“Siempre que vuelvo a casa sufro con las cargas familiares, ¿cómo lidiar con las preocupaciones de quienes queremos?”

Sara Torres

23 de diciembre de 2023 22:23 h

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Siempre que vuelvo a casa sufro con la carga emocional de las preocupaciones que cargan a su vez mi familia. ¿Cómo lidiar con las preocupaciones que nos ponen las personas que queremos y nos quieren?

Te quiero, eres importante para mí pero, si te soy sincera, con una sinceridad casi impronunciable… preferiría no verte. Es el mensaje privado que no enviaremos estas Navidades. Lo enterramos como secreto: ¿qué consecuencia terrible tendría verbalizarlo? ¿Cómo decir a nuestras madres, padres, hermanas, abuelos… que sentimos una especie de incomodidad ansiosa al pensar en tener que sostener la alegría y la celebración a su lado? Tal vez ni siquiera ha habido un conflicto explícito y esto nos hace sentir todavía más culpables por nuestros sueños de huida. Entonces recurrimos al gesto conocido, la disposición sacrificial: nos vestimos de amabilidad y encerramos en la oscuridad de la conciencia ese impulso animal, esa otra sabiduría que, de recibir nuestra atención, nos llevaría sencillamente a no salir de casa ni hoy ni mañana. No coger ese tren, no buscar a última hora y sin gana alguna un regalo. Emplear las vacaciones para pasear por el campo, comer y dormir la siesta con un perro o un gato.  

El encuentro con los que una vez fueron nuestros adultos de referencia trae a veces consigo el recuerdo de la represión, la prohibición y la demanda de un imposible por el cual de niñxs nos esforzamos. Ya sea respondiendo con obediencia o con insubordinación, es difícil no quedar marcadas por los deseos de normalidad o de excepcionalidad de lxs otros, esos que recibimos en su mirada y su habla los primeros años de vida. Y es que tanto violenta quien espera de nosotras una versión falsamente neutra de “normalidad” (la hija normal, la niña normal, la estudiante normal) como quien proyecta fantasías de excepcionalidad (la guapa, la lista, la buena que cuidará de la familia siempre que sea necesario).

¿Cómo decir a nuestras madres, padres, hermanas, abuelos… que sentimos una especie de incomodidad ansiosa al pensar en tener que sostener la alegría y la celebración a su lado?

El pensamiento ideológico atraviesa muchas veces a las personas que amamos, se expresa en forma de preocupaciones y fantasmas con los que nos es difícil empatizar porque nos da la sensación de que vienen de “afuera”. Un afuera que nos interpela como el poder, pero que no nos conmueve. De expresión rígida y necrosada, la ideología media nuestros encuentros, atenta contra la vida con su inflexibilidad y su totalitarismo, porque no puede acoger en sí la ambigüedad y la diferencia. Al pronunciarse frente a nosotras hiere, sobre todo si nos recuerda la prohibición y el insulto bajo los cuales nos hemos desarrollado en la infancia. Porque sí, la prohibición y el insulto nos fueron dados a casi todxs, se nos entregaron torpemente junto a los mazapanes, las carantoñas y los regalos de reyes.

Hay un perfil recurrente, que destaca entre las personas a las que queremos pero que preferiríamos no cruzarnos en los próximos días. Es el familiar amoroso, pero cuya psique, fieramente apegada a un modelo estático de pensamiento, no permite flexibilidad alguna dentro de un catálogo bastante amplio de temas “prohibidos”. Esta persona puede durante horas mantener una conversación tierna y amable, digamos, sobre la cocina y los paisajes de invierno, pero en el momento en que una palabra clave despierta su cerebro ideológico, se disparan en su boca una serie de lemas y retahílas que, por aquello de que ya las hemos escuchado antes, nos asustan y nos retraumatizan, haciéndonos sentir que no ha pasado el tiempo desde aquella vez de niñxs, cuando escuchar conversar a los adultos comenzó a ser motivo de tristeza.

Ya sea respondiendo con obediencia o con insubordinación, es difícil no quedar marcadas por los deseos de normalidad o de excepcionalidad de lxs otros, esos que recibimos en su mirada y su habla los primeros años de vida

Porque venimos cargadas con tristezas antiguas, muchas veces nos es difícil desear sostener la demanda de amor y atención de nuestrxs familiares. La casa de los padres nos trae recuerdos de angustia adolescente y el relato de la madre, la historia de sus preocupaciones, nos encierra en una identidad que en nuestra vida adulta nos hemos esforzado por dejar, quizás no atrás, pero sí a un lado. 

A veces lo más importante es preguntarnos qué estamos sintiendo cuando la idea de acompañar los deseos y las preocupaciones de los demás nos genera ansiedad y revoltura, ganas de correr más que ilusión por dar, apaciguar, templar los problemas de nuestros seres queridos. Tal vez no seamos nosotras incapaces de amor, sino que la demanda de afecto y atención nos llega en unos términos que no podemos soportar. ¿Dónde nos están situando en su relato? ¿Despliegan las emociones en nosotras, incluso contra nosotras, como si fuese una descarga? ¿Saben acompañarnos con empatía una vez nos han puesto en el lugar de quien escucha? Quien cuida también ha de ser protegido. Solamente así el intercambio sucede con placer.

El pensamiento ideológico atraviesa muchas veces a las personas que amamos, se expresa en forma de preocupaciones y fantasmas con los que nos es difícil empatizar porque nos da la sensación de que vienen de “afuera”

Está bien sentir la contradicción: podemos amar a nuestros familiares, estar agradecidas y al mismo tiempo desear escapar del relato que proponen, de la mirada que lanzan a este mundo compartido, y de su demanda de cariño, presencia y cuidados. ¿Cómo implicarnos en los trabajos del amor si ni siquiera somos afines? Mucho más fácil poner el cuerpo, cuidar a aquellxs por quienes nos sentimos comprendidas y valoradas. 

Creo que acompañar en los problemas y en las pasiones no tiene que ser una experiencia sacrificial. Si lo está siendo, a veces mejor, cuando es posible, tomar distancia un rato. Y escuchar eso que canta Lau Noah junto a Cécile McLorin Salvant en Siete Lágrimas 

“Si te vas mañana

Bajo el calor de este sol tibio

Lloraré seis lágrimas de amor

Y una de alivio“

Y tú, amiguitx, para los días que vienen, ¿has encontrado la forma de posicionarte en los encuentros familiares de modo que sean encuentros alegres, encuentros que no asusten al niño, sino que amplíen tu mundo adulto de un modo u otro?

¿Te ves capaz de ese tipo de escucha empática que acompaña al otro en su discurso distinto, incluso cuando es ideológico, sin sentir frustración, ira o pérdida de libertad?

“Siete lágrimas de adiós

Bajo este sol tibio

Seis de amor por derramar

Y una de puro alivio“ 

Tal vez, en algunos días difíciles, buscar el alivio sea otra forma de encontrar el amor.