Las dificultades para conciliar vida laboral y familiar y el descubrimiento de que el rechazo a la ciencia empieza casi en la infancia llevó a una científica sevillana a reinventarse y a unir sus pasiones: la enseñanza, la investigación y los niños. Así nació Pequeños Alquimistas, una serie de talleres con experimentos prácticos donde enseñar a los más pequeños que la ciencia “no son solo datos” sino sobre todo investigación y experimentación con todo lo que nos rodea.
“He trabajado toda mi vida en laboratorios, hasta que tuve a mis hijos, decidí dedicarme a ellos y cuando quiso reincorporarme no era tan fácil, sobre todo por la dificultad de conciliar vida laboral y familiar”, explica Almudena Gil, doctora en Ciencias Químicas, e impulsora de Pequeños Alquimistas. Empezó a pensar qué podía hacer y enseguida le vino a la mente que podía ser algo relacionado con la enseñanza, una vocación que dejó aparcada para meterse en un laboratorio.
“Estaba muy implicada en el Ampa y en las actividades del colegio de mis hijos y empecé a darme cuenta de cómo desde pequeños empiezan a rechazar todo lo que tiene que ver con la Ciencia”, indica, y relata como sus propios hijos le decían: “Puff, hoy nos toca Cono [Conocimiento del Medio]”. No entendía cómo alguien pudiera rechazar ese área pero veía que a la enseñanza reglada de los centros escolares “les falta mucha práctica y solo se enseña teoría”.
Ciencia creativa
Comenzó a impartir talleres en locales prestados, a perfilar y dar forma a lo que quería enseñar y dos años después tiene ya un local propio, cursos de verano y talleres los fines de semana. “La idea es hacer una ciencia creativa, que igual que pintan un dibujo, aprendan a hacer su propio invento, experimento u observación”, explica. De ahí que los talleres sean fundamentalmente prácticos y a partir de unas nociones básicas los niños van haciendo lo que más les interesa. “ A unos les gusta más mirar bichos, a otros actividades más tecnológicas y a otras los experimentos”, cuenta la científica.
“El objetivo es que disfruten, que se lo tomen con calma porque la investigación requiere paciencia y en el mundo tan rápido en el que vivimos a algunos esto les cuesta”, señala. Su deseo es despertar el interés por la investigación básica, “querer saber qué es lo que no ha salido bien de un experimento y alegrarte cuando sale, que sepan de dónde salen las sustancias, qué usos se les puede dar y aprender que la ciencia subyace en todo lo que nos rodea”, afirma.
Experimentan con objetos y todo lo que les rodea: desde cómo hacer un helicóptero aprendiendo a propulsar con aire pequeñas estructuras hasta mover un cohete con una cerilla y mezclar así química e ingeniería. “En los talleres de junio trataron de hacer piruletas de cristal pero no les salieron porque no tuvieron paciencia”, detalla.
Vocaciones entre las niñas
A los talleres -para niños a partir de cinco años- acuden niños y niñas pero las formas de enfrentarse a los experimentos están diferenciadas claramente. “Ellas son más pacientes, más observadoras, son capaces de deducir una reacción ensayando y mirando, mientras que ellos son más impacientes y están más interesados en el resultado que en el proceso”, describe.
Por su experiencia profesional, también aspira en los talleres a despertar vocaciones científicas en las niñas. “En la carrera no hay mucha diferencia y estábamos a la par pero los hombres tienen un recorrido profesional muy diferente al nuestro”, detalla.
Apunta que el principal problema es la conciliación, pero no el único, porque cree que el trabajo de las científicas está más invisibilizado y deben demostrar el doble. “El trabajo de ellos sigue estando más valorado y si un hombre afirma algo se le escucha más que si lo dice una mujer”, señala sobre su experiencia en los diferentes laboratorios en los que ha investigado. “Hacen falta más mujeres científicas”, afirma.