Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
¿Quién gobierna el cabreo sobre movilidad en Madrid?
En Madrid han coincidido estos días tres cuestiones que tienen a mucha gente fumando en pipa. Se acaba de poner en marcha Madrid Central, estamos en pleno protocolo contra la contaminación y hay huelga de Metro. O sea, ha habido doble ración de restricciones de tráfico y otra doble de colapso de una gran parte del transporte público que nos mueve por el área metropolitana. Los dos primeros asuntos son actuaciones para mejorar la calidad del aire y el espacio público, y por eso la salud de la ciudad y sus habitantes, incluso de quienes van en coche y se sienten agraviados por esos límites. El otro, en cambio, es consecuencia de una acción política que es un ataque directo contra ese bien común y que por eso nos afecta a todos, también a quienes circulan en su vehículo privado. Los dos primeros temas corresponden al Ayuntamiento. El otro, a la Comunidad. En los chats familiares, sin embargo, es tendencia colgar en la picota a Carmena, a la que se la considera la madre de todos los atascos; pero no se suele mencionar a Garrido, quizá el único presidente de una región española que puede hacer la compra sin que le reconozca nadie.
El Ayuntamiento de Madrid ha dado ayer datos sobre Madrid Central. El balance de los primeros diez días de puesta en marcha “es positivo”, dice. Ha subido el número de viajeros en los buses de la EMT, el uso de Bicimad y el de los aparcamientos de esa misma empresa municipal; y ha bajado el tráfico de vehículos dentro del perímetro restringido y también fuera. Es demasiado pronto para dar la prueba por superada, habrá que revisar lo que ocurra cuando la medida lleve tiempo aplicada, ya con disciplina de por medio y en días normales, sin puentes ni alarmas sociales creadas por la propia implantación del asunto. No está bien, por eso, que el Ayuntamiento se ponga ya la medalla sin sonrojarse un poco. Pero está peor que la oposición diga que la medida sólo consigue desplazar la contaminación de un lado a otro y no se oigan risas enlatadas.
Cuando escribo estas líneas, no se conocen datos de tráfico durante los dos escenarios del protocolo contra la contaminación vividos en esta semana. Lo que sí se sabe es que en 2017 la contaminación atmosférica en Madrid volvió a batir sus marcas, que por octavo año consecutivo se incumplió lo establecido y que sólo se registraron bajadas en los momentos de restricción del tráfico. Otras cosas que se conocen: la contaminación del aire mata en España a decenas de miles de personas y significa gastos en salud que equivalen más o menos al 3% de nuestro PIB. Y un último dato comprobado: ni siquiera semejantes hechos han conseguido posturas de consenso entre los partidos de la ciudad y la región ni, por tanto, una actuación responsable de los mismos.
¿Y qué pasa con Metro de Madrid? Pues, como decía, la huelga es parte de una doble ración de colapso que, en realidad, deberíamos llamar triple, si sumamos la de Cercanías. Las causas de los diez días de protesta de los maquinistas del suburbano son, según ellos, la falta de conductores y de trenes, la gestión de la crisis del amianto y el incumplimiento del convenio colectivo. Las noticias sobre el deterioro del servicio vienen siendo constantes desde hace ya diez años, los usuarios no dejan de protestar, hay continuos cierres de líneas por reformas (a veces las mismas líneas para hacer reformas de las reformas), casos de corrupción, menos trenes, caída de las frecuencias, lo del amianto es efectivamente un dislate… En resumen, el servicio, como el de los cercanías, es un desastre y no precisamente natural.
Una estrategia política y económica
Alguien mal pensado podría concluir que hay cosas que se hacen a propósito en plena implementación de Madrid Central y con el protocolo en marcha para cabrear más a la gente, pero es que no hace falta ni pensar mal. Todo esto es parte de una estrategia política y económica que llevamos sufriendo dos décadas en Madrid y casi otro tanto en España, es el desmantelamiento de lo público, es echar a perder la sanidad, la educación, la vivienda y el transporte para vender barato y sin mucho coste político. Porque, a base de desprestigiar lo común, el PP y sus alrededores mediáticos y políticos han conseguido que olvidásemos lo que merecemos y por lo que debemos cabrearnos. Y, también, a base de alarmar, han logrado crear un clima de hostilidad hacia medidas que probablemente ellos mismos habrían tomado de estar en el gobierno de la ciudad.
Siendo justos, lo que ha hecho Ahora Madrid en materia de movilidad no está muy lejos de lo que podrían haber acabado haciendo los populares. Madrid Central es muy parecido al proyecto de extensión de las áreas de prioridad residencial que estuvo a punto de llevarse a cabo en la legislatura anterior, el protocolo contra la contaminación actual es una evolución algo más estricta del ya existente (aunque es verdad que el gobierno previo se dio mus siempre que tocó aplicarlo y manipuló los medidores), la reforma de la Gran Vía podría haber sido de Gallardón perfectamente (aunque, en su caso, igual acabaríamos hablando de sobrecostes) y en cuanto a la política de fomento de la bici, continuismo puede ser una descripción moderada.
Entonces, ¿cómo se ha conseguido canalizar la ira para donde no es en plena huelga de metro y cuando por fin Madrid ha empezado a tomar medidas para limpiar el aire? No sé, quizá tenga que ver esta etapa neogoebelsiana en la que vivimos, en la que las estupideces repetidas muchas veces se convierten no sólo en verdad, sino en votos. A mí me encantaría ir como Papa Noel, de chat familiar en chat familiar, de atasco en atasco, explicando a toda esa gente cabreada hacia dónde deberían expulsar en realidad su mala leche, pero tengo mucho lío de comidas y cenas navideñas y no creo que me dé tiempo. Por cierto: puede que el regalo estrella de esta temporada sea el chaleco amarillo y no el patinete eléctrico, como algunos esperábamos.
En Madrid han coincidido estos días tres cuestiones que tienen a mucha gente fumando en pipa. Se acaba de poner en marcha Madrid Central, estamos en pleno protocolo contra la contaminación y hay huelga de Metro. O sea, ha habido doble ración de restricciones de tráfico y otra doble de colapso de una gran parte del transporte público que nos mueve por el área metropolitana. Los dos primeros asuntos son actuaciones para mejorar la calidad del aire y el espacio público, y por eso la salud de la ciudad y sus habitantes, incluso de quienes van en coche y se sienten agraviados por esos límites. El otro, en cambio, es consecuencia de una acción política que es un ataque directo contra ese bien común y que por eso nos afecta a todos, también a quienes circulan en su vehículo privado. Los dos primeros temas corresponden al Ayuntamiento. El otro, a la Comunidad. En los chats familiares, sin embargo, es tendencia colgar en la picota a Carmena, a la que se la considera la madre de todos los atascos; pero no se suele mencionar a Garrido, quizá el único presidente de una región española que puede hacer la compra sin que le reconozca nadie.
El Ayuntamiento de Madrid ha dado ayer datos sobre Madrid Central. El balance de los primeros diez días de puesta en marcha “es positivo”, dice. Ha subido el número de viajeros en los buses de la EMT, el uso de Bicimad y el de los aparcamientos de esa misma empresa municipal; y ha bajado el tráfico de vehículos dentro del perímetro restringido y también fuera. Es demasiado pronto para dar la prueba por superada, habrá que revisar lo que ocurra cuando la medida lleve tiempo aplicada, ya con disciplina de por medio y en días normales, sin puentes ni alarmas sociales creadas por la propia implantación del asunto. No está bien, por eso, que el Ayuntamiento se ponga ya la medalla sin sonrojarse un poco. Pero está peor que la oposición diga que la medida sólo consigue desplazar la contaminación de un lado a otro y no se oigan risas enlatadas.