Falsos mitos y evidencias sobre la reducción de daños

Hace unas semanas se dio a conocer un estudio de la Universidad de Carolina del Norte que aseguraba que algunos de los ingredientes presentes en los cigarrillos electrónicos pueden llegar a ser más tóxicos que la nicotina. Dicho estudio apuntaba, más concretamente, a los líquidos de los vaporizadores personales, alertando de la presencia de propilenglicol y glicerina vegetal.

Por descontado, se obviaba no solo que no existe, en la amplia bibliografía científica al respecto, ninguna prueba de que ambas sustancias sean más toxicas que la nicotina, sino que tanto el propilenglicol como la glicerina se utilizan en alimentación, cosmética e, incluso, en medicamentos inhaladores.

Sensacionalismo científico

Sin embargo, es tan solo un caso de los muchos estudios que nos encontramos con graves deficiencias metodológicas y/o con conclusiones alarmistas. Otra de las investigaciones más recientes, realizada por la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins Bloomberg, aseguraba que no se podía descartar la presencia en el vapor de los e-cigs de sustancias como arsénico, plomo, zinc o magnesio.

En un claro caso de sensacionalismo, dicho estudio olvidaba mencionar que tampoco se puede descartar la presencia de metales pesados en otros lugares, como los alimentos que comemos o el aire que respiramos. Es anticientífico pasar por alto que lo importante no sólo es la sustancia, sino su concentración, principio clave que establecía ya Paracelso en el siglo XVI.

Y, de hecho, el estudio mostraba que la cantidad de esas sustancias presentes en el vapor estaba muy por debajo de los límites fijados como seguros por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA).

Otra revisión publicada en la revista BMJ, se centraba en el plomo y en el arsénico, asegurando que ambas sustancias, que pueden estar presentes en el vapor de los cigarrillos electrónicos, son perjudiciales en cualquier concentración. De igual modo que lo son las concentraciones de metales pesados en el pescado que comemos y no por ello los médicos dejan de recomendar que se incluya el pescado en la dieta.

Por supuesto que el plomo y el arsénico son terriblemente tóxicos, pero precisamente por eso, la FDA establece límites de exposición. Igualmente, las legislaciones como la Directiva Europea de Productos del Tabaco establecen unos estrictos controles de calidad y seguridad en la fabricación de los cigarrillos electrónicos.

Un claro ejemplo de la importancia de no olvidar los principios de la toxicología es el Oxígeno, que genera radicales libres que oxidan los tejidos, provocando numerosos tipos de cáncer. Sin embargo, está científicamente demostrado que ningún ser humano puede vivir en un ambiente libre de oxígeno. Al igual que nadie puede vivir y, menos en la actual era industrial, en ningún ambiente libre de miles de compuestos tóxicos y bioacumulables. 

 

El momento de la reducción de daños

Si analizamos todos estos estudios, además del sensacionalismo, encontramos un denominador común. Todos y cada uno de ellos obvian lo más importante del cigarrillo electrónico: es una Herramienta de Reducción de Daños dirigida exclusivamente a fumadores adultos. El e-cig no es un producto inocuo; de hecho, no existe nada inocuo; pero el Real Colegio de Médicos de Reino Unido establece que es un 95% menos perjudicial que el tabaco.

Si un fumador pasa a consumir muchísimas menos sustancias tóxicas probablemente evitará una muerte prematura. Lo ideal es no fumar, ni vapear, al igual que lo ideal sería no respirar el aire de las ciudades, bastante más tóxico que el vapor de un cigarrillo electrónico, tal y como demuestran los estudios de los Profesores Joan Grimalt, Miguel de la Guardia o Ángel González.

Sin embargo, partimos de una realidad incontestable y es que un amplísimo porcentaje de fumadores (hasta un 95% según las condiciones) fracasa a la hora de dejar de fumar. ¿Qué debemos hacer? ¿Darles la espalda o ayudarles a pasarse a alternativas mucho menos dañinas y no letales?

Desgraciadamente, algunas autoridades sanitarias han optado por la primera opción y por encerrarse en un alarmismo infundado,alegando que pueden constituir una puerta de entrada al tabaquismo para los más jóvenes o que es una estrategia de las tabaqueras para captar nuevos adeptos. Los vaporizadores personales provienen de un sector independiente cuya evolución, desde el registro de la primera patente en 1963, ha estado impulsada por los propios usuarios. Por otro lado, la industria tabaquera ha lanzado sus propios productos de riesgo reducido, anticipando un futuro sin humo. ¿Por qué es esto malo?

Respecto al acceso de jóvenes a estos dispositivos, por supuesto que es algo que hay que evitar, pero no demonizando el producto a costa de la vida de los fumadores adultos. En España, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, la legislación prohíbe la venta a menores, un caso similar al que ocurre en Reino Unido, un país que promociona activamente el cigarrillo electrónico como producto de reducción de daños y que, al mismo tiempo, ha visto cómo las tasas de tabaquismo, incluyendo entre los jóvenes, están cayendo más rápido que nunca.

Hace poco, se celebró el Primer Congreso Científico sobre Reducción de Daños por Tabaquismo en España, que mostró la amplia base de evidencias científicas que hay en torno al uso de productos de riesgo reducido. A raíz de ese congreso, numerosas autoridades médicas y científicas firmaron el llamado Manifiesto por la reducción de daños del tabaquismo, cuyo objetivo es ir más allá y crear una plataforma abierta de la que formen parte todos y cada uno de los actores implicados en esta lucha.

Por supuesto, es importante contar también con las autoridades sanitarias, y, si todos colaboramos para desarrollar un debate abierto, científico y objetivo sobre la reducción de daños, estaremos más cerca de acabar con la lacra del tabaquismo. 

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