Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Ciclovía: 40 años abriendo la ciudad a las personas en Bogotá y en todo el mundo... ¿Y en Madrid?
Tendemos a pensar que esto de ir en bici por ciudad y lo de la movilidad sostenible en general es de personas altas, rubias y norteñas. Gentes de la Europa de arriba, de ésas que nacen civilizadas porque sí. Y no. Un buen ejemplo que acaba con ese mito casi vikingo es el que representa la Ciclovía de Bogotá.
Voy por orden. La Ciclovía o Vía Recreativa o Ciclotón o como se llame según donde ocurra se puede definir como una fiesta que celebra las ciudades para las personas cerrando al tráfico motorizado una buena red de calles y avenidas para su disfrute, ya sea en bici, andando, corriendo, sobre patines o en tacataca. La original bogotana sucede cada domingo y convoca cada vez a cientos de miles de ciudadanos que recorren la urbe de norte a sur y de este a oeste y comparten un espacio que debería ser siempre suyo entre sonrisas, actividades lúdicas de todo tipo y hasta olores a zumos de fruta que vienen de los puestos callejeros y que en un día normal serían imposibles de encontrar entre el humo de los coches.
Por si alguien busca comparaciones, es muchísimo más que nuestra antigua y aburridísima Fiesta de la Bicicleta, que como ha recordado este verano Somos Malasaña siempre ha sido criticada por ser una especie de Fiesta de la Trashumancia a pedales. Y tampoco es una Masa Crítica.
Se trata de uno de los eventos bicicleteros más importantes del mundo, no sólo por lo que significa para su ciudad de origen y para otras de Colombia donde también ocurre, como Barranquilla, Cali, Medellín, Popayán y muchas más, sino por cómo se ha exportado y ha sido aceptado en lugares como Santiago de Chile, Quito, Cochabamba, Caracas, Lima, Guadalajara, México DF, Sâo Paulo, Río de Janeiro, Rosario, Nueva York, Portland, San Antonio, San Francisco, Seattle, Vancouver, Auckland, Bangalore en India y hasta urbes europeas como Bruselas y Alicante.
Y lo bueno es que este asunto, tan grande y tan importante para el fomento de la bici, nace de una iniciativa ciudadana de tres personas que buscaban algo para ayudar a la transformación social de su ciudad y que encontraron en la bicicleta el caballo de Troya perfecto para ello. Jaime Ortiz Mariño, Fernando Caro Restrepo y Rodrigo Castaño Valencia, todos bajo el nombre colectivo de Pro Cicla, crearon la tienda y taller Ciclopedia y propusieron por primera vez en 1974 la celebración de este evento a pedales.
Durante mi reciente viaje a Bogotá, hablé con Jaime, arquitecto y urbanista, y me explicó que estudió en Estados Unidos en los 60, que allí se empapó de contracultura y que, cuando volvió a su ciudad y buscó un símbolo contracultural a través del cual cambiar las cosas, se encontró con la bici. “La bicicleta formaba parte de la cultura de Colombia, nuestro modesto aporte fue darle importancia en un contexto urbano en el que en aquel momento no se le daba”.
Jaime y sus compañeros utilizaron la bicicleta como llave para lograr la “educación de las personas a través del fomento del uso temporal de los espacios para que en el futuro hubiese una masa crítica con ganas de bici”. La masa, como ya he contado en este blog antes, la consiguieron. En Bogotá hay ríos de gente que van y vuelven en bici de sus trabajos y hubo ya en los 90 dos alcaldes criados en la cultura de la Ciclovía, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa, que, además de darle un buen impulso, hicieron políticas en materia de movilidad atrevidas para su época. Aunque a Jaime, crítico y con un punto de vista interesante, a contracorriente y poco convencional sobre este tema, le parecen simplistas y faltas de previsión ante la avalancha de coches que se les venía encima (y efectivamente se les ha venido) por allí.
La Ciclovía cumple este año su 40 aniversario. Fue la primera el 15 de diciembre del 74 y se hizo, tras pedir permiso a las autoridades, en un formato pequeño y sin muchos medios. A pesar de todo, convocó a unas 6.000 personas. Se repitió la experiencia en octubre del 76, otra vez con éxito. Curiosamente, por esos mismos años y sin que Jaime y sus compañeros lo tomasen como inspiración, en Holanda se vivieron las reivindicaciones del espacio público para las personas que desembocaron en la cultura y la movilidad ciclista que conocemos hoy allí.
De vuelta a Bogotá y a la Ciclovía, en 1976 se encargó a sus creadores un estudio, publicado ese mismo año, en el que se recogían palabras que todavía hoy firmaríamos muchos. Por ejemplo: “La esencia es el hombre, nos proponemos colaborar en la reorganización de la ciudad con conceptos distintos a los actuales, que la bicicleta puede ser un símbolo, que las Ciclovías pueden ser un medio. Que el uso de la bicicleta puede ser la solución parcial al problema del transporte en Bogotá. Y el uso de la bicicleta contribuye al bienestar de la ciudadanía”.
Hoy, cuatro décadas más tarde, la Ciclovía no sólo es una tradición y un icono de Bogotá, también es “el hecho cívico más importante de la ciudad y uno de los más grandes del continente”, una fiesta semanal que no es raro que junte a millón y medio de personas en las calles. La que retratan las imágenes que acompañan estas letras y que yo viví hace mes y pico, no fue tan concurrida por culpa de una lluvia tan pesada como el Mundial de fútbol que acababa ese mismo día y que tenía a los colombianos aún por las nubes aunque esa final la jugaran alemanes contra argentinos. Pero sin duda me sirvió para entender mejor las palabras de Jaime, cuando me contaba que ellos cedieron en seguida los trastos a la alcaldía y que no pretendieron llevarse ningún mérito por lo hecho. “Nosotros fuimos solo instrumentos. El resto, la convivencia, el respeto, lo puso la ciudadanía. No hay protagonistas, todos somos los actores principales en esto”. De hecho, hasta las balas y las bombas que durante años asolaron el día a día colombiano, han respetado siempre este suceso dominical, “incluso —según Jaime— en alguna ocasión ha habido artículos de medios de las FARC elogiándola”.
La Ciclovía, aunque no ha sido suficiente para transformar del todo una ciudad en la que el tráfico de cada día es una locura y buena parte de las vías ciclistas están sobre la acera, sigue siendo un hecho estupendo en Bogotá, un momento de disfrute ciudadano encantador. Y es y ha sido esencial para el inicio de transformaciones como la que están viviendo lugares en los que nadie creyó que se haría hueco la bici, como México DF o Los Ángeles. Allí, Antonio Villaraigosa, el anterior alcalde y el primero hispano, creó las CicLAvias, más que inspiradas en las fiestas dominicales bogotanas —Jaime Ortiz asesoró y asistió a la inauguración angelina y hasta fue invitado a hablar—, que han juntado hasta a 200.000 personas en alguna ocasión y que fueron algo así como la prueba que impulsó la creación de un plan de construcción de vías ciclistas que promete 2.700 kilómetros de aquí a 30 años (llevan un ritmo de 120 por año, más o menos).
Sirvan estas líneas para felicitar a Bogotá por esos 40 años de celebración humana y urbana y, por qué no, para sugerir una posible traducción a la madrileña. De hecho, me ha dicho un pajarito que alguien está dando vueltas a todo esto. Por eso, acabo con una pregunta para todas las personas que leéis esto: ¿Qué os parecería una Ciclovía en Madrid?
Tendemos a pensar que esto de ir en bici por ciudad y lo de la movilidad sostenible en general es de personas altas, rubias y norteñas. Gentes de la Europa de arriba, de ésas que nacen civilizadas porque sí. Y no. Un buen ejemplo que acaba con ese mito casi vikingo es el que representa la Ciclovía de Bogotá.