 70% de los animales. Los pueblos y las ciudades se están superpoblando por miles de familias que se dedican al pastoreo y, tras perder parte de su cabaña, se han desplazado lejos de su hogar en busca de agua y comida, sin medios para regresar.

“Se pierde el ambiente seguro de estar en comunidades donde cada uno se conoce. Las familias están separadas unas de otras. A menudo viven cerca de extraños. Los baños también pueden estar en áreas abiertas donde las niñas pueden sufrir abusos”, explica Devendra Tak, portavoz de Save the children en Hargeisa –en la región autónoma de Somalilandia–, durante una entrevista con eldiario.es.

La ONG también asegura que los niños están sufriendo “altos niveles de angustia psicológica con síntomas inusuales como lloros y gritos constantes” y ha identificado cambios en su comportamiento. Más de la mitad, detallan, se han vuelto “más agresivos”. “Muchas familias se encuentran en campamentos para recibir la ayuda de las agencias humanitarias y el Gobierno. Allí los niños tienen mucho miedo por estar con extraños y en la noche quedan expuestos a animales salvajes como las hienas, cuyas llamadas escuchan”, puntualiza Tak.

Por otro lado, existe el riesgo de que abandonen el colegio, “el lugar más seguro para ellos”, apunta la organización. Más del 80% de las personas, según la investigación, dijo que los niños “asistían a la escuela con menos frecuencia” desde el inicio de la sequía. 

“Algunas escuelas pueden estar cerradas, en muchas de ellas no hay agua disponible. Además, algunas familias quieren ahorrar la pequeña cantidad de dinero de las tasas de la educación secundaria”, precisa la portavoz de la ONG. Muchos menores, sostiene la entidad, “han sido separados de sus padres y están siendo presionados para mantener a sus familias con el trabajo infantil”. 

El hambre oculta: problemas para aprender y apatía

Asha Abdi (nombre fiticio) viajó 120 kilómetros junto a su marido y sus ocho hijos a un pueblo a las afueras de Burao (Somalilandia) en busca de otro pasto para sus animales, que comenzaron a morir en agosto de 2016. De las 400 cabras que tuvieron una vez, solo les quedan 20. “No quiero quedarme aquí, pero no sé a dónde podemos ir. Este no es mi pueblo y no conozco a nadie”, relata en un testimonio recopilado por Save the children. 

“No le doy a mis hijos de comer durante el día porque no podemos pagarlo. Si recibimos arroz de parientes u otros miembros de la comunidad, se lo damos por la noche, pero de lo contrario no comemos”, añade.

Somalia aún no se ha recuperado de la hambruna que, según datos de Naciones Unidas, dejó más de 250.000 muertos hace seis años, cuando el hambre ha vuelto a convertirse en una seria amenaza para la población. “El riesgo de hambruna es muy fuerte”, lamenta Tak.

Cerca de 6,2 millones de personas se han visto afectadas por la escasez de lluvias y 360.000 niños sufren desnutrición aguda. En zonas devastadas por la hambruna de 2011, como Hudur, se han detectado tasas “excepcionalmente altas” de menores con retraso en su desarrollo, alerta Save The Children.

La falta de alimentos, señalan, genera incertidumbre y “niveles abrumadores de estrés” en las comunidades. “El hambre conduce a la ira, a las peleas y a los malentendidos. Tampoco está claro cuándo volverá la situación a la normalidad y eso crea una sensación de temor que incluso les hace perder la esperanza”, detalla la portavoz de la ONG, quien explica que también se ha producido un repunte de los casos de cólera y diarrea aguda en el país. 

Pero la carencia de nutrientes no solo produce una considerable bajada de defensas en un grupo en pleno crecimiento como son los niños. También afecta a su desarrollo mental y cognitivo, así como a su socialización. Les deja secuelas de por vida.

“Los pequeños se vuelven más apáticos y retraídos, menos curiosos. Dejan de explorar el mundo”, comenta Liliana Palacios, médica y responsable de las operaciones de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana, Sierra Leona, Angola y República Democrática del Congo. En este último país, la organización humanitaria ha detectado también niveles de malnutrición alta en zonas afectadas por la violencia donde las personas “no tienen acceso a su cosecha”, asegura Palacios en una conversación con eldiario.es.

“Piensa en un niño sano. Corre, juega, tiene una energía plena. Los menores que sufren desnutrición cambian su actitud hacia el juego. No tienen ganas, les faltan nutrientes”, recalca. “Estar ingresados también les afecta al vínculo con su familia. Por eso hay que trabajar mucho la relación con los cuidadores”, añade.

A diferencia de la desnutrición aguda, “que si no se ataja a tiempo [la pérdida de peso] produce una mortalidad alta”, el hambre crónica –aquella prolongada en el tiempo y “menos notoria”– conlleva “problemas de memoria” y afecta al autoestima, también a largo plazo, en la vida adulta, según resume la experta de MSF.

Una de las secuelas más dañinas de sufrir hambre durante la infancia se da en el aprendizaje, debido tanto a circunstancias sociales tan básicas como no acudir a la escuela, como al propio desarrollo del cerebro, y con él, la capacidad intelectual. Por ejemplo, se estima que la carencia de micronutrientes como el yodo puede traducirse en un coeficiente de inteligencia menor, según explica el Programa Mundial de Alimentos en su informe sobre el hambre y el aprendizaje

Un mundo con cuatro emergencias alimentarias

Las alarmas se disparan en Somalia cuando se han cumplido dos meses desde la declaración oficial de hambruna en Sudán del Sur, sumido en una guerra civil desde 2013 que ha dejado más de 1,8 millones de refugiados, de los cuales un millón son niños, según UNICEF.

Las ONG también advierten de la situación de la cuenca del Lago Chad, azotada por la guerra contra Boko Haram, donde el hambre afecta a más de siete millones de personas en Nigeria, Níger, Chad y Camerún. En Yemen, dos años de guerra han desatado “la peor crisis humanitaria en el mundo”. Según el Programa Mundial de Alimentos, en este país árabes ya hay casi 2,2 millones de niños desnutridos, 500.000 de ellos sufren desnutrición grave.

Se trata de una carrera contrarreloj. La respuesta humanitaria, según las organizaciones que trabajan en estos países y la ONU, debe llegar antes de que sea demasiado tarde. Pero, si en algo insisten ONG especializadas como Acción contra el Hambre, es que “estas graves crisis alimentarias son causadas por el hombre y no producto de una fatalidad”.