La suerte está echada. Que la globalización sobreviva tal y como fue concebida en 1995, cuando la Organización Mundial del Comercio (OMC) recibió su acta de nacimiento parece una quimera. La nueva Guerra Fría, el término que se ha acuñado desde que la Administración Trump iniciase las hostilidades arancelarias hacia China y desempolvara el proteccionismo, ha lesionado la libertad de circulación de bienes, servicios y capitales y descubierto el riesgo de una fragmentación de mercados.
La Gran Pandemia pareció apaciguar los ánimos, pero solo fue una tregua. La espiral del precio de la energía que anticipó la guerra de Ucrania y el estallido geopolítico posterior alumbraron el tsunami sobre la globalización con una ruptura brusca de las placas continentales, la occidental, abanderada por Washington, y la oriental, liderada desde Pekín.
Estados Unidos y la UE llevan varios meses sondeando a empresas de automoción, aeroespaciales, tecnológicas y de defensa acerca de las carencias de sus cadenas de valor y sus demandas reales de componentes para elevar sus ayudas a las manufacturas de circuitos integrados. El cheque global de subsidios a los chips aumenta sin remedio a uno y otro lado del Atlántico y en China y otros mercados suministradores
La Casa Blanca ya no disimula. Más allá de la batalla ideológica entre republicanos y demócratas, ha declarado a China interlocutor non grato. La Administración Biden cada vez oculta menos su deseo de que suceda el decoupling. El Bidenomics o política del Tesoro americano cargada con billonarios recursos en infraestructuras, escudos anti-inflacionistas y subsidios a la repatriación de fábricas y a las energías renovables, deja suficientes rastros de este alejamiento de China.
Los controles al sector exterior estadounidense, los vetos a las transferencias tecnológicas y a la venta de semiconductores o las carreras competitivas por la inteligencia artificial y el vehículo eléctrico lanzadas por Biden desde finales de 2022 han dado otra vuelta de tuerca esta semana a la tensa relación bilateral con China. Se han aprobado ascensos arancelarios de especial calibre, muy por encima de los decretados por Trump en su declaración de guerra comercial a Pekín. El líder demócrata decidió cuadruplicar las tarifas de entrada a los coches eléctricos made in China, que pasarán del 27,5% al 102,5% ya este año, con objeto de “proteger a los estadounidenses de las prácticas desleales” del gigante asiático, que inunda los mercados de “mercancías baratas”.
Pero su batalla bilateral no se queda en este segmento productivo. Washington también duplica la tasa sobre los chips, desde el 25% actual hasta el 50%, con entrada en vigor en 2025. En este caso, para impulsar, incluso con más subsidios, a una industria vital para espolear la innovación y la transición energética.
En paralelo, y como tercer gran rúbrica, Washington ha encarecido las tarifas sobre los minerales raros -o críticos, por su codiciado valor productivo- como el escandio o el itrio, de componentes químicos, u otros metálicos como el grafito, que tendrán que pagar un arancel del 25% en 2026. Al igual que las baterías de litio para vehículos eléctricos y todos sus materiales de fabricación, que saltan desde el 7,5% al 25%, o las placas solares que también se duplican -hasta el 50%-; en ambos casos, ya en este ejercicio.
Medidas contra el dumping comercial chino
En total, la factura del protectorado comercial americano contra China asciende 18.000 millones de dólares, aunque podría tener daños colaterales. Fuentes familiarizadas con la nueva regulación de EEUU admitieron a Bloomberg que las medidas podrían abarcar un pacto bipartidista en el Congreso para “incrementar todavía más los fondos” de ayuda del plan de infraestructuras y de la Chips and Science Act. El duelo por la presidencia entre Biden y Trump no augura un clima de tranquilidad con China en 2024.
Ni tampoco una relajación de la dialéctica diplomática. Katherine Tai, la representante Comercial de EEUU, describió la maniobra de Washington como “necesaria para frenar los actos dañinos de transferencia tecnológica, la intrusión y el robo cibernético” a empresas americanas por parte de Pekín. Desde China, su Ministerio de Comercio proclamó su “más enérgica oposición a este ataque tarifario” que calificó de “manipulación política que va en la dirección equivocada”.
Anatol Lieven, director del programa Eurasia del Quincy Institute for Responsible Statecraft, cree que “nadie está compitiendo con EEUU” y que el peligro de que la Casa Blanca “pierda su poder hegemónico es fruto de un mal cálculo geoestratégico, aunque demasiado serio como para que Washington dé marcha atrás”. En su opinión, la Administración Biden “debería considerar una retirada táctica”, una teoría que suscribe Shuli Ren, ex asesora de inversiones en una tribuna de opinión en Bloomberg con una pregunta retórica clave: “por qué los americanos manifiestan un enfado tan rotundo con China cuando su rival muestra calma en medio de la primera tempestad económica por la que atraviesa en cuatro décadas”. Quizás porque EEUU ha entrado en una fase electoral altamente crispada, responde.
El encarecimiento de aranceles que se producirán entre 2024 y 2026 supera la declaración de intenciones de Trump en campaña, donde ha planteado un gravamen único, del 60%, para todos los bienes chinos, lo que, a juicio del National Economic Council de la Casa Blanca, obstruiría las demandas productivas de ciertos sectores americanos.
Lael Brainard, su directora, fue tajante al establecer en este punto la línea divisoria que separa la estrategia de Biden de la de su rival republicano: “China es demasiado grande para que se le aplique una regla estándar”. La carta habitual que juega la diplomacia comercial china es la de sus empresas exteriores, que “siempre han sido capaces de potenciar su dinamismo económico, al margen de los capitales sostenidos que les llegaban del extranjero”, puntualizó Brainard. A diferencia de otros tiempos, en la actualidad, Pekín “se ha topado de repente con un exceso de capacidad en un momento en el que precisa estimular su actividad y en el que los mercados globales ya no están dispuestos a pasar por alto sus prácticas dañinas con dumping de precios”, añadió.
La teoría de Brainard es la que defendió Janet Yellen en su reciente viaje al gigante asiático en el que reclamó al presidente Xi Jinping que cuide la globalización y favorezca el diálogo bilateral con EEUU.
En términos parecidos se empieza a pronunciar Europa, donde la todavía más cercana visita del jefe del Estado chino al Viejo Continente eligió tres destinos paradigmáticos.
Por un lado, Hungría -único socio de la UE vinculado a la Ruta de la Seda tras la salida de Italia- a la que Xi señaló como “el modelo de la relación económica” que busca Pekín con Europa. Además de ser el mercado en el que emporio de los vehículos eléctricos chino, BYD, construirá su primera fábrica en Europa por su fidelidad política hacia Pekín y su hub de baterías.
Por otro, Serbia, nación con la que Pekín acaba de sellar un pacto de libre comercio que operará desde julio y otro financiero para usar el yuan como moneda de intercambio y elevar su peso en las reservas de divisas de su banco central. Serbia negocia su acceso al club comunitario europeo.
Y, finalmente, Francia, donde su presidente Enmanuel Macron le afeó las conexiones chinas con Vladimir Putin y su apoyo a la “máquina de guerra rusa”. Macron le trasladó su pleno respaldo a la investigación que la UE ha emprendido contra la importación de vehículos eléctricos chinos y a que Bruselas resetee su estrategia bilateral con China.
El vehículo eléctrico irrumpe como conflicto de intereses
Macron, de hecho, aludió a la tesis de Yellen. El presidente galo utilizó el término aggiornamento -actualización, en italiano- en una entrevista en La Tribune Dimanche anterior a su recepción a Xi, en la que incidió en que el “sobreabastecimiento” mercantil del gigante asiático “está invadiendo numerosos sectores productivos neurálgicos de la UE”.
Por si fuera poco, se han sucedido en Europa las acusaciones de espionaje y ciberataques del estado chino, con cruce de críticas por los billonarios subsidios que ambas potencias comerciales están desplegando a sus industrias. Si bien el jefe del Estado galo enfatizó su deseo de mantener “cooperaciones fluidas” en áreas como la transición energética o la seguridad de las cadenas de valor y logísticas.
De igual forma que la sombra de China como ariete de la división en la UE volvió a resurgir a lo largo de su visita a Europa, donde se le sitúa en consonancia con los intereses geoestratégicos de Putin. El viaje del líder chino “ha sido uno de los intentos más agresivos de fomentar rencillas y cizaña en el espacio comunitario y en la OTAN”, afirma Evan Medeiros, ex director de Asuntos Asiáticos del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU quien enfatiza que Pekín no quiere acordar con Bruselas, “sino minar su autoridad”.
Solo unas semanas antes de que la UE imponga sanciones y eleve los aranceles al coche eléctrico y las baterías chinas tras nueve meses de instrucción por parte del comisario de Comercio Valdis Dombrovskis. A la vez se han intensificado las presiones de Bruselas sobre sus socios para sacar a Huawei del negocio del 5G.
Sin embargo, hay voces que piden cautela a EEUU y Europa. Andrei Lungu, del Study of the Asia-Pacific (RISAP), cree que los aliados atlánticos han elegido “el momento inadecuado” para cargar contra China porque este “aumento brutal de tarifas” va a incentivar las interferencias de Pekín. La número dos del FMI, Gita Gopinath, ha calculado que “las tensiones entre ambas superpotencias y la precipitación hacia una Guerra Fría comercial con escalada de sus amenazas geopolíticas restaría, dependiendo de su gravedad, hasta un 7% al PIB global”.