La España en la calle pese al coronavirus: “Claro que te da miedo contagiarte, pero tenemos que salir a trabajar”
Cada día a las ocho de la tarde, millones de ciudadanos aplauden desde sus ventanas y balcones en todo el país. Son la España encerrada por el coronavirus, que se desahoga y agradece con aplausos la labor de profesionales como Carmen, sanitarios que batallan cuerpo a cuerpo contra el virus y sus efectos en la salud del conjunto de la población. Otros miles de personas también salen a diario a la calle para desarrollar su jornada laboral, mientras otros trabajan desde casa o han visto paralizadas su actividad en esta crisis sanitaria. Algunos han sido despedidos.
No hay bares ni tiendas abiertos, pero sí cajeras, limpiadoras, policías, trabajadoras de la dependencia y del hogar, taxistas, obreros, y teleoperadoras (en una larga lista de profesiones) que dejan cada jornada sus hogares para ir a trabajar. Más allá del debate que han iniciado los políticos, especialmente en Catalunya, sobre si debería haber una paralización total de la actividad durante el periodo de tiempo en el que dure el estado de alarma, la mayoría de los empleados que siguen en sus puestos lo que exigen son medidas y medios adecuados para enfrentar su labor diaria sin exponerse en exceso ni correr riesgos innecesarios que los lleven a contagiarse con el COVID-19.
A muchos de ellos, especialmente al personal sanitario, les llaman héroes. No se consideran tal, pero por vocación de servicio o por obligación para pagar las facturas cada día pisan la calle y se exponen a sí mismos y a los suyos al coronavirus para cumplir con sus contratos laborales. Estos días se trabaja con “miedo”, reconoce la mayoría.
Carmen, enfermera en un hospital
Carmen (nombre ficticio) es enfermera en un hospital público en la Comunidad de Madrid y, aunque en su día a día no está en la UCI ni en las urgencias, ahora todas las manos son pocas para frenar al coronavirus. “Estoy de refuerzo algunos días. En mi hospital no están las cosas tan mal como en otros de Madrid, pero necesitan apoyos”. Cada día más. “Hay mucho curro porque es verdad que hay mucha gente enferma, la mayoría dan positivo y cada vez hay más gente que está muy malita en las UCI. Supone mucho estrés”, reconoce la sanitaria.
Una de las circunstancias que afecta psicológicamente a los profesionales sanitarios es ser testigos de la soledad de los pacientes, contra la que han surgido iniciativas como el envío de cartas a los enfermos hospitalizados, aislados de sus seres queridos. “Esto se ve más en planta, que yo no estoy tanto, pero al final son personas que solo nos ven a nosotros y podemos pasar en algunos casos dos veces al día. Hay personas que mueren solas, si te paras a pensarlo, toca mucho”, destaca la sanitaria.
Los medios de protección, como las mascarillas, están bajo llave y no hay tantas como se necesitan. “Te dan una mascarilla al turno y la tienes que reutilizar. Los EPI te dan uno para todo el turno y todos los pacientes cuando se supone que lo tendrías que tirar con cada paciente y ponerte otro”, asegura la enfermera. Cuando llega a casa, se “desinfecta” por completo para no contagiar a sus padres. “Es un poco contradictorio lo que siento: sé que voy a trabajar y me voy a exponer a mí y a mi familia. Ahí piensas que tal vez sería mejor tener otro trabajo. Pero no, soy enfermera y me siento bien yendo a trabajar y ayudando en esto. Voy con miedo, pero me siento bien”, concluye.
Alfonso, policía nacional
Proteger a los demás sin protección para ellos mismos. Alfonso (nombre ficticio), policía nacional en Madrid, asegura que tiene que repartirse con una decena de compañeros “cinco mascarillas”. “Seleccionamos si una actuación va a tener más riesgo y entonces usamos la mascarilla, porque si la usas ya se tiene que tirar… Pero todos los compañeros tenemos contacto con personas en estos días y no tenemos protección para todos”, explica el agente. Los pocos medios que hay, asegura, han llegado esta semana. “La pasada no teníamos nada, compramos nosotros lejía y desinfectamos los coches, transmisores y demás”, relata.
Fuentes de la Dirección General de Policía sostienen que “la demanda está cubierta a día de hoy y hacemos esfuerzos para que siga siendo así”. Recuerdan que, tras el personal sanitario, los agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado son receptores prioritarios del material de protección que reparte el Gobierno central. “Vamos de los primeros en la lista y damos el material a los que están más en riesgo, como en el control de fronteras y de confinamiento de espacios, como ocurrió en Haro”, señalan las fuentes oficiales.
Los policías nacionales están volcados en estos días en que la ciudadanía cumpla con las restricciones para frenar la epidemia y el Ministerio del Interior ha destacado su papel fundamental en esta crisis. “Les diría que bajen y vean lo que hay en la calle”, responde el policía, que asegura que el personal está muy desprotegido en su labor diaria. Considera que la mayoría de la población cumple las restricciones, “pero me sorprende que con la información que hay siga habiendo gente que haga lo que quiere y, sobre todo, es gente mayor además”. Alfonso recuerda que tienen que seguir cumpliendo con otras actuaciones no relacionadas con el coronavirus en las que se ven muy expuestos si no tienen protección. “Si te tienes que revolcar con una persona en el suelo, no sabes si está contagiada o no”, subraya.
Isabel Viña, trabajadora de la dependencia
A Isabel Viña los agentes de la Guardia Civil que custodian las calles de Villaverde de Medina (Valladolid), de 500 habitantes, le dan ánimos. “Vamos en el coche y nos dicen, ¡adelante! ¡Muy bien! Antes ni te miraban”, explica esta trabajadora de la dependencia de la Diputación de Valladolid, subcontratada a través de Sacyr Social, sobre su experiencia y las de sus compañeras. Acuden con sus vehículos para prestar atención domiciliaria en zonas rurales. “Es una complicidad especial entre unos y otros, que somos los que estamos en la calle. Se pasa muy mal”, reconoce la trabajadora, que sabe que se expone al contagio cuando sale de su casa.
En su profesión, las distancias de seguridad son imposibles. “Tenemos que estar en contacto con las personas, muchas están encamadas, tenemos que cambiarles el pañal, asearlas, vestirlas... Es inevitable el contacto”, explica. Al regresar a su casa, tiene mucho cuidado de seguir concienzudamente los protocolos de desinfección. “Hay compañeras a las que les puede el miedo y están pidiendo servicios mínimos. Yo no los quiero, creo que ahora somos más necesarias que nunca. Hay muchos dependientes que tienen a sus familiares fuera, ahora no pueden desplazarse. Ahora nos necesitan más que nunca”, repite.
“De que pase todo esto verán lo necesarias que somos”, confía Isabel Viña. Las trabajadoras de la dependencia estaban inmersas en una larga batalla laboral por su convenio propio y el salario mínimo de 1.000 euros, que ahora ha quedado aparcada. “Somos de las trabajadoras más precarias. Tendremos que continuar con esta batalla, pero ahora no es el momento”, afirma la trabajadora. Ahora lo que quiere Viña son más mascarillas, “que llegan a cuentagotas, aunque no tengo que recriminar a nadie porque todo el mundo está haciendo esfuerzos para que nos lleguen”.
Nuria Rodríguez, limpiadora en Liberbank
“Somos la primera línea de batalla frente al virus y no tenemos ni guantes”. Nuria Rodríguez es limpiadora de una oficina de Liberbank en Gijón, subcontratada por la empresa Grupo Net desde enero. “Desde que nos subrogó esta empresa, antes estábamos con Acciona, hemos denunciado que no nos abastecen de nada. Ni lejía, ni guantes”, cuenta. Tras muchas denuncias y en plena epidemia por coronavirus, este viernes han recibido en su oficina una caja con algunos productos de limpieza. “Pero no hay guantes ni bayetas. Tampoco lejía que es fundamental para desinfectar, yo he trabajado en quirófanos y se trabaja con lejía. No sé con qué creen que se limpia”, critica Rodríguez.
Fuentes del Grupo Net aseguran que este es un caso “puntual” y que las limpiadoras de la mayoría de los centros han recibido el material. “En Asturias se ha retrasado el envío por un problema logístico. Se va a recibir de tres proveedores distintos, uno del extranjero incluso, cuando lo habitual es que sea uno solo. Estamos haciendo un esfuerzo enorme para que no falte ningún producto”, sostienen en la empresa de limpieza, que aseguran que desde la oficina de esta limpiadora no se pidió el material como correspondía. En Liberbank no hacen declaraciones al respecto.
Nuria Rodríguez niega que la empresa no conociera la falta del material, de la que ha informado al encargado y han denunciando en los medios e incluso ante la Inspección de Trabajo. La limpiadora subraya que el desabastecimiento de sus medios de trabajo diarios lleva “desde enero”. CCOO en Castilla-La Mancha también denunció a mediados de marzo la situación. La trabajadora reconoce que la empresa ha aumentado con la epidemia la limpieza y ahora es diaria, mientras antes iba a limpiar solo lunes, miércoles y viernes.
Las limpiadoras, fundamentales sobre todo estos días por su labor de desinfección, son un colectivo muy precarizado, a menudo con jornadas cada vez más cortas y misma carga de trabajo. El salario de Nuria suele ser de 440 horas por 72 horas mensuales, cuenta. “Así nos tenemos que buscar otros trabajos. Yo limpio además dos portales”. Ahora su temor es llevar “el bicho” a casa donde vive con sus padres, de unos 70 años, desde que la crisis las trajo mal dadas. “Muchas trabajadoras de la limpieza vivimos con personas mayores, que es personal de riesgo. Nos da mucho miedo”.
Raquel, teleoperadora en Transcom
Raquel (nombre ficticio) trabaja como teleoperadora en Transcom, empresa que da servicio a BBVA. Cuenta que esta semana, por fin, se tomaron precauciones para evitar contagios. “Un puesto sí, un puesto no… Pero los baños, mesas, sillas, teclado y ratones los compartimos. Somos muchas. Vas con un poco de miedo”. La empresa no ha paralizado su actividad ni permite a sus empleados teletrabajar porque el cliente (el banco) no lo ha autorizado aún. “Los bancos se agarran a la Ley de Protección de Datos”, continúa. “Transcom tiene también centro en San Fernando de Henares. Ahí los clientes son Orange e Iberdrola y los sindicatos sí están consiguiendo que se teletrabaje”. Desde BBVA indican a eldiario.es que mantienen solo las actividades “críticas e imprescindibles que garanticen el funcionamiento del banco” y que por decreto deben seguir funcionando. “A las empresas que nos prestan servicios se les ha pasado recomendaciones en línea con las marcadas por las autoridades. Nos consta que están llevando a cabo medidas, como la habilitación de espacios alternativos”.
El de los ‘call-centers’ es uno de los sectores que más dificultades está teniendo para conseguir que se cumplan los protocolos de prevención y para teletrabajar, por motivos técnicos y de seguridad. Los empleados de Konecta en Madrid pidieron a la autoridad laboral paralizar la actividad por no estar garantizada la seguridad. En Barcelona, 600 trabajadores de la misma compañía se rebelaron y pararon. En Jérez, la policía desalojó a mil trabajadores de Majorel tras comprobar las malas condiciones higiénicas del centro.
El volumen de trabajo ha aumentado para Raquel y sus compañeras. Los tiempos de espera aumentan y los clientes están irascibles al teléfono. “Esto es atención al cliente. Hay muchas oficinas de bancos cerradas y tenemos más llamadas”, explica. “Hay cosas que desde banca telefónica no podemos hacer. Derivamos a los clientes a las oficinas, pero ellas les remiten a atención telefónica. La gente está muy molesta porque esperan mucho: que si la atención es pésima, que si no se lo puedes arreglar… Así está la situación”. De cara a la próxima semana, espera que se extremen las medidas o que el banco permita el teletrabajo. “Al final, si muchos empleados cogemos el virus la empresa se queda sin personal”, concluye. “Es por el bien de todos”.
Daniel, trabajador de mantenimiento de Iberia
“La semana ha sido muy tensa y confusa. La empresa no ha dicho nada. Entrabas en la zona de trabajo y era otro mundo: ni prevención ni nada”, cuenta Daniel (nombre ficticio), que trabaja en las instalaciones de Iberia en La Muñoza, donde realizan tareas de mantenimiento de aviones. “Guantes llevamos siempre porque trabajamos con productos químicos; la mascarilla te la tenía que aprobar el ingeniero si demostrabas que ibas a trabajar en una zona peligrosa. Y las mujeres de la limpieza, solo dos, no daban abasto”.
El miércoles, el comité se plantó y paralizó la producción. Y así han seguido estos días. “El comité se dedicaba a ir al hangar por la mañana y a sacar todo el mundo fuera”, continúa. “Tú como trabajador no tienes ninguna potestad, pero si el comité de seguridad laboral corta la producción la empresa no puede obligarte a trabajar”.
Daniel cogió días de libranza para la semana que viene. Tiene familiares que son grupo de riesgo y espera quince días a verlos cada día que va a trabajar para no contagiarlos. “Es una psicosis. Quiero que hagan el ERTE ya para poder quedarme en casa”, concluye. La compañía lo presentó el jueves pasado para 13.900 empleados. “Creo que están todas las empresas igual: esperando a que les aprueben el ERTE y, mientras tanto, haciendo ñapas para que vayamos todos a currar”.
Marisol, cartera en Correos
La semana de Marisol (nombre ficticio), que reparte cartas y paquetes en Alcorcón, ha sido convulsa. Los sindicatos de Correos ya acusaron a la empresa de “irresponsabilidad mayúscula por poner en riesgo a la plantilla al no dotarla de medios de protección suficientes” y consideran que son un gran foco de infección.
“La semana pasada íbamos seis en las furgonetas en las que salimos desde la cartería”, explica. El domingo, Correos publicó un detallado protocolo de actuación, pero los trabajadores denuncian que no se cumple estrictamente. “Se suponía que el lunes nos iban a dar guantes, mascarillas y geles, pero el lunes cuando llegamos no había nada. Dos paquetes de guantes para 83 personas”, dice. Los carteros se negaron a salir a repartir y se quedaron clasificando en el centro. “El metro de distancia se guardaba de aquella manera”.
“El martes volvimos”, continúa. “Había mascarilla, gel y guantes. La mayoría salimos a repartir. Íbamos dos o tres por furgoneta. Creemos que tendríamos que repartir solo el Servicio Postal Universal, cartas de hasta dos kilos. Pero repartimos muchos paquetes. Algunos entran en el buzón, otros no. Al final tienes que subirlos a las puertas. Y yo tengo porteros que suelen cogerlos, pero ahora se niegan, como es lógico”.
Marisol trabajó lunes, martes y miércoles, hasta que acudió a su médico de cabecera y le pidió la baja por haber estado en contacto con un contagiado. “Son 14 días”, cuenta. “La empresa alega que tiene que ser por contacto directo, pero clasificamos juntos, no sé qué más contacto puede haber”. Como ella, diez compañeros han conseguido que sus médicos les den la baja por contacto.
Luis, repartidor de comida a domicilio
Las calles desiertas, aún en las grandes ciudades, son una de las estampas de esta emergencia sanitaria. De los pocos elementos que permanecen sobre las calzadas respecto a los días pre-coronavirus son los repartidores de comida a domicilio o riders en sus bicis y motocicletas. Luis, venezolano repartidor de Uber Eats en Madrid, reconoce que aunque todavía hay trabajo se está notando un descenso en los pedidos. “Yo tengo un colchón y estoy trabajando las mismas horas, pero tengo compañeros que están más horas en la calle para poder llegar a las metas”, explica el trabajador.
Autónomos sobre el papel, aunque la Inspección de Trabajo ya ha concluido lo contrario en Madrid, Luis se ha comprado por su cuenta guantes y un gel desinfectante. “Vi que Uber Eats nos daba como un bono de 25 euros o así para material, pero yo me lo compré por mi cuenta”, afirma. Trabaja unas horas para cubrir las comidas y otras cuantas en la noche para repartir cenas. “Uso dos guantes por cada turno. Si uso unos guantes por cada cliente no me renta, me costaron 20 euros”, cuenta el mensajero, que asegura que se lava con desinfectante antes y después de cada entrega. “En los días que he trabajado son más los clientes que te cogen el pedido en mano en su puerta que los que te dicen que lo dejes en la puerta o a la salida del ascensor”, relata.
Gilma Martínez, empleada doméstica
“Tengo miedo de contagiarme y de contagiar al abuelo, pero si no trabajo no tengo paro. No me queda otra, necesito el trabajo”, explica Gilma Martínez. Tras 17 años trabajando en España no tiene derecho a paro, como todas sus compañeras, empleadas domésticas, las únicas trabajadoras en España sin derecho a paro. El pasado Gobierno de Pedro Sánchez prometió ratificar el convenio 189 de la OIT, que supone reconocer el desempleo a las trabajadoras del hogar, pero finalmente quedó pendiente. La mujer, miembro de REDHMI (Red de Hondureñas Migradas), cuida en las noches a un señor de 100 años. “Su hijo trabaja por las noches en una clínica privada, así que alguien se tiene que quedar con el abuelo”, explica.
Martínez tiene miedo a contagiarse y, sobre todo, a infectar al señor del que se hace cargo. Todos los días se desplaza en autobús desde su casa al domicilio del 'abuelo'. “Si él lo coge, no sale. Pero el hijo me dice que él también puede llevar el virus, que podemos ser cualquiera de los dos”, cuenta. La mujer reconoce que, pese a sus temores a enfermar y llevar el virus a casa con sus hijas, no puede rechazar el trabajo. “No tengo paro, mientras pueda tengo que trabajar. En peor situación están muchas compañeras sin papeles, a las que de un día para otro las están echando y no tienen cómo pagar sus habitaciones. Estas historias existen, son personas de verdad”, destaca. Colectivos de trabajadoras domésticas han denunciado el abandono del Gobierno en las medidas laborales aprobadas.
Ángel, trabajador de Amazon
“Entre las medidas que se han tomado fuera y las de dentro hay incongruencia”, explica Ángel (nombre ficticio), que trabaja en el centro de San Fernando de Henares de Amazon. “Hay cosas que no se pueden controlar con tantos trabajadores ahí dentro. Solo pedimos que las condiciones sean buenas, porque hay gente que está entrando en pánico”.
La semana pasada, Amazon confirmó tres casos de coronavirus en dos de sus centros logísticos pero descartó parar la producción. En Estados Unidos, la empresa busca contratar a 100.000 empleados para hacer frente al aumento de pedidos de estos días. En España ha anunciado que busca 1.500. En San Fernando de Henares, explica Ángel, de momento serán 300. “Tenemos ahora más trabajo que en el pico de noviembre a febrero [cuando coinciden el Black Friday y Navidad]. Devoluciones hay pocas, pero nos han dicho que el negocio ha subido un 12,5% respecto a las mismas fechas del año pasado. Y no solo productos de primera necesidad. Hablamos de videojuegos, de Kindles…”.
La incorporación de nuevos empleados genera aún más incertidumbre en la plantilla, porque no sabe si traerán el virus con ellos. “La gente está nerviosa y las medidas no son suficientes. Se preguntan: ¿vendrán infectados? El pánico es generalizado”, concluye. Entre las opciones que ha ofrecido la empresa para que los trabajadores se vayan a casa están los permisos no retribuidos, las vacaciones y consumir horas extra acumuladas. “Yo he estado toda la semana trabajando, pero tenía una bolsa de horas pendientes y me han obligado a cogerlas. En cualquier caso, creo que las medidas son insuficientes”.
Rafael Martínez, taxista
Las taxistas, como servicio público de transporte, han visto regulada su actividad en Madrid y salen los días pares o impares según cómo termine su número de matricula. “Ha caído el 80% de la facturación ahora mismo. No hay nadie en las calles, así que lo que estamos trabajando mi jefe y yo es de la base de clientes que tenemos, gente que nos conoce y nos suele llamar, pero al final la gente se desplaza poco. Alguna firma en notaría, gente que va a tratamientos de cáncer o a una prueba al hospital, pero son cosas muy puntuales y de fuerza mayor”, relata el taxista, que cree que al final será inevitable que su jefe le haga un ERTE. “Casi mejor, es que no hay trabajo y no es sostenible”.
Como medida de seguridad, los desplazamientos los está haciendo con las ventanillas bajadas, lleva guantes y mascarilla al igual que las personas que se han montado en el taxi. “Además, limpiamos con gel desinfectante los agarramanos y la superficie del vehículo”, relata. Con tan pocos clientes y el riesgo de contagio, el ánimo va decayendo. “El otro día volvía peor de ánimo. Das vueltas y vueltas y ves la cuidad desierta, pero desierta. Y todas las paradas de taxi llenas, todos los compañeros en paradas, pero dentro del coche porque no podemos estar fuera hablando”, relata el conductor.
Raquel y Alberto, apicultores
Como relatan los transportistas en estos días, lejos de Madrid (gran foco de la epidemia), también se notan los efectos del coronavirus. Raquel y Alberto son apicultores. “Pertenecemos a la cooperativa Montemiel de Fuenlabrada de los Montes, en Badajoz, donde el 90% del pueblo son apicultores”, explica la mujer. En estos días ha comenzado la campaña para el sector y “en unos 15 días o así empezaremos a sacar miel. A raíz de ahí, notaremos si se vende o no se vende”.
Raquel explica que ahora empieza la campaña y “cada dos por tres tenemos que salir de casa a ver las abejas, a quitarlas miel, a trabajar con ellas”. No pueden hacer el confinamiento, asegura, porque ahora están de temporada. “Somos trashumantes, no las tenemos siempre en el mismo lugar. Vamos según la flor, las dejamos donde hay floración. Mi marido ahora mismo está en Alicante y de ahí las va a llevar a Albacete. Luego la semana que viene o la otra las tiene que llevar a Huelva”.
Generalmente, la pareja hace estos trayectos junta, pero en esta ocasión han decidido que solo se exponga Alberto y Raquel se quede con sus hijas. “Se fue ayer y llegará a casa mañana. En estas circunstancias no puede pararse a dormir en ningún hotel, porque están cerrados y, aunque estuvieran abiertos, te expones al contagio en un sitio totalmente desconocido”, afirma la apicultora.
Guillermo, encargado de almacén
“Lo que nos dijeron del comité de empresa es que mientras el Gobierno no ordene cerrar, la dirección no va a cerrar”, explica Guillermo (nombre ficticio), encargado de almacén en una empresa de ventiladores en la Comunidad de Madrid, donde empaquetan los pedidos y hacen tareas de logística. A unos 200 metros, están los compañeros de fabricación de los aparatos. “En mi almacén somos poquitos y no nos tocamos, nos mandaron gel y solemos llevar guantes. Hoy me han dicho que un compañero no ha ido porque tenía fiebre así que no sabemos”, cuenta el trabajador.
Su sensación no es de mucha inseguridad, reconoce, “aunque siempre te puede tocar la china, trabajamos con mercancía de la fábrica que tampoco sabemos qué tiene”. Lo que sí hay es incertidumbre entre la plantilla sobre cómo terminará esta emergencia. “Mi empresa trabaja en todo el mundo, América, Asia... Así que seguimos exportando porque las mercancías pueden salir. Lo que ha bajado muchísimo es todo lo nacional”, cuenta el trabajador, por lo que no saben si al final la empresa tendrá que hacer un ERTE.
El trabajador reconoce que le alivia “salir y mantener un poco la rutina”. Su pareja, maestra, está en casa todo el día y el encierro cree que le inquietaría aún más. Guillermo ha podido adaptar además su jornada para encargarse de su niña pequeña por las mañanas y permitir el teletrabajo de su pareja. Con motivo de la epidemia, los trabajadores tienen más derechos de conciliación a adaptar y reducir la jornada para cuidar durante esta crisis.
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