Como el resto de refugiados, cuando Zulfaqar decidió dejar atrás su vida en un pequeño pueblo al oeste de Mosul en busca de seguridad y de una vida más digna, nunca pensó que acabaría pasando meses y meses bajo el techo de una endeble tienda de campaña; primero expuesto al frío y a las lluvias y después a las temperaturas extremas del verano.
“Corrían las 17:00 de la tarde de un día de octubre de 2015, cuando mi padre tomó la decisión de que debíamos dejar nuestro hogar y huir hasta un lugar seguro. Los combatientes del Estado Islámico aniquilaban a cualquier persona que se encontrase en su camino, independientemente de su religión o su etnia”, explica Zulfaqar.
“A las pocas semanas de tomar su decisión, mi padre, que es conductor de camiones, logró encontrar una ruta de contrabando hasta el Reino Unido. Hizo su viaje sin nosotros, sabiendo que le sería más sencillo cruzar las fronteras ilegalmente y llegar a su destino si iba él solo. Su plan consistía en que mi madre, mis cuatro hermanas y yo nos reuniéramos más tarde con él, una vez que él ya se hubiera instalado y pudiera conseguirnos visados”, continúa.
Pero hubo un detonante definitivo que le hizo decidir a seguir sus pasos sin esperar le llegada del trámite. “Una mañana, había quedado en verme con mi amigo Ali. Él era muy puntual, pero el caso es que empezaba a hacerse tarde y no aparecía. Le llamé por teléfono para ver qué había pasado y tras unos segundos de tensa espera, un hombre con voz ronca me respondió al otro lado de la línea: 'estás hablando con el Estado Islámico. Tu amigo Ali está muerto'. Mi madre y yo coincidimos en que tenía que huir inmediatamente del país. Aquel no era un lugar seguro para un hombre joven como yo. Agarré cuatro cosas y me puse en marcha para encontrarme lo antes posible con ella. No quería quedarme ni un minuto más. Soy joven, no quería ni quiero morir”, recuerda Zulfaqar.
“Mi pasión es el fútbol. En Irak solía jugar durante todo el día. Muchas veces, me gustaría correr con el balón, imaginando que soy Ronaldo o Messi, soñando con el griterío de los aficionados animándome”, explica emocionado. “Dejé mi casa con la esperanza y el sueño de encontrar felicidad y seguridad. Eso es lo que me hizo huir en primer lugar. Fui a Turquía y tomé una barca hasta Grecia. Una vez allí, atravesé toda Europa hasta llegar a Francia. Pensé que lo más difícil ya había pasado, pero ya llevo cuatro meses bloqueado en Caláis. Tengo que encontrar como sea la manera de llegar hasta Reino Unido y reunirme con mi padre”.
Violencia y hacinamiento.
Desde que las autoridades francesas demolieran la mitad sur de la “Jungla” en marzo de este año, las condiciones de vida en la mitad norte se han complicado y la gente lucha por el poco espacio que queda disponible. El pasado mes llegaron otras 1.000 personas, entre las que había 142 menores de edad. En total, el número de menores que vive allí supera ya los 700.
“La vida aquí es de por sí muy difícil, pero la brutalidad policial hace que las cosas se compliquen mucho más aún”, explica Zulfaqar.
El pasado 20 de junio, entre 200 y 300 migrantes y refugiados corrieron hasta la autopista que conduce al Eurotunnel con la esperanza de poder subir a los camiones que se dirigen hasta Gran Bretaña. Zulfaqar no se encontraba entre las personas que intentaron cruzar el Canal ese día.
“Tenía miedo”, explica. “Cuando vi llegar a la policía, corrí y cerré la cremallera de la puerta de la tienda, pero incluso allí dentro era difícil no respirar el gas lacrimógeno que habían lanzado por todo el campamento; no sólo a aquellos que estaban en la autopista tratando de alcanzar los camiones”, recuerda.
Junto a Zulfaqar se encuentra Bashir, un sirio de 17 años de edad que huyó de Daraa después de que un ataque aéreo destruyera la casa donde vivía su familia. Sin embargo, lo que menos esperaba Bashir es que la violencia que dejó atrás en Siria le persiguiera hasta Francia.
“Un día, mientras caminaba por la ciudad de Caláis, una mujer me arrojó una bolsa llena de basura”, recuerda. “Para ser honesto, no sé por qué lo hizo. No sé si tendría que ver con el hecho de que no le gusta que la gente esté en 'La Jungla' o si simplemente era una racista”, dice confuso.
Peleas entre los habitantes del campamento
El espacio ha llegado a ser tan codiciado y escaso que algunos migrantes y refugiados han tratado de arrancar las letrinas instaladas por las ONG para poder acampar en ese lugar. Varias organizaciones están haciendo un gran esfuerzo por controlar las plagas, pero las enormes ratas que campan a sus anchas por el lugar son un problema cada vez mayor.
Sin embargo, lo que a Zulfaqar le resulta más triste y preocupante son los conflictos que se producen entre los habitantes del lugar. “A finales del mes pasado, hubo una gran pelea entre sudaneses y afganos, dos de los grupos más numerosos del campo. Empezó como la típica disputa absurda entre dos hombres, pero cada uno de ellos pidió ayuda a los suyos y aquello acabó convirtiéndose en un enfrentamiento entre los nacionales de ambos países. Cada grupo quemó las tiendas de campaña de los otros. Aquel día, más de 1.000 personas perdieron su hogar”, describe el joven.
“Los contenedores a los que las autoridades locales quieren que nos traslademos están llenos y ya hay 350 personas en lista de espera. Llegué huyendo de la violencia en Irak, y ahora me encuentro con que la violencia sigue siendo uno de los mayores problemas a los que me enfrento en Francia”, afirma Zulfaqar.
Recuerda su objetivo: “Yo sólo quiero reunirme con mi padre en el Reino Unido. No entiendo cómo la gente en Francia puede vivir con la conciencia tranquila sabiendo que en 'La Jungla' los hombres están dispuestos a luchar entre sí para conseguir un cepillo de dientes, un teléfono móvil o un simple lugar donde dormir. Deberían darnos protección y, sin embargo, aquí nos tienen: haciendo que tengamos que luchar entre nosotros para intentar sobrevivir”.