ENTREVISTA Eurodiputado del PSOE

Jonás Fernández: “La respuesta a la crisis actual ha permitido al proyecto europeo ganar credibilidad en la izquierda”

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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Jonás Fernández (Oviedo, 1979) es economista, eurodiputado socialista desde 2014 y acaba de publicar el libro Volver a las raíces. Una izquierda europea contra la desigualdad (Clave intelectual), en el que hace un repaso de los desafíos a los que se enfrenta la socialdemocracia después de los años prodigiosos previos a la gran crisis financiera que decretó austeridad y generó un empobrecimiento y aumento de las desigualdades de las que aún no se ha recuperado Europa. Una Europa que intenta salir de la pandemia del coronavirus con lecciones reaprendidas sobre el valor de los servicios públicos y la protección social, en una suerte de cambio de paradigma que está por ver si es definitivo.

Fernández reflexiona sobre las tareas de la socialdemocracia y su rearme ante los retos actuales, en un momento en el que el sentido común parece reforzar las posiciones progresistas sobre las recetas para salir de la crisis –mutualización de deuda europea, gasto público...–, así como del papel de la Unión Europea en un momento de choque de pulsiones entre los federalizantes y los soberanistas como Hungría, Polonia y la extrema derecha.

El título del libro es Volver a las raíces. ¿En qué momento se abandonaron las raíces? ¿Desde dónde hay que volver a las raíces?

El libro hace una valoración de la evolución de la socialdemocracia y vuelve al debate sobre lo que significó la Tercera Vía. La reducción en la capacidad de maniobra de las políticas económicas nacionales a la hora de redistribuir la renta y regular los mercados donde operan grandes multinacionales llevó a la socialdemocracia a buscar nuevos espacios de diferenciación política y de movilización del voto creyendo en ese espíritu optimista de la época de los 90 por el cual los ciclos económicos eran una cosa del pasado.

Se hablaba de la nueva economía y los problemas de escasez material y de pobreza parecían menos relevantes de lo que lo habían sido en décadas anteriores. No sé si hay una renuncia expresa al uso de las herramientas redistributivas, lo que hay es una una menor percepción de su relevancia en la medida en que se preveía un crecimiento sostenido, y una pérdida de la efectividad de esas políticas a nivel nacional que de alguna manera motivó la evolución del pensamiento socialdemócrata en las últimas décadas.

La tesis del libro es que después de la crisis de hace una década y de la actual, nos enfrentamos de nuevo en Occidente a niveles de pobreza y de desigualdad lacerantes y se necesita volver a implementar políticas redistributivas, porque esa visión tan optimista del futuro y de la meritocracia ha quedado superada ante la realidad de que los individuos no se pueden asegurar a sí mismos: se necesita la acción colectiva y para eso necesitamos a la Unión Europea.

En todo caso tampoco se encuentran demasiadas críticas a la Tercera Vía en el libro.

Aquello fue el espíritu de la época. La cuestión es en qué medida los gobiernos de los 90 o de los 2000 en toda Europa, aun aquellos que tenían un discurso más izquierdista o más críticos con la Tercera Vía, tampoco fueron capaces de reducir la desigualdad en sus propios Estados.

La Tercera Vía buscaba una respuesta en un entorno muy distinto. Y la cuestión es que las condiciones de entorno de entonces, las del presente y la última década son diametralmente distintas. Incluso en los gobiernos de Zapatero, por ejemplo, en los 2000, los indicadores de desigualdad tampoco se redujeron.

Es verdad que el crecimiento hasta la crisis ayudó a reducir la pobreza y que había una cierta percepción de exuberancia y de crecimiento permanente. Pero no se redujo la desigualdad.

En el libro insiste en que la solución a todo esto pasa por Europa, por la UE, que es la que garantiza que haya herramientas de redistribución y al mismo tiempo es la medicina contra el discurso soberanista.

Hasta el impacto de la COVID-19, que ha cambiado las percepciones sobre el papel del sector público, por ejemplo, el sentimiento que llevó a la elección de Donald Trump en Estados Unidos, o el referéndum del Brexit en el Reino Unido, o el resurgir de fuerzas nacionalistas en toda Europa responde a esa percepción de pérdida de poder ejecutivo de la acción colectiva, de incertidumbre en la medida en que no se sabe quién está al frente. Unido a la indiferenciación de las políticas económicas y a ese crecimiento de la pobreza que ya empezó a generar la crisis de hace una década. 

Esa ansiedad condujo a muchos electorados a elegir propuestas nacionalistas o populistas bajo la presunta idea de recuperar el control. Pero es la respuesta equivocada, y lo estamos viendo en el Reino Unido, porque las respuestas nacionalistas no te permiten recuperar el control a no ser que decidas desengancharte del mundo y ser Corea del Norte, en cuyo caso puedes tener una agenda nacionalista a costa de una pérdida de bienestar infinita.

Si uno quiere combinar el bienestar y recuperar una mayor certidumbre sobre la cosa pública, necesitamos instituciones públicas que puedan ejecutar las decisiones. Y el problema es que los Estados nación en muchos casos no pueden ejecutar sus propias decisiones o cuando las ejecutan tienen efectos tan adversos como que el objetivo de la reforma puede ser contravenido. Por lo tanto, debemos mirar a Europa.

El libro empieza con un breve repaso histórico de la evolución del movimiento obrero a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Cuando nos preguntamos ahora si la Unión Europea puede restablecer esos canales de redistribución y regulación, pregunta que genera incertidumbre y dudas, hay que mirar cómo eran los Estados nación a finales del siglo XIX y en lo que se convirtieron en apenas 40 o 50 años, con sistemas de bienestar, sanidad pública, sistemas de pensiones, sistemas de desempleo... Todo eso se montó en 40 o 50 años en Europa.

Y seguramente al inicio del camino las dudas sobre la propia capacidad del Estado liberal de adoptar esa serie de mecanismos de aseguramiento condujeron a distintas respuestas sobre qué hacer con el Estado desde la izquierda.

Salvando todas las distancias, la izquierda ve a las instituciones comunitarias como un andamiaje institucional que intenta profundizar en la integración comunitaria, que obviamente a veces toma decisiones que nos gustan y otras veces que no. Y esas decisiones que no nos gustan, que se han tomado en la última década en la crisis pasada, dificultan ver la capacidad que pueda tener la Unión Europea.

¿La actitud pasada de los socialistas en la construcción del Estado nación es un ejemplo de cómo afrontar la construcción europea también?

La respuesta a la crisis actual ha sido diametralmente distinta a la de hace una década y esto ha permitido también ganar credibilidad para el propio proyecto europeo en el ámbito de la izquierda. También es cierto que, por ejemplo, la crisis migratoria sigue sin tener respuesta. Y sigue habiendo otros problemas, como la situación del mercado energético, por ejemplo.

Debemos apalancarnos en este éxito de los últimos 18 meses para ver que sí hay una opción para esa Unión Europea que ha desplegado en pocos meses un reaseguro de desempleo del que se habla poco, el SURE; el propio New Generation EU, con emisión de deuda comunitaria y con un compromiso para la construcción de recursos propios; una compra centralizada de vacunas que ahora alumbra propuestas como la compra centralizada de gas...

Hay un camino que no es sencillo porque todo pasa, como también se explica en el libro, por los sistemas de decisiones de la Unión, donde hay pesos y contrapesos. Hay decisiones por unanimidad y otras por mayorías y todo ello sin mayorías claras en el propio Parlamento o en el Consejo [los Gobiernos], pero es el único camino si queremos recuperar esa esencia redistributiva de la socialdemocracia y mantenernos obviamente en la globalización.

En el libro, también es crítico con los reproches que muchas veces se hacen a la UE sobre que es un grupo de tecnócratas que deciden todo sin controles democráticos. Es verdad que muchas de esas críticas están viniendo desde populismos de derechas, pero también han venido muchas veces desde la izquierda.

Durante muchas décadas, el proceso de construcción europea ha sido fundamentalmente liderado por las élites, ya sean académicas o funcionariales o políticas. Y ese avance ha ido contando con un respaldo, podríamos decir, atípico por parte de la ciudadanía, en la medida en que todos veíamos las bondades del proceso de integración.

La cuestión es que el proceso de integración ha llegado a un momento ya hace años en el cual se tocan cuestiones muy sensibles, como la propia política presupuestaria, la política fiscal, la política monetaria, hablamos de política exterior, por ejemplo, de avanzar en política de defensa... Y ese cierto halo tecnocrático, cuando se ha chocado con políticas muy sensibles, ha conducido a una politización de la Unión Europea que es contraproducente, confundiendo las instituciones con las políticas. Es algo que no ocurre en nuestro país. Si un ciudadano está de acuerdo o en desacuerdo con lo que haga el gobierno oportuno del país, no deja de querer ser español, simplemente lo es y lo que hace es votar a otros.

Sin embargo, en la Unión Europea ese proceso de construcción durante décadas y más especialmente la ausencia de percepción del conflicto político en las instituciones comunitarias hace que el ciudadano que está de acuerdo con la decisión de las mayorías políticas europeas sea muy europeísta y aquellos que están en desacuerdo con esas decisiones se hacen euroescépticos.

Esto es una cosa que no ocurre en ningún otro marco institucional. Cuando alguien no comparte la dirección política, lo que hace es votar a otros, pero no cuestiona su participación en esa comunidad. Y en este caso en Europa, sí se lo plantea.

En el libro se hacen algunos apuntes de cómo podría ser la mejora en el funcionamiento. Pero esta mejora, en mi opinión, fundamentalmente va en mejorar la rendición de cuentas. Y para mejorar la rendición de cuentas se necesita que la ciudadanía sea consciente de quién hace qué, de cómo se toman las decisiones, quién responde de ellas... Porque si uno no percibe el conflicto político que explica la toma de decisiones en la Unión y piensa que todo es una maraña de tecnócratas y funcionarios, cuando uno no está de acuerdo, la única posibilidad que tiene es estar en contra de todo.

Y esto no ayuda al necesario empoderamiento de la propia Unión Europea para que haga más políticas como las que hemos visto en los últimos meses.

En el libro también habla de las sucesivas ampliaciones, en un momento en el que efectivamente, parecía que cada año iba ser mejor que los anteriores. Luego llegó la crisis. Ahora está sobre la mesa la idea de seguir ampliando la Unión Europea hacia los Balcanes. ¿Hasta qué punto tiene sentido ampliar tanto viendo cómo se comportan países como Polonia y Hungría, por ejemplo?

Hay un doble debate sobre sobre la profundización en la integración y la ampliación del club. Durante aquellos años prodigiosos de finales de los 90 y principios de los 2000, aun cuando la caída de las Torres Gemelas ya anunciaba el inicio de otra fase histórica, se apostó claramente por ampliar el club.

Y de hecho, si uno mira no solamente el proceso de ampliación al Este, sino el propio texto del tratado constitucional, y más allá de las cuestiones de valores fundamentales o de principios, en otras muchas áreas de la política económica apenas había nada de profundización respecto de Maastricht. Y refleja una percepción suficientemente clara de los problemas de inconsistencia institucional que ya teníamos entonces y que explotaron en la crisis financiera y fiscal de 2008-2010.

No creo que debiéramos revisitar negativamente los procesos de ampliación ni que debiéramos paralizar los actuales hacia los Balcanes. Pero, claro, ese debate sobre la ampliación no puede ocultar, ni minimizar el debate central sobre la mejora de los instrumentos de gobernanza y de consolidación de la propia Unión.

En estos momentos estamos hablando de los países balcánicos, que tampoco son países grandes o que pudieran generar desequilibrios geopolíticos dentro de la propia Unión Europea, como podría ser el caso de Turquía en un momento dado. Y es importante dar el mensaje de que el club está abierto, porque además estamos en un momento donde la geopolítica pasa a ser central y no debiéramos dejar a los Balcanes a expensas de influencias no europeas.

Si uno mira la situación de los países que no han entrado en la Unión y que estaban en la órbita soviética, como puede ser Bielorrusia o Ucrania, es verdad que tener dentro a los países que has hecho referencia no es sencillo, pero haberlos dejado fuera probablemente habría elevado aún más la inestabilidad de nuestras propias fronteras.

La inestabilidad actual es más o menos gestionable, pero si a Ucrania y Bielorrusia se sumaran unos cuantos países del Este más en esa situación inestable, estaríamos en peor situación que la que estamos ahora.

Habla del asunto geopolítico, algo que es fundamental en este ciclo de la Comisión Europea, como se ha visto con Afganistán, Rusia, China... Y en el libro también se trata la dificultad para la toma de decisiones, sobre todo en lo relacionado con la política exterior. 

Lo que hemos visto desde la propia caída de las Torres Gemelas y en adelante es el fin de esa década unipolar norteamericana que había dado paso a la caída del muro y a un entorno global donde la inmersión de China y la resistencia de Rusia nos enfrentan a un entorno internacional más entrópico de lo que era en el pasado, y en esa entropía global es necesario el papel que juega la Unión de mantener en alza el valor de las instituciones multilaterales, de las reglas del juego...

La UE fue un contrapeso muy relevante durante los cuatro años de Donald Trump, cuando se dinamitaron bastantes de las instituciones que iban quedando de ese empeño por ordenar el mundo en base a reglas. Y ahora es necesario seguir manteniendo esa bandera. Las banderas no tienen que mantenerse con promesas o con proclamas, sino con hechos, y para eso Europa necesita ganar en autonomía estratégica. Lo que no significa alejarnos de la vocación atlántica, pero se necesita ser un actor más en ese marco global.

La Unión está ayudando y mucho a poner cierto orden a la globalización, de la mano de las negociaciones de los distintos acuerdos comerciales, que orientan un cierto marco regulatorio de las relaciones comerciales globales. También está desempeñando un papel relevante en la lucha contra el cambio climático. Pero, ahora nos enfrentamos al mercado energético, los precios del gas, y la divergencia en la percepción de las amenazas o de los riesgos exteriores entre los Estados ha dificultado mucho hasta ahora la consolidación de una agenda común, como por ejemplo, la propuesta para comprar gas de manera mancomunada. Aunque sea para responder a un tema energético, nos ayuda a alinear incentivos en materia de política exterior.

¿Qué conclusiones se pueden sacar de las elecciones alemanas? ¿Hasta qué punto está creciendo la socialdemocracia, salvando las distancias entre un socialdemócrata español y uno danés, por ejemplo? ¿Hasta qué punto también los propios conservadores europeos están fracturados entre populistas de derechas, democristianos, ordoliberales, etc.?

Están también los resultados en Italia de las elecciones locales, bastante positivos para el centro izquierda. Y a esto se unen los resultados en algunos países escandinavos [como Noruega], en los que hubo elecciones recientemente, y se percibe una cierta reordenación del peso de las familias políticas en los propios países de la Unión y, de alguna manera, tendrá reflejo también en las instituciones comunitarias.

La fragmentación social ha dificultado y mucho la creación de mayorías muy amplias como solían hacer los partidos socialdemócratas hasta hace algunas décadas. Ahora estamos viendo más participación socialdemócrata en gobiernos, pero tampoco con unos resultados de apoyo cercanos al 40%, por ejemplo, como hace 20 ó 25 años.

En cualquier caso, la campaña de Olaf Scholz fue muy en la línea de lo que expone mi libro, aunque mi libro está escrito hace un año, en el sentido de la vuelta a las políticas clásicas socialdemócratas: subida del salario mínimo, mejora de las pensiones, subida de impuestos, programa de inversión pública...

Y en el ámbito de la agenda impositiva, Scholz tiene una clara conciencia de que se necesita una respuesta europea. En otras áreas, los socialdemócratas alemanes tienen una posición más distante, por ejemplo, que la que tenemos los socialdemócratas españoles sobre el futuro de la deuda comunitaria.

Pero es verdad que la agenda de Scholz en materia impositiva conduce al debate europeo como refleja mi libro: después de estas dos últimas crisis hemos visto un crecimiento lacerante de la desigualdad, de la pobreza, familias y hogares que no llegan a fin de mes... Y ese entorno de escasez que no había en los noventa, cuando la socialdemocracia iba por otros sitios, ha permitido aspirar a que las familias lleguen a fin de mes. Y esa propuesta, que quizá no sea revolucionaria, parece que ha tenido potencia, más allá de otros debates postmodernos donde se encuentra, por ejemplo, la izquierda francesa y de los cuales no es capaz de salir.

Para los debates que están por venir, sobre todo los relacionados con el Pacto de Estabilidad y las reglas fiscales europeas, a un país como España o a un socialdemócrata como usted, ¿qué le interesa más? ¿Tener a Scholz de canciller y al liberal Christian Lindner de ministro de Finanzas o que Scholz hubiera seguido de ministro de Finanzas con un canciller de la CDU?

Esa es la pregunta que yo me hice a mí mismo hace algunos días y es difícil de responder en estos momentos. En cualquier caso, yo creo que es importante esperar a ver qué es lo que se negocia en ese gobierno de coalición a tres. Quién ocupa las carteras de qué, para poder tener una respuesta certera.

Sin duda, tener la cancillería y la presencia de Scholz en los Consejos Europeos es un paso extraordinario para la familia socialdemócrata en general. La política doméstica en Alemania, previsiblemente, va a tener también un fuerte influjo socialdemócrata, porque algunas propuestas de Scholz comparten agenda con el programa de Los Verdes, y los liberales al final han tenido un 11,5%, por lo que tendrán una fuerza relativa.

Y sobre los temas europeos, como la revisión de las reglas fiscales, uno confía que haya más acompañamiento. No espero que lideren el avance de la unión bancaria, como el EDIS [garantía de depósitos], pero en otras áreas como el debate impositivo que estamos teniendo con el caso de los Pandora Papers es muy potente la agenda del propio Scholz. En todo caso, para el gobierno alemán, cualquiera que este sea, habrá algunos asuntos que seguirán siendo alemanes, obviamente. Iremos viendo.