Quiero dejar el plástico, pero no puedo: el tortuoso caso de los 'reyes' del tupper a domicilio
En su último informe sobre consumo alimentario, el Ministerio de Agricultura analizó dos tendencias cada vez más presentes en España. La primera: los platos preparados, en constante aumento desde 2008 y cuyo volumen de ventas no se vio afectado por la crisis. La segunda: las ensaladas envasadas, categoría que en 2018 vendió un 136% más que el año anterior.
Ambas tienen en común la “conveniencia” — la gente quiere ahorrar tiempo o, en otras palabras, no cocinar — y el uso intensivo de plástico, material para el que apenas hay alternativas que garanticen la conservación de estos productos. Podemos exigir al consumidor que cambie sus hábitos y deje de tirar de platos para microondas o ensaladas listas para comer y también podemos ver qué soluciones plantean las empresas, que en última instancia son las que introducen en el mercado tantísimos kilos de plástico que terminan en el mar. Sobre todo porque la legislación europea aún no les afecta lo más mínimo: solo los vasos, platos, cubiertos, bastoncillos y pajitas de un solo uso tienen los días contados.
Los grandes fabricantes están en ello, aunque de momento lo único tangible es el uso de material reciclado. Grupo Alimentario Citrus, el productor de ensaladas preparadas más grande de España, afirma que entre el 70% y el 95% de sus barquetas “procede de material reciclado” y que son “100% reciclables”, además de que sus equipos de I+D y compras trabajan buscando envases “más sostenibles”: bandejas hidrófobas con cera alimentaria en el surtido directo del campo (lechugas o cogollos) y materiales con plástico compostable, que pueda ir al contenedor orgánico. También eliminan trocitos de plástico de algunos envases, como las bolsas de ingredientes de las ensaladas, al tiempo que recuerdan que “el plástico es un elemento clave en algunos productos para garantizar su seguridad alimentaria, calidad y evitar el desperdicio”.
Florette, competidora directa y segunda empresa del sector, aseguraba en el medio especializado Alimarket que trabaja en reducir un 10% la cantidad de plástico que usa y que investiga otras opciones. Entre ambas compañías producen más de 100.000 toneladas anuales de frutas y hortalizas envasadas.
Por debajo de las grandes también hay pequeñas empresas que intentan minimizar su huella y cuya travesía está siendo larga y compleja. Es el caso de Wetaca, una conocida 'startup' de tuppers a domicilio que recientemente ha contado con detalle a sus clientes cómo pretende dejar el plástico... con final agridulce. “Queríamos decirle adiós y encontrar un material biodegradable. Pero después de hacer un montón de pruebas íbamos perdiendo esperanza”, explica Andrés Casal, uno de los fundadores. Tras un año de búsqueda han puesto en marcha varias medidas para, al menos, mitigar el impacto. “No nos damos por vencidos”, añade. “Encontraremos el envase que nos permita cuidar del cliente y del planeta”.
De las bolsas al vacío a las barquetas
De la nave de Wetaca en Villaverde, al sur de Madrid, salen cada semana 20.000 tuppers de comida preparada. Lo hacen en barquetas negras de plástico donde la comida se abate (se cocina y baja rápidamente de temperatura) y se envasa al vacío. De hecho, la idea nació en 2014 al descubrir que en alta cocina se emplea esta técnica con las salsas (no se preparan al momento, sino que se abaten para ir usándolas) y que muchos restaurantes modernos ni siquiera tienen cocina, sino que compran a fábricas de quinta gama que les envían los platos así. “Todos los alimentos que puedan contaminarse deben envasarse obligatoriamente en plástico o materiales plásticos”, señala Efrén Álvarez, el otro fundador. “Ese es el problema de que supermercados y restaurantes estén como están”.
Al principio, Andrés y Efrén usaban feas bolsas al vacío para enviar fabada o filetes a los que entonces eran sus clientes: amigos, amigos de amigos y otros conocidos. “Pero eran muy incómodas, la gente se quemaba, tenían que utilizar platos...”, continúan. El negocio creció, recaudaron algo de inversión, se mudaron a una cocina más grande y cambiaron de recipiente a su barqueta actual. “En ese momento no caímos en el impacto que el plástico podría tener. Ahora cocinamos para 2.600 personas, es muchísimo mayor y nos tenemos que plantear estas cosas”.
Con el tiempo, algunos compradores de tuppers —gente que no quiere o no puede cocinar pero quiere comer bien— empezaron a demandar menos plástico. “Antes de que nos lo dijeran ya lo mirábamos. Creces, vas a buen ritmo y empiezas a ver que te lo piden. Es normal”, indica Álvarez. “En realidad, nuestros envases no son como los de las fresas, que son totalmente prescindibles. Y si hicieras la suma de envases que necesitas para hacer un plato completo serían más. Pero no es excusa”. A principios de este año se pusieron de plazo hasta final de verano, con la idea de montar un sistema de retorno de tuppers como última opción.
El equipo buscó proveedores de recipientes sin plástico. “Queríamos sustituirlo al cien por cien. Había que cambiar la barqueta y el film que la cubre. Para eso necesitábamos biofilm arriba y un envase compostable abajo”, indican. “¿Qué problemas tenemos? Necesitamos un envase que no sea poroso. Si tiene un poquito de poro, el vacío se va y perdemos la conservación”.
La empresa PackBenefit, de Valladolid, vende bandejas compostables hechas de almidones de maíz y patata. Los tuppers de los italianos Biopap son 100% celulosa, biodegradables, compostables y reciclables y cuentan con varias líneas de producto: para comida callejera, catering y distribución. Otra empresa llamada Talpack les ofreció envases biodegradables de caña de azúcar (este tipo de cajas te resultarán familiares si pides a domicilio, porque algunas hamburgueserías los usan).
El coste de estos recipientes es de, más o menos, el doble que el de plástico normal de su proveedor Nutripack. “El envase actual tiene un coste medio de 8 céntimos por unidad”, cuentan. Los de Biopap subían a 0,16 euros; los de Packbenefit, a 0,20. “Pero no mirábamos el coste. Lo que buscábamos era la alternativa que funcionase, después ya lo encajaríamos como pudiéramos. Algunos proveedores no nos garantizaban el volumen, así que a veces no teníamos ni el precio”.
Seleccionados los candidatos, hicieron pruebas de envasado, baja temperatura y conservación en laboratorio. Ninguno las pasó: o la barqueta se deshacía al someterla al vapor, o el sellado era demasiado suave y se perdía o la comida se ponía mala. También encontraron un fabricante valenciano, ADBioplastics, cuyo material servía pero no podía atender su volumen. “Hablamos en una feria de envasado y nos dijeron que hasta el año que viene no podían tener volumen de producción de bioplástico para servirnos. Así que frenamos esa opción”, continúan. “Según nos comentaron, les acaban de dar financiación europea y esperan tener volumen a partir de mediados de 2020”.
Tras meses de pruebas, “estaba claro que no íbamos a solucionar el problema con el envase, que es lo que queríamos”, indican. Entonces conocieron a Plastic Bank, una organización que trabaja en países en vías de desarrollo para recoger el plástico con el que los países occidentales llenan el mar.
El segundo intento
“Vi un tuit de una persona que ponía que era 'plastic neutral'”, cuenta Casal. “No tenía ni idea de qué era. Lo busqué y vi que puedes hacer una donación por el volumen de plástico que generas durante un año. Dije: vale, está bien para personas, pero no para empresas. Como ya habíamos perdido la esperanza, pensamos que igual podíamos hacer una donación por la cantidad de plástico que generamos al mes y al menos así quitar plástico del mar”.
Plastic Bank es una empresa canadiense que utiliza el plástico como moneda de cambio. Cuando entra en un país —está en Filipinas, Haití e Indonesia— colabora con centros de reciclaje y paga a gente por recogerlo. Lo hace al precio más alto del mercado y no en dinero metálico, sino permitiendo guardarlo en el banco para comprar directamente bienes o servicios. En la ciudad indonesia de Surabaya, por ejemplo, los recolectores pueden pagar el autobús con plástico.
“Lo comentamos con el equipo y surgieron dudas: que estábamos pagando a otros para que solucionaran nuestro problema, que no retirábamos plástico en España, que no lo hacíamos con nuestras propias manos... La opción de recoger nosotros los envases tenía sentido solo para algunos clientes (los que pidieran cada semana, así el repartidor puede recoger y entregar) y en algunas ciudades”, cuentan. “Y al final sumabas un montón de huella de carbono al hacer logística extra”. Como el envase seguiría siendo de plástico durante un tiempo, apostaron por esta opción.
Para evitar que paguen durante un mes y se cuelguen la medalla de la sostenibilidad, Plastic Bank exige a las empresas donantes que paguen al menos un año. En su caso, el monto asciende a 45.000 euros anuales. Wetaca factura 2,2 millones de euros y aún pierde dinero (600.000 euros en 2018), pero sobrevive con la inversión de varios fondos — entre ellos, Cabiedes&Partners, los primeros inversores de Blablacar. “Esta donación impacta en las cuentas. Y no es solo eso, también hemos cambiado procesos internos. Pero a nuestros inversores les gustan las iniciativas sociales y les parece bien”.
Además de la donación, la compañía ha hecho cambios en sus paquetes para fomentar el reciclaje. El primero, meter bolsas amarillas en cada caja. “Hay muchísima gente que no recicla. Si dentro del mismo pedido ponemos la bolsa, podemos incentivarlo. Que no quede solo en: somos neutrales”, indican. Esa bolsa se mete a mano, lo que resulta un coste añadido porque supone “la mitad de una jornada de una persona. Pero lo hemos asumido”. El gigante Verdifresh (Grupo Alimentario Citrus) despliega estas semanas una idea similar: poner en el fondo de las ensaladas el mensaje 'recíclame'.
Por último, en Wetaca modificaron el color de su famosa barqueta negra, porque el negro es el plástico más difícil de reciclar. “No lo sabíamos. Nos lo dijeron los de Plastic Bank. En fábricas y centros de reciclaje automático, el plástico se detecta por unos infrarrojos. Si es negro, no se detecta y pasa a un proceso manual”, indican. “Lo cambiamos a marrón”.
“En general a todo el mundo le ha parecido muy bien. Hay gente que dice: yo ya reciclaba y no quiero la bolsa. O gente que dice: me da igual que recicléis, lo que no quiero es que esto me acabe subiendo el precio”, concluyen. “Pero al final lo que pensamos es que como empresa tenemos responsabilidad. Pues lo hacemos y ya está”.