Inestabilidad política es lo que nos deparan las próximas semanas. Eso está claro. Mientras tanto, la vida sigue. La actividad productiva, la búsqueda desesperada de empleo y las finanzas familiares no se detienen. Aun así, la prensa abre cada mañana con las nuevas de la economía actual. Sube el paro, baja el paro. Sube el PIB, baja el PIB. La Bolsa sube, la Bolsa baja. Es un hecho que hace darnos cuenta de la importante consideración que tiene el sector de la economía en nuestras vidas.
Pero, ¿alguien se ha parado a pensar qué es la economía? Yo mismo pasé gran parte de mi formación como economista con la idea de que existía un gran mecanismo que si se respetaba y no se alteraba su funcionamiento ordinario, la economía y todo lo que ella conlleva harían del mundo un lugar paradisíaco donde existía el pleno empleo, donde los índices de pobreza serían mínimos y donde las deudas y los sueldos de 400 euros no tenían cabida.
Sin embargo, con el pie en 2016, ocho años después de que esa vorágine de burbujas inmobiliarias y compras de deuda tóxica explotara, todos y cada uno de nosotros hemos comprobado (sino en nuestras carnes, cerca de ellas) que no existe tal mecanismo infalible.
Entonces yo me pregunto, ¿por qué es lo que siguen enseñando en las universidades? Durante un lustro de formación económica, sólo somos capaces de asumir (en resumen) un trasfondo donde en tiempos de recesión, son la disminución del gasto público, la bajada de los salarios y el aumento de los tipos de interés las únicas vías de salvación. Apuesto a que esa es la dirección de crecimiento que los integrantes del anterior Gobierno asumieron en sus días de formación. Lamentablemente, y aparte de aquellos discursos políticos donde España es la que más crece de Europa, no funciona. Seguimos en vías de destrucción de empleo estructural. Seguimos precarios y los contratos temporales suponen más del 90 por ciento del total. La deuda sigue creciendo y tasa de empleo juvenil es abominable.
Seamos claros y seamos conscientes de que la economía no es una ciencia exacta. En economía, sumar uno más uno, no siempre es dos. La economía es un discurso, es una manera de actuar, es la manera de defender el bien común. El bien de los de arriba no mejora la situación de los de abajo, no obstante, el bien de los de abajo sí mejora la situación de los de arriba. Todos sabemos que el proceso económico es circular. Entonces, ¿por qué la economía no puede ser una manera de apostar por el bien común y el éxito comunitario? Si me preguntan a mí, yo digo que la formación de los economistas tiene mucho que ver. Si nos pasamos todo un período de formación aprendiendo que el mundo será mejor o peor operando con variables macroeconómicas, parece imposible que consideremos el nivel microeconómico como el verdaderamente importante. No sirve de nada que los índices de crecimiento se incrementen año a año cuando continuamos con más de un 20 por ciento de desempleo. Si seguimos este trayecto, seremos incapaces de reconocer que existen vías alternativas, incluso complementarias, a tener en cuenta dentro de los campos de la economía.
Fue Adam Smith, quien con su libro 'La Riqueza de las Naciones' (1776) fue apodado como 'el padre de la economía', y digamos que es desde ahí donde la economía empezó a desvincularse de la política y a tomarse como un campo más de la ciencia. Ese libro, donde se comienza a hablar de la mano invisible (la autorregulación de los mercados) y el papel del Estado en la economía, es el Santo Grial de los manuales universitarios. Sin embargo, desde el siglo XVIII ha llovido mucho y numerosas ideologías y formas de actuar han ido tomando relativa importancia a la hora de considerar qué es lo mejor para la población de un territorio concreto (comunismo, keynesianismo, etc.).
¿Y cuál es el modelo correcto? La evidencia histórica es la que nos ha enseñado que un solo modelo económico no puede ser el mecanismo definitivo sino que han existido y existen varios caminos, que a veces son acertados y a veces son fallidos. Pero el actual no es el único ni parece ser el más acertado.
¿Y qué tiene que decir a esto el modelo educativo universitario en materia de economía? Pues yo pienso 'ojos que no ven, corazón que no siente'. Es cierto que la investigación en economía tiene infinitas aplicaciones y es muy útil para entender ciertos hechos de la conducta humana y los nuevos métodos para el crecimiento del tejido empresarial. Sin embargo, el modelo actual, desde mi punto de vista, sólo ha desembocado en un modelo matemático que pocos entienden. Y aun así, parece ser la única manera de enseñar economía.
Pero no sólo el actual método universitario ha contribuido a un pensamiento donde las matemáticas son las que controlan nuestras vidas, también ha regresado a muchos economistas que poco se les entiende y que titubean en sus creencias acerca de lo mejor para con la economía. Esto es mucho más sencillo que un discurso abstracto. Es inútil explicar la economía a través de paradigmas y números imposibles para maquillar la realidad. Que no nos vengan a decir que estamos en la senda del crecimiento debido a que nuestro PIB es mayor que el del año pasado cuando a los jóvenes de este país se les sigue llamando 'la generación perdida'. Dejemos de lado los números y optemos por otras vías para recuperar a esa generación.
Por ello, necesitamos un cambio institucional, un cambio donde tengan cabida nuevas fórmulas para crear empleo y fomentar estabilidad. Basadas en la igualdad de género, en el ensalzamiento de las energías renovables, bancas éticas o enseñanzas universitarias pluralistas. Necesitamos un nuevo modelo que enseñe a los economistas y a las personas en general que para que la economía de un pueblo sea próspera todos hemos de colaborar y apostar por vías que influyan positivamente en todos y cada uno de los aspectos que incidan en el bienestar de la gente. En definitiva, repensemos la economía.
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