Estrés por calor, que no te amargue el verano
Llega el verano y, con él, se activan los mecanismos de adaptación de nuestro cuerpo, como el sudor, que se ponen en marcha para mantener la temperatura corporal estable. Si, además, se realizan actividades o trabajos en el exterior que requieren un gran esfuerzo físico, el cuerpo humano puede llegar al límite.
Esto se traducirá en la aparición de síntomas como calambres, agotamiento, diarrea, edema y afecciones cutáneas. Cuanta más temperatura, mayor riesgo de sufrir estrés térmico, una carga térmica resultante de la interacción entre las condiciones ambientales y el calor del metabolismo.
La importancia del sudor
Las temperaturas extremas causan estrés en el organismo; su funcionamiento óptimo se sitúa entre los 36ºC y los 37ºC. Cuando son más altas, el cuerpo libera del calor a través del sudor, el aumento de la respiración y del ritmo cardíaco. A partir de estas temperaturas es recomendable tomar medidas de precaución para evitar situaciones de riesgo, sobre todo si se realizan trabajos físicos en el exterior.
Debe tenerse en cuenta que el rendimiento en un ambiente muy caluroso es inferior al normal porque la llegada de sangre y oxígeno en los músculos se reduce. El cuerpo desvía, de manera automática, más sangre a la circulación superficial para reducir la temperatura interna del cuerpo. Cuanto más calor, más sudor, lo que incrementa el riesgo de deshidratación.
El cuerpo suda para mantenerse fresco. Cuando la temperatura corporal aumenta, las glándulas sudoríparas segregan el sudor, un líquido formado por agua y sales minerales. El agua del sudor se evapora usando el calor del cuerpo y, de esta manera, se rebaja la temperatura corporal. La cantidad de sudor depende de la temperatura del cuerpo y el agua que se pierde sudando debe recuperarse bebiendo. Si el mecanismo de regulación de la temperatura no funciona bien y no se compensan bien las pérdidas de líquidos, se produce un golpe de calor.
Cómo nos afecta el calor extremo
El cuerpo necesita aclimatarse a las distintas condiciones climatológicas para termoregularse, sobre todo a partir de una cierta edad, ya que la tolerancia al calor disminuye con los años, y si se sufre obesidad o delgadez extremas. La descompensación derivada de la pérdida de líquidos y de sales minerales por temperaturas extremas lleva a una sudoración abundante y prolongada.
Esta puede derivar en un déficit iónico, responsable de las calambres musculares en las extremidades, además de deshidratación y agotamiento térmico. La pérdida de sales puede alterar las funciones corporales. Para recuperarlas, debemos parar la actividad, ponernos a la sombra y reponer líquidos.
El agotamiento por calor se traduce en cansancio y fatiga, sensación de mareo y mucho sudor; piel fresca y húmeda, pulso rápido y respiración rápida. Los riesgos aumentan cuando se dan las siguientes condiciones: temperatura del aire elevada; radiación térmica elevada (exposición directa a los rayos del sol); humedad relativa elevada. Los síntomas que deben alertarnos son:
- Irritabilidad, reducción del rendimiento físico y mental.
- Desorientación, agitación, confusión.
- Mareos, náuseas y dolor de cabeza.
El golpe de calor, el más grave
Cuando el mecanismo de la sudoración empieza a fallar y el cuerpo no se enfría por sí solo, aparece el golpe de calor. La temperatura interna del cuerpo aumenta, llegando a los 40ºC. Los primeros síntomas suelen ser piel caliente y seca, alteraciones del sistema nervioso central, confusión y desmayo. Es muy importante la asistencia médica en este punto para evitar consecuencias más graves (puede necesitar oxígeno o medicación específica).
Durante la espera de los profesionales, deberá colocarse a la persona a la sombra, a ser posible en un ambiente frío; quitarle la ropa y, en la medida de lo posible, darle una ducha con agua fría (unos 15-18ºC); si está consciente, darle agua para beber; cubrirle el cuerpo con toallas húmedas y cambiarlas con frecuencia; ayudar a enfriar con un ventilador.
Cinco acciones que nos ayudarán a blindarnos del calor:
- Evitar la exposición solar directa en la cabeza con gorras o ropa adecuada.
- Beber agua o bebidas isotónicas con frecuencia, a pesar de que no se tenga sed. De esta manera, conseguiremos reponer y recuperar el agua y las sales perdidas que perdemos al sudar.
- No ingerir alcohol ni café o bebidas con cafeína.
- Evitar la ingesta de comidas copiosas y grasas. Optar por comidas ligeras como ensaladas, frutas o zumos.
- Proteger la piel con crema solar (a partir de un factor de protección 30) unos minutos antes de exponernos al sol.
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