Si cuando Zapatero gobernaba se hacía alusión a los 'mileuristas' como el estrato laboral más precario, hoy en día serían los becarios los que ostentan el dudoso honor de ser los reyes del precariado. Oficialmente, los últimos datos de la Seguridad Social los cifran en 70.000, aunque es engañoso porque esta lista solo incluye a los que cotizan. Pero existe una amplia legión de estudiantes e incluso jóvenes que ya han terminado sus estudios que hacen prácticas sin regularizar su situación, en un mercado donde no recibir una remuneración, tener jornadas superiores a lo estipulado o competencias que exceden el carácter formativo de las becas están a la orden del día. Para ilustrar este fenómeno, hemos hablado con cinco personas que ponen voz a una situación que en los últimos años no ha parado de crecer.
Eduardo Robaina es uno de los que ha puesto el grito en el cielo ante esta situación. Este estudiante de periodismo en la Universidad Complutense, harto de prácticas en las que apenas cobraba por hacer lo que un redactor cualquiera y después de observar como la propia plataforma de la universidad, el COIE, permitía la publicación de ofertas no remuneradas, puso en marcha una exitosa iniciativa. “Decidí abrir una petición en change.org y ha sido un éxito, ya que hemos superado las 75.000 firmas”. A la iniciativa se suman sobre todo periodistas, “pero también de otras carreras, incluso personas en Sudamérica que también sufren lo mismo y se solidarizan”.
Inma es también estudiante de periodismo y dejó sus prácticas remuneradas por otras por las que no recibió compensación alguna, pero se dejó seducir por el nombre de la empresa, una de las más importantes de su sector y por el proyecto, que encarnaba lo que ella siempre quiso hacer. Estos motivos pesaron más que las condiciones ofertadas: media jornada y cero euros al bolsillo.
El primer mes aprendió mucho, “pero después era todo el rato hacer tareas monótonas y repetitivas, y claro cuando no cobras es más duro”, lo que se aleja bastante del carácter formativo que se presupone a unas prácticas. Con la llegada del verano llegaba la oferta de renovación. En este caso las condiciones eran de ocho horas diarias durante los tres meses del periodo estival sin cobrar nada. Esta situación le indignó y tras quejarse varias veces la empresa decidió empezar a pagar a sus becarios, aunque ella no ya no se ha podido acoger a esas condiciones.
Para que luchas como la de Inma tengan base legal, aplicable a todos y no solo en casos concretos, hace unas semanas la Oficina Precaria presentó una Proposición No de Ley en el Congreso para regular las prácticas. Entre las medidas propuestas, limitar las becas a 500 horas anuales, un máximo de seis horas diarias de trabajo y la obligación de remuneración económica de al menos el Salario Mínimo Interprofesional. Además, y para evitar que las empresas se aprovechen del continuo flujo de becarios, se limitaría el número máximo al 5% de la plantilla.
Pero la 'brecariedad' permea casi todos los sectores de la economía. Guillermo es un estudiante de Ingería Industrial que aceptó unas prácticas curriculares (las obligatorias para poder terminar los estudios) en una empresa que no le pagaba nada por las 450 horas formativas que debía completar, a pesar de que debía trasladarse en coche hasta las oficinas. Tras terminar este periodo, la compañía decidió prorrogar su estancia extracurricularmente con la promesa de hacerle un contrato cuando surgiera la oportunidad. “Me dijeron que cuando surgieran proyectos me podrían hacer un contrato, pero no sabían cuando ocurriría eso”. Hasta que llegó el momento, Guillermo estuvo cuatro meses sin cobrar nada y sin la recompensa de los créditos del periodo anterior. Ahora por fin tiene un contrato laboral en condiciones.
La abogacía es otro de los sectores que más padece las prácticas abusivas. Álvaro estudió derecho y relaciones laborales e hizo las correspondientes prácticas curriculares durante cuatro meses sin cobrar nada. Tras terminar este periodo, fue becario en un despacho “en el que trabajaba cinco horas al día durante cuatro meses sin que me pagaran nada. No existía ningún tipo de convenio, fue todo a través de un conocido”.
Posteriormente pasó a trabajar bajo un contrato en prácticas por el que se percibe entre el 60% y el 75% de un contrato, pero denuncia que era “una trampa, ya que eran las mismas condiciones y responsabilidades que los demás y llegaba a trabajar hasta 10 horas diarias”.