“Si alguien en la izquierda busca llegar por sí solo al Gobierno, se está equivocando”
En 2008, Ignacio Fernández Toxo llegó a la secretaría general de CCOO después de un congreso muy reñido en el que se midió con José María Fidalgo. Ocho años y medio después, Toxo deja el cargo. Será dentro de dos semanas, cuando el sindicato celebre su próximo Congreso que, salvo sorpresa de última hora, elegirá al vasco Unai Sordo como nuevo líder.
En estos años ha gestionado una recesión, tres huelgas generales, unas políticas de austeridad implacable y la crisis reputacional de su sindicato, con el cénit de las tarjetas black. No se arrepiente de sus fotos en La Moncloa: “Desde 2013 intentamos recuperar la potencia del diálogo social, pero nos encontramos con un Gobierno encorsetado en la austeridad”. España se podría haber ahorrado las tres huelgas si hubiera habido voluntad de diálogo, asegura.
Toxo deja el mando del sindicato sin que centrales y patronal hayan logrado un acuerdo sobre salarios para este año. “Las organizaciones empresariales no son capaces de entender que hoy ya es absolutamente necesario que crezcan los salarios y que eso no es incompatible con la competitividad de las empresas”.
Ocho años después de su llegada al cargo ha visto pasar varias reformas laborales, tres huelgas generales, devaluación salarial, recortes de derechos... ¿podría imaginar algo así al llegar al cargo?, ¿cambió esto sus planes para el sindicato?
Sí, claro que sí. La crisis se veía venir, ya en 2007. Desde luego lo que nadie imaginaba, tampoco nosotros, es la intensidad y la duración de la recesión y que ese interregno fuese aprovechado para producir una mutación radical de las relaciones sociales, comenzando por las relaciones de trabajo. Hay una cuestión que está poco dicha y que creo que es clave para entender lo que ha pasado: la crisis española, tal y como se había configurado nuestro modelo económico y con el maridaje entre especulación financiera e inmobiliaria, era inevitable. Lo que era evitable era la duración y la intensidad de la crisis, y eso es directamente achacable a las políticas que se han aplicado.
¿Estaban los sindicatos preparados para afrontar algo así?
Creo que nadie estaba preparado y el sindicato desde luego no.
¿A qué atribuye esa desafección ciudadana que también ha afectado a los sindicatos?
Ha habido una creciente desafección de la ciudadanía hacia todo lo que sonaba institucional por la falta de respuestas a sus problemas y a las necesidades que derivaban de la recesión y, no solo eso, también por las respuestas erróneas que se estaban dando. En medio de todo esto, debido también a errores propios, se nos ha confundido con parte de ese entramado institucional incapaz de dar respuestas a los problemas de la gente y hemos sido sometidos a una brutal campaña de acoso político, económico y mediático.
Las fuerzas extremas de la derecha, que tienen una gran presencia todavía en nuestro país, han llegado a la conclusión de que el sindicato es un factor que perturba la evolución natural de las cosas, ese cambio de los paradigmas sociales que se ha querido impulsar aprovechando la crisis. Y aprovechando elementos concretos com los ERE o las tarjetas black se nos ha colocado en el centro de la diana. Y esa campaña sostenida en el tiempo ha terminado calando. A pesar de ello, el sindicato goza de buena salud allí donde está presente, que es en los centros de trabajo. Las cuentas dicen que, habiendo caído la afiliación, CCOO sigue gozando del respaldo de la gente que vota en los centros de trabajo.
Entonces, ¿quizá el problema es dónde no está el sindicato, justo en un momento en que el mundo del trabajo está cambiando con nuevos tipos de empleo, de organización y precariedad? ¿Es ese uno de sus problemas?
Esto ya era así antes en buena medida, lo que pasa es que la negociación colectiva tenía una potencia que en parte ha perdido. En un tejido como el español, de economía sustentada en pequeñas empresas y tres millones de autónomos, hay dificultades para que el sindicato esté físicamente presente allí donde están los trabajadores, pero llega indirectamente a través de la representación sindical y del convenio colectivo como palanca para proteger los derechos laborales. Esto es lo que se ha querido debilitar y lo que se ha logrado en gran medida con las reformas laborales, especialmente la de 2012. Por eso uno de los objetivos básicos del sindicato es recomponer la potencia de la negociación colectiva.
Pero luego se da la otra circunstancia por la recesión: la gente joven cada vez llega más tarde al mercado de trabajo, lo hacen en condiciones cada vez más precarias, el empleo se ha feminizado pero hay un intento de reclusión de las mujeres en el hogar por el debilitamiento de las políticas sociales, estamos asistiendo a la digitalizacion de la economía, y los usos nuevos de la tecnología hacen aflorar nuevos tipos de empleo... El sindicato tiene que responder a estas nuevas realidades, por eso ha iniciado un proceso de transformación de sus estructuras que queremos consolidar en este Congreso. A la gente más joven que se ve obligada a buscar empleo fuera de nuestro país hay que ir a buscarla a donde esté, también hay que ir a los institutos, a las universidades, a las escuelas de formación profesional... O el sindicato cambia o le cambia la realidad.
Habla de cambios internos. Si tuviera que explicar a la gente que no está familiarizada con la estructura interna de un sindicato qué está cambiando en CCOO, ¿qué diría?
Hemos reducido considerablemente nuestra superestructura sindical para que los recursos se puedan concentrar en la atención concreta a la gente. Estamos creando estructuras flexibles que, independientemente del sector donde están las personas trabajando, puedan dar esa primera atención que la gente necesita. Queremos crear una figura, el sindicalista o la sindicalista de proximidad, para que en un barrio o zona la gente sepa quién es la persona de CCOO a quien dirigirse si lo necesitan. Estamos yendo a lugares con una gran concentración de trabajadores de diferentes sectores, como en un aeropuerto, para tener un local sindical que pueda atender a las personas independientemente de dónde trabajen, aunque luego su convenio colectivo lo negocie su sector especializado.
Hemos hecho otras cosas que no son tanto para reforzar la relación con la gente como de autocorrección. La sociedad española demanda transparencia y el sindicato quiere ser más transparente. Hemos introducido nuevas incompatibilidades de manera que quien se dedique a una tarea no pueda a su vez tener otra fuera si puede enturbiar su acción. Vamos a establecer nuevas limitaciones de mandatos, no solo para las secretarías generales, como ahora, sino a las estructuras de dirección para que haya más renovación y más permeabilidad y que los dirigentes no se eternicen.
¿Van a publicar sus sueldos?
Es una de las propuestas que van a este Congreso. Estoy seguro de que saldrá no solo eso, sino que cada dirigente sindical tendrá que hacer una declaración de bienes al inicio de su mandato y a la salida.
Hablan también de acercarse a los autónomos, ¿es el momento de que los trabajadores por cuenta propia puedan verse representados por un sindicato?
Desde el principio hemos abierto la puerta a la afiliación de los autónomos sin asalariados a su cargo. Pero la proliferación de la figura del falso autónomo, esta teoría del emprendimiento, el arréglatelas como puedas, o las nuevas formas de trabajo engrosan el mundo del autónomo que en gran medida es el de la precariedad, y el sindicato tiene que estar ahí. Hemos hecho acuerdos con organizaciones de autónomos, como UATAE, y creo que es el momento de explorar si no conviene dar un salto cualitativo en esa relación.
¿Eso quiere decir crear su propia organización de autónomos o integrar a UATAE en su estructura?
Alguna de las asociaciones preexistentes puede entrar a formar parte del sindicato con su autonomía.
Decía antes que parte de la desafección hacia el sindicato viene también de errores propios. ¿Qué autocrítica hace?
Creo que en la fase prolongada de bonanza económica el sindicato se acomodó a vivir de una determinada manera. Era un momento en que los recursos fluían, por la afiliación en buena medida, pero también por las políticas en programas subvencionados y otros. La crisis puso de manifiesto la cruda realidad: el sindicato tiene que vivir casi exclusivamente o, al menos prioritariamente, de las cotizaciones de su afiliación. Se creó una superestructura excesivamente grande que entró en quiebra cuando la crisis se hizo presente y cuando desde los poderes públicos se decidió cerrar el grifo de la participación de las organizaciones sindicales de la gestión de elementos, que yo sigo reivindicando, como la formación.
Por otro lado, no hemos sabido explicar en qué consistía la participación del sindicato en los expedientes de regulación de empleo. Y luego desviaciones, que las ha habido y que están en los tribunales, a partir de la presencia en algún consejo de alguna caja.
¿Ha habido alguna foto de más en La Moncloa? ¿Se arrepiente de alguna de estas imágenes de los últimos años?
No, sinceramente, creo que tendría que haber habido mucho más. Era justo en la recesión cuando el diálogo social debía haber ocupado un papel muy relevante. Era un momento muy duro en el que había que gestionar la destrucción de empleo y justamente cuanto más necesitados estábamos de ello nos vimos arrastrados a una dinámica de confrontación que derivó en las tres huelgas generales.
Intentamos desde 2013 recuperar la potencia del diálogo social, pero nos encontramos con un Gobierno encorsetado en la austeridad que no quiso conceder a la sociedad los márgenes suficientes para que los acuerdos derivaran en elementos sustanciales que mejoraran la situación. Salió el programa de ayuda a parados de larga duración mayores de 45 años pero las propias restricciones que estableció el Gobierno en el reglamento limitaron su alcance.
¿Y ha habido alguna huelga de menos?
No, más bien de más. Hicimos tres de más porque España se las podría haber ahorrado si hubiese habido voluntad de llegar a acuerdos. Recuerdo aquellas palabras de Esteban González Pons: “No habrá pasado un año y ya nos habrán hecho dos huelgas generales”. Todavía no estaban en el Gobierno, acababan de ganar. Era como una profecía autocumplida, venían a por ello.
Un mes antes de la reforma laboral de 2012 hicimos un gran y duro acuerdo con las organizaciones empresariales de negociación colectiva para dar estabilidad a las relaciones de trabajo y posibilitar la recuperación del país y de la gente. A las dos semanas teníamos la reforma laboral de 2012. Unos días antes de su publicación, estuvimos a punto de llegar a otro acuerdo para reformar el Estatuto de los Trabajadores con las organizaciones empresariales, que en el último momento se echaron atrás. No sé si consultaron con alguien y les dijeron que no se movieran que ya venían ellos con los bulldozers. La huelga de Zapatero también se habría evitado si en lugar de llevar al Congreso ese paquete de medidas hubiera llevado una propuesta de disolución de las cámaras y de anticipación de elecciones.
¿En qué consistía ese acuerdo frustrado con la CEOE?
El escollo final era el de la ultraactividad de los convenios: evitar que la negociación de los convenios se eternice, pero de manera que a un convenio le suceda siempre otro, por la vía de la negociación y el acuerdo, si no lo hay, de la mediación o, en última instancia, del arbitraje. Esta oferta sigue en pie. Luego ya entendimos por qué no salió, tenían objetivos mucho más ambiciosos para buscar una profunda devaluación de los salarios.
Cuando habla de las desviaciones que se han producido se refiere sin duda a Rodolfo Benito, miembro de la directiva del sindicato y estrecho colaborador que fue uno de los beneficiados por las tarjetas black de Caja Madrid. ¿Es ese uno de los peores momentos de su mandato?
Sí, las tarjetas black han sido el peor momento del mandato sin duda. No por el hecho en sí, que también, sino porque es el último episodio de un proceso creciente de deterioro de la imagen del sindicato y porque afecta directamente al núcleo de dirección de la organización. La génesis de ese asunto se produce antes de que esta persona se hubiera incorporado a la dirección del sindicato, pero ello no es óbice para reconocer que es un golpe muy duro.
¿Y de verdad nadie conocía en la organización que ese miembro de su dirección contaba con esa tarjeta en negro?
Le puedo asegurar que nadie, al menos yo, y creo sinceramente en lo que me dicen las personas que estaban en la dirección, que la primera noticia la tienen cuando el asunto está ya en los medios de comunicación.
Hablando de su futuro, José María Fidalgo ha colaborado con la fundación FAES, Antonio Gutiérrez ha sido diputado socialista... ¿le tienta la política?
No.
¿Y le han tentado?
No, ya estuve en política y no reniego en absoluto. Estos días se ha cumplido el aniversario de las primeras elecciones en democracia sin Constitución y yo encabecé una candidatura en la provincia de A Coruña. Eran otros tiempos, no voy a volver a experimentar con esto. El sindicato es independiente y todo el mundo sabe que la figura de la secretaría general de CCOO hay que preservarla.
Pero usted deja ahora el cargo.
Sí, pero esa impronta queda ahí ya para siempre. Si me lo ofreciesen, no lo aceptaría.
Precisamente, el exsecretario de Acción Sindical de UGT, Toni Ferrer, va a ser el secretario de Empleo del PSOE en lo que se interpreta como un guiño a los sindicatos. ¿Lo ve un intento de reconstruir relaciones?
Bueno, Toni Ferrer viene de perder un congreso de UGT. Pero me alegro, hemos tenido una magnífica relación. Creo que es una persona capacitada para una tarea de esa naturaleza. Será seguramente más fácil entenderse con un PSOE en el que Toni Ferrer lleve Empleo.
Los sindicatos han dicho en varias ocasiones que necesitan que el PSOE se recomponga. ¿Está la izquierda condenada a entenderse?
No los sindicatos, el país necesita que la izquierda política se recomponga y entienda de una vez que los tiempos han cambiado y que antes, durante o después de las elecciones concierten programa para gobernar. Eso o en este país se ha abierto un ciclo largo de la derecha.
En este país hubo unas elecciones en 2015 en el que millones de personas dijeron al PP hasta aquí hemos llegado y las formaciones de la izquierda no supieron gestionar el resultado. Y de ahí la situación actual. En junio el PP consiguió recuperar parte del voto que había perdido y se colocó en una mejor posición para gobernar. Gobierna con dificultades sí, pero ahí está. Habrá nuevas oportunidades pero si alguien en la izquierda fía toda la estrategia de su partido a llegar por sí solo a conseguir posiciones que le permitan conseguir el Gobierno, creo que se equivoca gravemente.
¿Le parece acertada la moción de censura planteada por Unidos Podemos?
Es un vehículo más para impulsar un debate que era necesario. No comparto toda la cadena de descalificaciones que se han hecho, no tengo la sensación de que fuera una moción de censura contra el PSOE. Cierto es que se produce en un momento delicado para el partido socialista, pero la alarma que había producido el encarcelamiento de Ignacio González, más toda la lista de cosas que eran conocidas pero que por primera vez alguien es capaz de desgranarlas una detrás de otra en el Parlamento, muestra un paisaje demoledor. Era necesario, eso no se resolvía con la reprobación de un ministro, que también hay que hacerlo si hay causa, o con una pregunta con una respuesta enlatada en el Congreso de los Diputados.
¿Por qué es Unai Sordo la persona idónea para liderar CCOO los próximos años?
Le hemos visto a lo largo de estos ocho años trabajando en Euskadi en una de las condiciones más duras para el sindicalismo confederal, con un marco de competencia más fuerte que en el resto del país. Tiene bien asentados los fundamentos en los que se basa este organización. Es una persona joven, con proyección, con capacidad de darle un impulso en el sentido que creo que necesita.
¿Le deja algún consejo?
Pocos, que sea él mismo porque creo que va a sorprender.