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El miedo a la “desindustrialización” atemoriza a la economía alemana

Aldo Mas

Berlín —
1 de noviembre de 2022 22:35 h

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Hubo un tiempo, después de la Segunda Guerra Mundial, en el que se pensó que Alemania podría acabar siendo un país no industrializado. De hecho, el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Morgenthau, planteó el llamado “Plan Morgenthau”: hacer de Alemania, tras la derrota del III Reich, un país de economía eminentemente agrícola y de servicios. Esa propuesta se desechó y acabó aplicándose en todo el 'viejo continente' el Plan Marshall. Con ese programa de ayudas, se pusieron las bases para que siguiera como gran bastión industrial europeo.

Ahora, sin embargo, el sector industrial alemán está en peligro. Al menos eso parece, atendiendo a los titulares de la prensa económica y a cuanto apuntan los responsables y representantes del sector industrial del país. Así, la palabra “desindustrialización” ya se ha convertido en un amenazante y recurrente término con el que describir lo que se cierne sobre la economía teutona como consecuencia de los altos precios de la energía.

En Alemania, país que se ha hecho durante décadas dependiente del gas natural ruso, la industria de consumo intensivo de energía como la del metal o la automovilística atraviesa momentos críticos. El gas natural que ahora compra ha dejado de ser ruso. Es más caro y las incertidumbres del contexto geopolítico causado por la ilegal invasión de Rusia de Ucrania hace que se tema una eventual carestía de gas.

En empresas como BASF, bastión del sector químico alemán, su CEO Martin Brudermüller reconoce que “el negocio en Alemania ha empeorado”. En el tercer trimestre de este año, BASF perdió en el negocio alemán 130 millones de euros, según recogía estos días la revista económica Manager Magazin. En Europa, la situación no es mucho mejor, y por eso defienden ahora en BASF un plan de ahorro de 500 millones de euros en costes de producción anuales a implementar en 2023 y 2024.

En regiones como el sur alemán, donde tienen arraigo firmas como Daimler – responsable de marcas de vehículos como Mercedes Benz o Smart – o Bosch, se han escuchado llamamientos de auxilio como el que hacían recientemente desde la Cámara de Comercio e Industria de Suabia. Esa institución por sí misma representa unas 140.000 empresas.

Su presidente, Marc Lucassen, ha dejado dicho que, debido a los altos precios de la energía y a los todavía persistentes problemas de cadenas de abastecimiento, “la región del sur de Alemania, fuertemente industrializada, está perdiendo su posición económica tanto dentro de Alemania como a nivel internacional”.

En el Land de Sarre también tienen “miedo a la desindustrialización”, según han apuntado en sus páginas económicas el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Gracias a su planta de Saarlouis, Ford da trabajo directa o indirectamente a poco menos de 7.000 personas. Pero en 2025 ese centro de producción tiene previsto cerrar. El cierre de esa fuente de trabajo directo para 4.600 empleados se percibe allí en el actual contexto de crisis energética como un posible “inicio” de desindustrialización de la región.

Alemania se hizo rica... Ahora está en problemas”

Pero el bastión de la industria del automóvil de Alemania está en Baja Sajonia, concretamente en Wolfsburgo, donde tiene su sede central el consorcio automovilístico Grupo Volkswagen. En septiembre, Volkswagen Consulting, la consultora de la compañía automovilística, reconocía que dado el contexto energético actual, convenía centrarse en “mejores localizaciones” para la manufactura de los vehículos como ya se ha hecho bajo circunstancias problemáticas recientes como las dificultades en el acceso a semiconductores y a las que aún afectan a las cadenas de distribución.

Thomas Steg, responsable de relaciones exteriores de Volkswagen, ha instado a los políticos del país a rebajar “los actuales precios descontrolados del gas y la electricidad” porque, de lo contrario, “pequeñas y medianas empresas de uso intensivo de energía tendrán problemas en su cadena de distribución y tendremos que reducir o parar la producción”.

Esas declaraciones aparecían reproducidas en el diario estadounidense Washington Post hace unos días. Concretamente, en un reportaje cuyo titular dejaba claro que el problema de la economía alemana es un problema de modelo de negocio que se ha venido abajo. “Alemania se hizo rica con las exportaciones y el gas ruso. Ahora está metida en problemas”, titulaba la publicación de la capital de Estados Unidos. No es exagerada la observación del periódico controlado por el magnate de Amazon, Jeff Bezos.

¿De ser el mayor exportador del mundo al enfermo de Europa?

La unidad de investigación económica de Deutsche Bank, por ejemplo, planteaba en un análisis a principios de este mes que la “actual crisis energética” puede convertirse en el punto partida del fin de la industrialización de Alemania. “Cuando echemos la vista atrás a la actual crisis energética dentro de unos diez años, podríamos ver este tiempo como el punto de partida de una desindustrialización acelerada en Alemania”, según Eric Heymann, economista de Deutsche Bank Research.

En suma, parece más que lícito preguntarse, como hacía este mes el reportero económico René Höltschi del diario suizo Neue Zürcher Zeitung, “¿Pasará Alemania de ser el mayor exportador del mundo al enfermo de Europa?”.

Se supone que no, porque Alemania tiene ya un plan del Gobierno del canciller Olaf Scholz aprobado en el Bundestag con el que plantar cara a los altos precios de la energía. Ese plan incluye ayudas directas a los hogares y empresas, a los que se pagará la factura del gas en diciembre. Además, a partir del próximo mes de marzo, la iniciativa contiene un freno al precio de la energía, que quedará subvencionado.

Ese plan, dotado de 200.000 millones de euros, sin embargo, es motivo de tensiones en el seno de la Unión Europea, dado que abundan los países que critican esa “salida nacional” promovida por Scholz y compañía en el Ejecutivo teutón. La Comisión Europea aún debe dar el visto bueno a ese plan, diseñado, entre otras cosas, para calmar los temores a la desindustrialización.