En la última década, la superficie que hay en España destinada al uso agrícola es prácticamente la misma. Cerca de 24 millones de hectáreas en las que se producen todo tipo de cultivos: frutales, viñedos, olivares, pastos... La variación en diez años ha sido mínima, menos de un 1%. Lo que sí ha cambiado es el número de explotaciones: hay casi un 8% menos que en 2009. La combinación de estos dos factores indica que la producción agrícola está cada vez más concentrada.
Es una de las conclusiones que arrojan los datos del último Censo Agrario (2020) publicado por el Instituto Nacional de Estadística a (INE) a principios de mayo de este año. Se trata de una exhaustiva operación estadística que no se realizaba desde hacía diez años, y cuya primera publicación fue en 1999. ¿Cómo ha cambiado la distribución de las tierras en ese tiempo? ¿Dónde se da una mayor concentración?
En 1999, el 54% de la tierra agrícola estaba en explotaciones de más de 100 hectáreas, esta proporción aumentó hasta el 55% diez años más tarde y, en 2020, los macro cultivos ya suponían el 58% de toda la superficie agrícola de España. El resto de explotaciones de otros tamaños han ido perdiendo terreno mientras las más grandes crecían cada vez más.
Diego Juste, portavoz de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA), apunta a una causa principal para explicar esta tendencia: la crisis de rentabilidad. “Hace que los agricultores y ganaderos de la mayoría de los sectores tengan muchos costes e ingresos muy bajos. Esto lleva a que sea necesario disponer de explotaciones más grandes para que sean más rentables”, cuenta. Es el mismo factor que señala en primer lugar el director técnico de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), José Luis Miguel: “Las explotaciones son cada vez más grandes para poder conseguir unos costes unitarios de producción cada vez más pequeños; en definitiva, para competir en el mercado”.
Los datos muestran que no sólo es que hayan aumentado las explotaciones de mayor tamaño (las de más de 100 hectáreas), sino que son las únicas que lo han hecho. El número de macro explotaciones aumentó casi un 9% en la última década: si en 2009 había algo más de 50.000, en 2020 ya superaban las 55.000. En el extremo opuesto, las más pequeñas (las de entre 1 y 2 hectáreas de tamaño) se redujeron un 32% en ese mismo periodo. Se puede ver en la siguiente tabla.
Estas variaciones también se reflejan en la cantidad de espacio que ocupan las explotaciones. La Superficie Agrícola Utilizada (SAU) —según su definición en el INE— que ocupan las más grandes creció un 5,6% y se redujo cada vez más a medida que disminuye el tamaño de las explotaciones. En el caso de las más pequeñas (de 1 a 2 hectáreas) hasta un 26% menos, y las siguientes más pequeñas (de 2 a 5 hectáreas), un 12,5% menos.
Para Juste, esta tendencia se incluye en un fenómeno más grande: “A esto se suma la dificultad a la hora de relevo generacional. Los jóvenes ven dificultades, principalmente de rentabilidad, y cada vez es más difícil desarrollar un proyecto de vida en el pueblo. Es un proceso económico, social, demográfico”, explica.
Un proceso generalizado con brechas por territorios y cultivos
En mayor o menor medida, la concentración es un proceso generalizado que se da en la mayoría de las comarcas. Sin embargo, no se da por igual en todo el territorio. Al plasmar los datos sobre un mapa, vemos una clara diferencia entre las zonas del interior peninsular y las zonas de costa.
Los grandes latifundios son mucho menos frecuentes en el Levante y la cornisa Cantábrica mientras las explotaciones de más de 100 hectáreas se concentran en el interior. En algunas comarcas de Extremadura, más del 80% de la tierra agrícola está en manos de grandes productores. En la Huerta de Valencia, solo el 4%.
Esa distribución de explotaciones se debe “a la muy diferente rentabilidad que obtienen las explotaciones de secano del interior o de regadío de la zona de costa”, explica Juste. “El secano requiere de grandes superficies para que se pueda ser rentable”, añade el portavoz, un factor que no es imprescindible en los cultivos de regadío.
Las organizaciones agrarias advierten sobre las consecuencias de esta concentración de la alimentación en pocas manos. José Luis Miguel, de la COAG, pone el ejemplo de la uva de mesa en Murcia: “Era un cultivo con un fuerte carácter social, en el que muchas familias vivían de él, pero se ha llevado a cabo al final una concentración de tal forma que son tres empresas las que dominan este sector. Ahora no hay espacio para que cualquier productor independiente comercialice su uva sin pasar por alguna de estas compañías”.
Los datos del Censo Agrario muestran este cambio. Las explotaciones de más de 100 hectáreas de uva de mesa han pasado de controlar el 30% al 50% de la superficie dedicada a este cultivo en Murcia.
Este proceso de concentración de la tierra no es un fenómeno único, sino que se repite en la mayor parte del territorio. En 2020, el 60% de las comarcas agrarias tenía más superficie en explotaciones de más de 100 hectáreas que diez años antes.
El aumento de la concentración se observa principalmente en las zonas donde la producción agrícola ya estaba en pocas manos. Por ejemplo, el porcentaje de superficie que acaparan las explotaciones de más de 100 hectáreas aumenta en las cinco comunidades autónomas con más concentración: Extremadura, Aragón, Madrid, Castilla y León y Castilla-La Mancha. Es decir, todas las comunidades del centro peninsular.
¿Cuáles son las causas de la dinámica de concentración? A la crisis de rentabilidad del campo señalada por los expertos, desde la UPA mencionan otros factores. Por ejemplo, el agua: “Los cultivos de secano son mucho menos rentables que los de regadío. Para tener una explotación en secano es necesario que sea cada vez más grande, por lo que el agua marca la diferencia entre la rentabilidad y el tamaño de las explotaciones”, explica su portavoz.
Desde UPA, la asociación de pequeños agricultores, defienden una modernización y tecnificación del sector pero que sea compatible con las explotaciones familiares. “Lo que estamos viendo es que un modelo basado en pequeñas explotaciones agrarias con múltiples propietarios de la tierra es un modelo más resiliente, que se adapta mejor a las crisis y sobrevive porque no se deslocaliza”, afirma su portavoz, Diego Juste.
Los datos del último Censo Agrario de 2020 muestran las diferencias entre los modelos de concentración de cada cultivo en España. El porcentaje de la superficie agrícola que concentran los grandes productores con más de 100 hectáreas se multiplica en los pastos permanentes, los campos de girasol, las principales legumbres y cereales. Por el contrario, la tierra está más repartida en cultivos como el viñedo, los cítricos como la naranja o el limón y los frutos tropicales.
¿Quién posee las tierras? Depende del tamaño
En cuanto a titularidad de las tierras, el 6% de las explotaciones agrícolas en España están a nombre de personas jurídicas (más de la mitad, de sociedades mercantiles). Sin embargo, estas representan casi un cuarto de la superficie agrícola. Esto sucede porque la mayoría de su tierra está en explotaciones de más de 100 hectáreas (más del 80% de la superficie en su titularidad está en parcelas que superan esta superficie).
En cambio, las personas físicas, titulares de más del 90% de las explotaciones, tienen solo tres cuartas partes de la tierra. Estos titulares tienen la mitad de la superficie en grandes explotaciones, mientras que la otra mitad se reparte en explotaciones más pequeñas.
El fenómeno, alertan los sindicatos agrarios, supone una “pérdida de control” sobre el negocio agrícola de los agricultores independientes en el que cada vez “hay más dificultades” para sacar adelante la explotación. “Es mejor para la sociedad que la alimentación descanse sobre 200.000 o 300.000 productores que sobre 4 o 5 grandes empresas que lo controlen todo”, concluye José Luis Miguel, de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG).