Las frías estadísticas arrojan asépticas conclusiones sobre el impacto de la economía en la vida de las personas. De esto se quejan muchos economistas heterodoxos que recuerdan que los indicadores tradicionales para medir la economía solo tienen en cuenta el ritmo de la actividad con parámetros poco humanizados. Esto provoca que desde la esfera política se vendan triunfantes datos de mejora económica que esconden subidas de la desigualdad o de la pobreza en países con tasas de crecimiento trepidantes. Aquí se recogen algunas alternativas para medir el pulso económico y el impacto real en la población de los países más allá de los incrementos del PIB.Índice de Desarrollo Humano
A día de hoy es la opción más avanzada y oficialista, al estar detrás la Organización de las Naciones Unidas. Impulsado hace más de 20 años por su programa para el desarrollo (PNUD), pretende añadir a la perspectiva económica otros factores que influyen en las condiciones de vida de las personas.
Para ello, son tres las variables las que tiene en cuenta el indicador: la esperanza de vida al nacer, el nivel de educación y el PIB per cápita, que trata de evaluar el acceso a los recursos económicos que permiten vivir decentemente. Pese a que la ONU elabora otros sistemas de medición como el Índice de Desigualdad, el de Desarrollo de Género o de Pobreza Multidimensional, no existe todavía uno que englobe todas estas categorías y mida todas estas dimensiones en un solo indicador.
En la última edición, publicada en el 'Informe sobre Desarrollo Humano 2015', son 49 los países con un desarrollo muy alto, 55 en la siguiente categoría de 'alto', 38 en el nivel medio y cierran la lista 45 naciones con desarrollo bajo. Pero repasando y comparando el ranking, las diferencias respecto a si se tiene en cuenta solo el PIB son relevantes, pero no significativas. Países como Estados Unidos pasan del primer al octavo lugar, China cae del segundo al duodécimo y España pasa del puesto 14º al 26º.
Índice de Coherencia de Políticas para el Desarrollo
De nueva creación y con la ambición de ser una verdadera alternativa al PIB, por concepto y perspectiva de futuro, Plataforma 2015, una asociación que incluye a once ONG, ha desarrollado durante dos años un indicador que busca poner en el centro un desarrollo humano, sostenible, cosmopolita, basado en derechos y que apueste por la equidad de género.
El ICPD, que descarta el nivel de renta entre sus variables, tiene en cuenta aspectos como la legislación contra el acoso sexual y la violencia de género, el índice de Gini, la firma de tratados internacionales sobre armas o la biodiversidad marina. Por contra, hay otras variables que penalizan, como el porcentaje de activos bancarios respecto al PIB -cuanto más suponga, mayor castigo-, la opacidad financiera, el porcentaje de gasto militar o la huella ecológica.
Para observar la diferencia entre este índice y el clásico que mide las distintas economías por el PIB, en este caso por el Banco Mundial, hay varios ejemplos significativos. China, la segunda mayor potencia teniendo en cuenta solo el tamaño de su economía, cae hasta hasta el puesto 69º por la baja redistribución de la riqueza. Arabia Saudí, que para el Banco Mundial goza de una salud económica que la sitúa en el puesto 20º, es desterrado al 98º cuando entran en juego los compromisos internacionales y los derechos humanos. Y el caso de Singapur, el país 36º por su PIB y último en la clasificación creada por Plataforma 2015, penalizado por la opacidad financiera, la alta militarización y un desarrollo insostenible. Por su parte España ocupa el decimotercer lugar, un puesto por delante del que ostenta si se tiene en cuenta solo el PIB.
Índice de Felicidad Nacional Bruta
El pequeño país asiático de Bután decidió en 1971 desechar la medición de la economía mediante el PIB e implantó un sistema alternativo que supuso toda una revolución en el mundo: el Índice de Felicidad Nacional Bruta. El concepto se explica sobre cuatro pilares que pasan por la buena gobernanza, la sostenibilidad y desarrollo socieconómico, la preservación de la cultura y el cuidado del medio ambiente. No obstante, los 33 indicadores forman el índice se dividen en nueve 'dominios', que van del uso del tiempo a la diversidad cultural y resiliencia, la sanidad o el nivel de vida.
En el último cuestionario enviado a los butaneses, algunas de las cuestiones fueron por su satisfacción con algunos aspectos de su vida, si tenían en cuenta el karma en varios aspectos de su vida diaria, si habían dormido la noche anterior, su conocimiento sobre los partidos políticos de las últimas elecciones, si habían sido víctimas de un crimen en los últimos doce meses o qué cantidades de arroz, patatas o verduras recibieron durante el año anterior.
Sin embargo, el Banco de Desarrollo de Asia detecta aspectos nada positivos sobre Bután, como la desigualdad existente, en un sistema en el que los ricos son los que más se aprovechan del progreso. En esta línea va la firma de Alan Beattie, analista del Financial Times y que desmonta lo adecuado de medir la economía por el índice de felicidad. Entre sus argumentos, menciona que este sistema no garantiza el cumplimiento de los derechos humanos, con el caso de la brutal represión hacia la minoría nepalí como ejemplo. También denuncia una tasa de alfabetización alrededor del 50%, el alto ratio de suicidios y la economía de subsistencia en la que está atrapada la mayoría de la población.
Por iniciativa del primer ministro butanés, Tshering Tobgay, desde 2012 la ONU lanza el Informe Mundial de la Felicidad en el día dedicado a tal sentimiento (cada 20 de marzo), teniendo en cuenta variables como la generosidad, la percepción de corrupción, la libertad de elección, la esperanza de vida o el PIB per cápita. En la última clasificación, España ostenta el puesto 36º y potencias económicas como Estados Unidos se sitúan en 13ª posición. Paradójicamente, Bután se tiene conformar con ser el 84º país más feliz del mundo.
La soledad o la discriminación para medir la pobreza
Un informe reciente impulsado por el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y la Universidad de Oxford puso el foco sobre este asunto, y se proponían una serie de indicadores para medir la pobreza en concreto. Entre las dimensiones faltantes estarían la calidad del empleo, la seguridad física, el empoderamiento, “poder ir por la vida sin sentir vergüenza literal” -(discriminación, estigmatización...), la conectividad social y el bienestar psicológico y subjetivo. Todos factores que no se tienen en cuenta pero que juegan un papel importante tanto en el desarrollo económico como social.
Para justificar la inclusión del bienestar psicológico y subjetivo, ya avanzan “dudas sobre hasta qué punto se debe considerar a las personas que sufren carencias en bienestar psicológico y subjetivo como pobres, así como también hay dudas sobre la relevancia de su identificación para la elaboración de políticas públicas”. No obstante, luego añaden que su relación con otras dimensiones de la pobreza hacen que deba ser incluido y merezca investigación. Además, advierten de la necesidad de tener en cuenta a los hogares como la forma de medir más realista.
En esta misma línea de los hogares y remontándonos al año 2008, el por aquel entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, encargó al prestigioso economista Joseph Stiglitz liderar una comisión que investigara los límites del PIB e identificara nuevos indicadores de progreso social para adecuar los medidores a la realidad. Entre las recomendaciones concluidas en el informe, abogaba tener en cuenta la perspectiva de los hogares, además de otras sugerencias como evaluar el bienestar material refiriéndose a los ingresos y al consumo por encima de la producción o ampliar los indicadores de ingresos a actividades no mercantiles.
El Índice de Progreso Real
En Estados Unidos, los estados de Maryland y Vermont han dejado atrás la medición de la economía por el PIB para abrazar los postulados del Índice de Progreso Real (IPR). Este medidor identifica 26 indicadores, con variables que van desde la polución al nivel de criminalidad, pasando por la cantidad de tiempo libre o la dependencia de la deuda externa.
La Universidad de Vermont atribuye el indicador al economista John Cobb, aunque cita como sus inspiradores a figuras como James Tobin (conocido por la tasa que lleva su apellido). La necesidad de crear alternativas al PIB espoleó a estos economistas, que plantearon una ruptura con la medición de la economía solo por factores económicos para, como en este caso, incluir los ambientales y sociales.
Por ejemplo, en Maryland la incorporación de este sistema permite que se implementen objetivos como disminuir la tasa de mortalidad infantil o la reducción de un 25% en las emisiones de CO de los hogares para 2020. Y como se puede ver en el siguiente gráfico, aunque la evolución del PIB del Índice de Progreso Real tienen puntos similares evolucionan de forma distinta, y que aunque los factores estrictamente económicos puedan ir en continuo aumento hay otros puntos que no lo hacen al mismo nivel.