Unos cursos de corte y confección para que las amas de casa aprendieran a coser fue el punto de encuentro de 12 mujeres. Los talleres, impartidos por la Agencia de Extensión Agraria, pretendían así que las mujeres ahorraran en la economía familiar aprendiendo a hacer su propia ropa. Era el año 1978, España salía de una larga dictadura y lo que pocos imaginaban es que ese grupo de mujeres rurales del Campo de Gibraltar formaría una cooperativa de confección de ropa y artículos textiles, SAJIES, que 37 años después de su puesta en marchar permanece en activo en la misma localidad gaditana donde nació, San Pablo de Buceite. Llegaron a ser 32 socias a finales de los 80, luego vino la globalización, bajaron los pedidos y al final estalló la crisis. Ahora, la sobrecacarga de trabajo ha hecho sin embargo que las 12 socias que permanecen vuelvan a abrir una bolsa de empleo que ha estado cerrada varios años.
“Creo que lo que nos ha hecho subsistir todo este tiempo es que hacemos de todo, desde moda, punto, pantalones o bañadores y si no teníamos pedido de una cosa pues podíamos tenerlo de la otra”, explica Rosario Porres Alarcón, presidenta de la cooperativa, donde entró con 17 años siguiendo los pasos de su madre, una de las 12 fundadoras. Cuando en los talleres “de ahorro familiar” descubrieron que hacer ropa se les daba bien decidieron que cada una cosería en su casa. Enseguida vieron que para sacar adelante una producción en cadena esa forma de trabajar era inviable y la parroquia del San Pablo les cedió un local donde empezaron a trabajar todas juntas. Poco después las propias mujeres compraron unos terrenos y construyeron la nave en la que aún está cooperativa. En 1983, se constituyeron oficialmente como cooperativa y el nombre lo trajeron las primeras letras de las localidades de procedencia de las socias: unas eran del mismo San Pablo, otras de Jimena de la Frontera y otras de Estación de Jimena. SAJIES ya era una realidad.
“Lo que hicieron entonces creo que ahora sería muy difícil porque para comprar los terrenos pidieron varios préstamos y muchos se avalaron con sus casas o las de sus padres”, cuenta Porres, quien señala también que las fundadoras rechazaron una subvención pública porque les obligaba a ceder lo terrenos y la nave al Ayuntamiento. “Y ellas querían que fuera solo suyo y de la cooperativa”, afirma. Con los préstamos construyeron el taller y compraron las máquinas y su primer vehículo, para traer y llevar a las socias trabajadoras que vivían fuera de San Pablo. Y empezaron a producir en cadena en su propio taller. A finales de los años 80 y principios de los noventa llegaron a ser 32 cooperativistas y más de 40 trabajadoras con las aprendices. Fabricaron para grandes marcas como El Corte Inglés o Mayoral pero luego esas mismas marcas empezaron a sacar la producción fuera de España y los pedidos también bajaron.
“Ha habido meses en los que solo hemos tenido dinero para hacer pagos, porque sin luz no puedes trabajar y las cotizaciones tampoco hemos dejado nunca de pagarlas”, señala. Varias cooperativas textiles de la zona cerraron pero ellas lograron mantenerse. Ahora trabajan nueve socias y otras tres están en excedencia. Y de nuevo los pedidos vuelven a llegar. De ahí que ante la carga de trabajo hayan vuelto a abrir su bolsa de empleo: “Buscamos a mujeres que les guste la costura, hayan hecho algún curso de corte y confección o diseño o maquinaria”, explica la presidenta de la cooperativa. Y añade riéndose: “Y que también tenga un poco de sangre en las venas”.
Ahora tienen que entregar un pedido de 7.000 bañadores y 4.000 polos. “Son las grandes cantidades las que nos están dando de comer”, afirma y explica que hay muchos encargos que tienen que rechazar porque son cantidades pequeñas que lo único que hace es retrasar los grandes pedidos. “Ojalá pudiéramos aceptarlos pero hay que pagar la luz y arreglar máquinas”, afirma. El pasado noviembre no pudieron cobrar, solo afrontar pagos pero ahora son optimistas. Eso sí, piden, “un aumento de los precios porque al final en toda la cadena textil los que siempre acabamos perdiendo somos los talleres”, afirma Porres.