La transición energética hacia un modelo en el que se reduzcan drásticamente las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero se está recorriendo por diferentes caminos, ya que no todos los sectores pueden descarbonizarse con los mismos métodos y a la misma velocidad. Ejemplo de ello son la industria o el transporte pesado, ya que la electrificación de aviones, trenes, camiones y barcos no es sencilla o, directamente, es imposible con la tecnología actual. Para revertir esta situación las compañías del sector energético ya trabajan para desarrollar opciones viables.
Una de las alternativas que pueden reducir el impacto medioambiental del transporte pesado son los biocombustibles. Su desarrollo ha evolucionado de forma significativa en los últimos años, convirtiéndose en un elemento fundamental en la descarbonización. Esto se debe a que se producen a partir de materia prima orgánica, lo que hace que puedan llegar a reducir las emisiones de CO2 hasta un 90% a lo largo de todo su ciclo de vida respecto a los carburantes convencionales.
Pero la mayoría de sus beneficios frente a otras soluciones nacen de las características de una molécula que es prácticamente idéntica a la de los combustibles fósiles tradicionales y que permite que se puedan aprovechar los motores e infraestructuras de almacenamiento y distribución existentes, consiguiendo así un despliegue rápido. A todas estas ventajas se puede añadir una más en el caso de los biocombustibles de segunda generación, que son aquellos que se fabrican a partir de residuos: que fomentan la economía circular. La utilización de aceites usados de cocina, desechos agrícolas y ganaderos o biomasa forestal en su fabricación, permiten dar una segunda vida a residuos que de otro modo terminarían en vertederos.
Para la compañía energética Cepsa, firma que lleva décadas investigando el potencial de los biocombustibles, estos son una pieza clave dentro de su estrategia Positive Motion para acelerar su descarbonización y la de sus clientes. En su hoja de ruta está “liderar la fabricación de biocombustibles de segunda generación en España y Portugal y contar, en 2030, con una capacidad de producción anual de 2,5 millones de toneladas de biocombustibles, de las que 800.000 toneladas serán de combustible sostenible de aviación (SAF), una cantidad suficiente como para sobrevolar 2.000 veces el planeta”.
¿En qué estado se encuentra su implantación?
Llegados a este punto, la población general puede preguntarse si se están utilizando ya, cuándo veremos su uso en aviones, barcos, trenes o camiones, o si existen obstáculos para su despliegue más allá de conseguir una producción a gran escala. Desde Cepsa señalan que “en coches y camiones ya se incorpora un porcentaje de biocombustible desde hace años, tanto en la gasolina como en el diésel. Actualmente este porcentaje es del 10,5%, pero se irá incrementando hasta alcanzar el 12% en 2026”. Respecto a su uso en otros medios de transporte pesado, fuentes de la energética apunta que “se utilizan en menor medida, si bien las pruebas son cada vez más frecuentes, incluso hay proyectos de uso regular, y su empleo irá ganando terreno en paralelo a las exigencias normativas europeas”.
Un ejemplo de ello es el piloto que han realizado Cepsa, Maersk y Renfe en la ruta de tren entre Algeciras y Córdoba, que permanece sin electrificar. Las tres compañías han anunciado recientemente que han completado con éxito esta primera prueba que utiliza combustibles renovables en el transporte ferroviario y, ante su éxito, están analizando la posibilidad de seguir operando en esta ruta con diésel renovable e incluso ampliarlo a otros trayectos no electrificados.
Por otra parte, el sector aéreo es uno de los más activos a la hora de poner en marcha proyectos de este tipo, fomentados desde las compañías energéticas y las propias aerolíneas. En este sentido, Cepsa ya comercializa combustible sostenible de aviación —conocido como SAF, por sus siglas en inglés— en cinco de los principales aeropuertos españoles y ha firmado distintos acuerdos de colaboración con varias aerolíneas para impulsar la utilización de SAF.
En cuanto al transporte marítimo, desde hace un año también se han sucedido distintas pruebas, tanto en barcos de mercancías como de pasajeros. Este verano se realizaron 84 viajes en el Estrecho de Gibraltar en ferris de Naviera Armas Trasmediterránea con biocombustibles de segunda generación producidos por Cepsa.
Sin embargo, el uso de biocombustible puede ir más allá del transporte: otros sectores también pueden beneficiarse de su utilización. Biocombustibles como el biometano, que se produce a partir de residuos agrícolas, ganaderos o urbanos, también pueden sustituir al gas natural en numerosos procesos productivos, contribuyendo así a la descarbonización de la industria.
Todos estos ejemplos confirman que, si bien todavía queda camino por recorrer, los biocombustibles se ofrecen como una alternativa factible para acelerar parte de la transición energética.