De la cerca para que no entren apestados al derribo de murallas: las ciudades llevan siglos intentando evitar epidemias
Aunque apenas quedan restos porque fue “una auténtica chapuza”, Madrid tuvo a partir del siglo XVI una cerca que ejercía —entre otras cosas— de barrera para contener enfermedades. El primer perímetro lo estableció Felipe II en 1566, tras una peste que mató a 10.000 personas en Zaragoza. Pero no llegó a completarse en su reinado y fue su nieto, Felipe IV, quien la terminó.
“En la época antigua, las ciudades eran pequeñas y estaban amuralladas para defenderse de los enemigos. Las murallas siguen siendo defensivas durante la Edad Media, pero cuando hay grandes epidemias sirven como elemento de control: si no entran los apestados, hay menos probabilidad de contagios”, explica Ricardo Aroca, arquitecto y autor de 'La historia secreta de los edificios'. “También son un elemento de control económico, para recolectar impuestos sobre lo que entra y lo que sale”.
“La cerca es una chapuza que hizo Felipe II, en principio, para las epidemias”, añade Alberto Tellería, vocal técnico de la asociación Madrid Ciudadanía y Patrimonio. “Cuando había una, las ciudades se cerraban. El confinamiento era a lo bestia. Madrid no tenía murallas, así que cuando el rey ordenó cerrarla se rellenaron los huecos entre las tapias. Poco a poco se hizo más firme”. El trazado de esta cerca resultará familiar a muchos madrileños, porque, quitando el Retiro, se asemeja a lo que hoy es Madrid Central.
No han hecho falta murallas para cerrar ninguna ciudad española durante la crisis del coronavirus, aunque sí hemos sabido de municipios costeros que han levantado barricadas para bloquear el acceso de turistas a sus playas (el Gobierno ordenó retirarlas). Sin embargo, una cuestión que aflora ahora que estamos a punto de entrar en fase de 'desescalada' es si las ciudades, que concentran altas densidades de población, están preparadas para mantener el distanciamiento social.
De Berlín a Bogotá pasando por Auckland (Nueva Zelanda), llegan noticias de proyectos que habilitan carriles temporales, habitualmente dedicados al coche, para peatones y bicicletas. El objetivo es que haya más espacio entre personas. Ninguna urbe en España ha contado aún sus planes: solo el Gobierno ha dicho que, en una primera fase, estudia dejar salir con niños o a hacer deporte.
Hay hipótesis sobre cómo cambiará el coronavirus las ciudades de todo el mundo. Pero no es necesario viajar al futuro para saber cómo impacta una epidemia en una ciudad. Sorprendentemente, muchas de las características que hoy definen la vida urbana se implementaron tras enfermedades pasadas. “Las epidemias de cólera han influido sobre los temas de agua. La peste, sobre los cementerios. La tuberculosis, sobre los parques y jardines. La lepra, sobre los lazaretos”, resume Javier Ruiz, profesor de urbanística y ordenación del territorio en la Universidad Politécnica de Madrid. Los lazaretos son recintos aislados, normalmente en puertos marítimos, para 'aparcar' a los enfermos durante su cuarentena.
Cuando los cementerios salieron del centro
Las pestes europeas de los siglos XVII y XVIII provocaron, en muchos casos, la prohibición de cementerios parroquiales. En España fue la peste de Pasajes (Guipúzcoa) en 1781 la que impulsó este cambio. La epidemia causó 83 fallecidos en un mes y llevó a Carlos III a promulgar una real cédula por la que se prohibía la inhumación dentro de las iglesias y se establecía la construcción de cementerios en el exterior.
“En el País Vasco y otras zonas era costumbre enterrar dentro de la iglesia. En el siglo XVIII ya se hacía fuera, pero en terrenos aledaños”, cuenta Adrián Aginigalde, médico especialista en medicina preventiva y autor de un trabajo sobre el tema presentado en el Museo Vasco de Historia de la Medicina. “Lo que ocurre en Pasajes desencadena un cambio urbano relevante. Carlos III promulga que los cementerios deben ir fuera de las iglesias. Luego ya empiezan a hacerse extramuros, aunque costó mucho que se desarrollase”. La ocupación napoleónica y los brotes de cólera, a partir de 1833, favorecieron esta adopción.
“A finales del s.XVIII se extiende la idea de que las iglesias son un foco de contaminación. Por lo visto, los olores eran horribles”, añade Tellería. “Pero hay mucha resistencia de la gente y tardan en hacerse fuera. De hecho, el primero que se construyó en despoblado no fue por una epidemia sino por un derrumbe: se cayó la iglesia de un pueblo de Palencia (Villarramiel de Campos) y se murieron los vecinos dentro. Lo hizo Ventura Rodríguez, era un cementerio sencillito”.
En Madrid, los cementerios de fuera se concentraron en el barrio de Chamberí hasta que en 1879 se construyó La Almudena. Precisamente durante su construcción hubo una epidemia de cólera, así que se habilitó un cementerio provisional llamado “de epidemias”.
Según explica Aginigalde, la falta de espacio en las urbes y el marco científico de la época también tuvieron mucho que ver. Por aquel entonces aún imperaba la teoría del miasma, de que las enfermedades se propagaban en forma de aire venenoso. “Pensaban que cualquier cuerpo en descomposición liberaría las miasmas”, continúa. “Tenía sentido sacarlos fuera de las murallas como forma de limpiar el aire”.
Objetivo: sanear la ciudad
En 1854, un brote de cólera mató a 650 personas en quince días en Londres. La idea del miasma seguía presente, pero un médico llamado John Snow sospechaba que la calidad del agua —que en la época dejaba mucho que desear— podía ser relevante en la transmisión de la enfermedad. Junto al reverendo Henry Whitehead, Snow visitó las casas de familias afectadas, trazó un mapa de la enfermedad, encontró al paciente cero y a la culpable de la propagación del brote. Resultó ser una fuente pública en la calle Broad Street de la que salía agua contaminada.
El mapa de Snow es muy conocido porque sentó las bases del método epidemiológico, aunque murió cuando aún no estaba ampliamente aceptado. Solo cuatro años después del brote, Londres vivió el verano del Gran Hedor: aún no había hecho nada para evitar que las aguas residuales fueran al río Támesis y una ola de calor provocó muy malos olores. El Gobierno encargó un sistema de alcantarillado al ingeniero Joseph Bazalgette. Este cambió la apariencia de la ciudad porque se hizo bajo terraplenes construidos sobre el río.
Justo antes de terminarlo, hubo otro brote de cólera en una zona donde aún no había llegado el alcantarillado. El reverendo Whitehead, que ayudó a descubrir su origen, pudo entonces demostrar que la teoría de Snow era cierta y que la finalización del sistema de Bazalgette evitaría nuevos brotes.
“A mediados del siglo XIX hubo un desarrollo muy importante de las ciencias. Fueron dos movimientos: el higienismo y la estadística”, apunta Vicente Guallart, que fue arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona. “En Barcelona hay un antecedente. La revolución industrial se producía dentro de las murallas, las fábricas estaban ahí. La población creció en 150.000 personas. El Ayuntamiento lanzó un concurso para sacarlas. Y lo ganó un médico higienista con un manifiesto que se llamaba 'Abajo las Murallas'. Era Pere Felip Monlau”.
Las ciudades eran aún lugares donde la gente vivía sin agua corriente, sin cloacas y sin ventilación. Actuaciones como el alcantarillado de Londres o el derribo de murallas de Barcelona venían a sanearlas para evitar nuevas enfermedades. “El higienismo era un movimiento que trataba de mejorar la vida de los espacios habitables”, continúa Guallart, “algo que hoy en día es muy recurrente”.
¡Abajo las murallas!
“Los salubristas, llamados higienistas en la época, abogaron por derruir las murallas en casi todas las ciudades, especialmente con el fin de las Guerras Carlistas. La ciudad no ventilaba, era un criadero de mosquitos y restos orgánicos. Derribándolas evitarían las miasmas y disminuirían el hacinamiento intramuros. Querían que la ciudad creciera”, agrega Aginigalde.
El derribo, en el que París toma la delantera, se produjo en multitud de ciudades españolas: en San Sebastián, Valencia, Barcelona, Bilbao y en Madrid, aunque su cerca fuera “una birria”.
Es curioso que lo que siglos atrás había servido como método de contención de epidemias fuera ahora el problema. Pero la población aumentaba tanto que no quedaba otra. “Fue una cuestión estructural. La calidad de vida era muy baja. ¿Qué ocurrió? Una vez comenzó el derribo de murallas, Ildefonso Cerdá, que había estudiado arquitectura, economía y estadística, se basó en todas estas corrientes y estudió la Teoría General de la Urbanización”.
De hecho, una de las cosas que hizo Cerdá fue analizar las muertes del brote de cólera de 1865 en Barcelona por pisos y edificios, para ver dónde se concentraban y saber si los muertos vivían mejor o peor.
Tras su estudio, Cerdá diseñó el plan de ensanche de Barcelona. “Su respuesta no fue para responder a una epidemia concreta, sino a todas de manera estructural. En Valencia hicieron un ensanche similar. También hizo uno para Madrid, aunque no se llegó a ejecutar. La idea era el higienismo a través del urbanismo: cambiar la calidad de las calles, poner alcantarillado, que las ventanas fueran más grandes... Eso ocurrió a mediados de siglo”. En Madrid, donde la cerca seguía siendo útil para cobrar impuestos, el plan Castro (otro plan de ensanche) mantenía un foso con el mismo fin. A diferencia de la cerca, el foso permitiría airear. Cuando cambió la forma de pagar los impuestos perdió su sentido y lo que se había excavado se llenó de nuevo.
El higienismo abogó por la instalación de parques y jardines. En Estados Unidos, el máximo exponente fue el arquitecto paisajista Frederick Law Olmsted, diseñador de Central Park. Olmsted argumentaba que los grandes parques públicos funcionarían como “pulmones” que limpiarían el aire (aún no se había derribado del todo la teoría del miasma).
“Olmsted estableció principios de jardines que intentaban reproducir el campo dentro de la ciudad. Viene del paisajismo inglés”, comenta el vocal de Madrid Ciudadanía y Patrimonio. “En Londres había 'squares' (parques) porque la gente echaba de menos la vegetación. En París se estableció una política de 'squares'. Influyó en Madrid: en la plaza de Santa Ana, en la de Pedro Zerolo... se tiraron edificios para construir plazas ajardinadas. Todo eso era para sanear la ciudad. Pero después se hicieron parkings subterráneos, se perdió el arbolado y nos las cargamos”. Cerdá tenía la idea de llevar la naturaleza a la ciudad poniendo vegetación en el interior de las manzanas de Barcelona. Pero, al final, se construyó dentro de ellas.
¿Cambiará el coronavirus el paisaje urbano? “El gran debate, a nivel internacional, es el de utilizar bien las calles y el espacio destinado al automóvil para renaturalizar y peatonalizar. Las supermanzanas de Barcelona van en esa línea”, concluye Guallart. “Una de las consecuencias será que habremos experimentado cómo son las ciudades con aire limpio y cómo la gente puede usar las calles para pasear e ir en bici”.
Para el resto de consultados, sin embargo, el problema no está tanto en las calles como dentro de las casas.
“Hay sitios donde nos acumulamos mucho, pero en la calle procuramos espaciarnos. El problema está en las viviendas”, dice Tellería. “Te diría que, en principio, no hay grandes medidas a adoptar. Es verdad que las ciudades son irrespirables, pero las medidas ya se adoptaron”, concluye Aginigalde. “El tema está en cumplir las ordenanzas. El baño y la cocina están separados del lugar de dormir por un motivo de salubridad, pero eso se incumple a través de las reformas. También en oficinas se puso de moda el espacio abierto en los 80 y 90. Es posible que eso se vea afectado. Nosotros lo llevamos viendo en la tuberculosis de siempre: se ve favorecida por el hacinamiento. En vivienda, hay mucho por recuperar y hacer cumplir”.
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