El refugio que supone la intimidad y la privacidad del hogar familiar muchas veces ha sido el escenario perfecto para esconder abusos y explotación laboral. Las trabajadoras domésticas han denunciado en numerosas ocasiones prácticas fraudulentas, como trabajos ligados a la economía sumergida, jornadas interminables, bajos salarios y la falta de derechos laborales. Ahora, han apostado por sistematizar la recogida de sus quejas y agruparlas en una herramienta propia: el Observatorio Jeanneth Beltrán, creado por las organizaciones Territorio Doméstico y Senda de Cuidados. El nombre recuerda a una trabajadora doméstica, cuidadora de un hombre mayor, que las entidades sociales contabilizan como una de las víctimas mortales vinculadas al periodo de exclusión sanitaria aprobada por el PP en 2012.
“Le pusimos el nombre de Jeanneth Beltrán, una trabajadora doméstica que estuvo tres años cuidando a una persona mayor. Tuvo una enfermedad muy grave y no iba al médico porque pensaba que le iban a mandar una factura. Efectivamente se la mandaron, incluso después de haber fallecido”, explica Rafaela Pimentel, trabajadora del hogar, portavoz del Observatorio y miembro de Territorio Doméstico. El cobro por la atención sanitaria en urgencias, una práctica ilegal, fue una de las principales batallas de colectivos como Yo Sí, Sanidad Universal, pero también de Territorio Doméstico, ya que muchas trabajadoras domésticas son migrantes y quedaban afectadas por la regulación sanitaria.
Según las cifras del Ministerio de Empleo, 420.288 personas están dadas de alta como trabajadoras del Régimen Especial de Empleados del Hogar. El problema es que hay muchas otras empleadas que limpian y cuidan diariamente nuestros hogares pero no aparecen en ningún listado. Según las cifras de la OIT, en torno al 30% de las empleadas domésticas en España carecen de protección social. En España, desde la reforma legal de 2012 se obligó a dar de alta en la Seguridad Social a las trabajadoras domésticas desde la primera hora trabajada.
Rafaela Pimentel reconoce que ella “tiene suerte”, ya que lleva trabajando 21 años en la misma casa, “donde valoran mi trabajo y me respetan como persona, pero desgraciadamente eso le pasa a muy poquitas empleadas”. Desde Territorio Doméstico llevan varios años recogiendo de manera informal las denuncias y casos de trabajadoras, pero ahora quieren sistematizar esa actividad para reflejar una imagen completa sobre cómo es el trabajo doméstico en España. “Que salgan a la luz estas prácticas, porque mucha gente lo está pasando muy mal”, prosigue Pimentel.
Entre los abusos más recurrentes, la trabajadora doméstica destaca que muchas compañeras no están dadas de alta en la Seguridad Social “aunque llevan trabajando desde hace años”, “o solo cotizan por unas horas o un día y trabajan tres”, reciben “salarios de 300 y 500 euros por jornadas completas, donde las más vulnerables son las trabajadoras internas”, y “no pueden ir al médico porque no se lo permiten sus empleadores”.
Varias empleadas lo cuentan a cámara en un vídeo para promocionar el Observatorio. “Me despidieron cuando me embaracé”, “sin un día libre”, “me he dado cuenta que no me habían cotizado en la Seguridad Social”,... Al lado del anuncio, tres palabras, una declaración de intenciones: Precarias en rebeldía.
La falta de cuidados públicos alimenta la precariedad
En la iniciativa participa también Senda de Cuidados, una entidad sin ánimo de lucro que busca construir una alternativa de trabajo digna en el ámbito de los cuidados. Natalia Slepoy Benites, miembro del colectivo, cree que el Observatorio puede ofrecer una imagen del contexto: las circunstancias en las que se desarrolla este tipo de trabajo, “recluido en general en el ámbito privado de los domicilios”.
Los recursos públicos y la falta de inversión de la Administración en cuidados y dependencia tienen una relación muy estrecha con la explotación laboral de una mujer en un domicilio particular, denuncian ambas organizaciones. Slepoy explica que la insuficiencia de recursos públicos empuja a muchos hogares a buscar en el ámbito privado la ayuda necesaria para cuidar a sus miembros. “Las familias tienen que cubrir los cuidados, que suponen unos gastos muy grandes y que repercuten en salarios muy bajos, jornadas interminables, que no se respeten las vacaciones... Toda la suma que hace que la precariedad esté a la hora del día”.
Además, las trabajadoras del hogar llaman la atención sobre los espacios que deja la normativa actual a la explotación y precariedad. Natalia Slepoy recuerda que “es el único sector laboral en el que no está reconocida la prestación por desempleo” y que “el despido por desistimiento es una figura que permite el despido libre, sin que el empleador dé ninguna razón para hacerlo”. Rafaela Pimentel reitera una de las demandas más repetidas por los movimientos sociales y sindicatos: que España ratifique el Convenio 189 de la OIT sobre estándares de protección del empleo doméstico remunerado.
“Cualquier podríamos ser una kelly”
Las empleadas del hogar confían en que visibilizar los abusos laborales contribuya a mejorar sus condiciones y destacan las batallas de colectivos que han logrado una gran relevancia pública, como las Kellys y las trabajadoras de las residencias de mayores de Bizkaia. “Porque oyes hablar a las kellys, y si no dijeran que están en hoteles, podrían estar en un hogar, en una residencia... Cualquiera de nosotras podría ser una kelly, tenemos en común la invisibilidad y la feminización del trabajo”, sostiene Rafaela Pimentel.
Las trabajadoras domésticas, incluso, con condiciones laborales cercanas a la esclavitud y con derechos básicos arrebatados. “Como Jeanneth Beltrán hay muchísimas mujeres. Muchas lo siguen denunciando, que no tienen permiso para ir al médico. Muy poquitas personas vivimos en condiciones honestas”, denuncia Pimentel.