Terremoto Inés Hernand: ¿activismo o frivolidad en un ecosistema digital lleno de ruido?
La energía de un linchamiento ni se crea ni se destruye: sólo se transforma. Eso debió pensar la presentadora Inés Hernand cuando, en plena erupción mediática por su cobertura a pie de alfombra en Los Goya, trató de redirigir la atención y la ira recibidas por bromear con Pedro Sánchez mientras trabajaba para TVE con el siguiente tuit: “Aprovecho el tráfico en mi perfil en el día de hoy para pedir un donativo y contribuir en la ayuda humanitaria en la franja de Gaza, estamos asistiendo a un genocidio en directo”. El mensaje iba acompañado de un enlace a la web de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo.
El tuit de Hernand, casi un epítome del ciberactivismo contemporáneo, presenta la rara virtud de encarnar un regate moral de manera tan diáfana como inconsciente: por un lado, denuncia la pasividad occidental –es decir, la frivolidad– ante una hecatombe humanitaria; por otro, utiliza esa hecatombe a modo de interludio, de paréntesis, casi de spot publicitario, en medio del principal drama primermundista de nuestro tiempo: que te lapiden en redes.
Nada que no veamos todos los días –nada que no hagamos nosotros– en nuestras stories de Instagram. Aquí está mi desayuno con pan de masa madre y aguacate; aquí están mis gatos, Mulder y Scully, míralos cómo juegan; aquí vemos los restos mutilados de un niño en Gaza tras un bombardeo, todos somos cómplices; aquí con este filtro que me pone pecas, jaja. Hablamos, es importante insistir, de un síntoma de época y un pecado compartido. ¿Sirve de algo utilizar esa meticulosa construcción pública del yo en la que se han convertido las redes sociales para llamar la atención sobre luchas colectivas? ¿Es el sistema hackeable desde las tripas de un algoritmo que lo que quiere es estabularnos en los rieles del tecnocapitalismo y que produzcamos ruido gratis dentro de un casino moral? ¿Banalizamos las causas nobles al convertirlas en contenido?
Todavía aturdida por haberse convertido en la piñata humana de medio Internet, Inés Hernand responde al teléfono para ofrecer su punto de vista. A la pregunta de si se arrepiente de haber invocado la solidaridad palestina en medio de su crucifixión, duda: “He reflexionado poco sobre ese tuit porque tampoco estoy haciendo un seguimiento directo de algo que, obviamente, es un maltrato psicológico al que no me quiero exponer. No quiero leer cómo me insultan 15.000 personas distintas”. La humorista cree que hay un claro sesgo de género en las críticas que recibe. “A tenor del volumen de insultos absolutamente misóginos y machistas que me llegan, te diría que no se me está juzgando como cómica, sino como tía. Que si te estás metiendo rayas en la polla de Pedro Sánchez, que si normal que tengas las rodillas levantadas de tanto chuparla… y un largo etcétera”, denuncia.
Más allá del tono evidentemente condenable de esas reacciones, la pregunta que sigue latiendo en el corazón de esta polémica descansa en la distinta cualidad de las churras (el acoso machista en redes) y las merinas (los crímenes de guerra en Gaza). Pero Hernand defiende la oportunidad de su activismo en un momento de gran atención pública y no lo considera de mal gusto. “Yo he aprovechado ese tráfico en mi perfil para redirigirlo a algo que creo que no se está visibilizando. De forma irónica, también hay una pequeña reflexión que lanzo a la palestra, y es: 'Oye, ya que estáis todos tan preocupados con esta chorrada [su cobertura de los Goya], a ver si os preocupan tanto otras cuestiones. No me estoy aprovechando del activismo respecto de la situación que está sufriendo la población gazatí porque para mí no es nuevo ejercerlo en los espacios que tengo. Y he aprovechado ese tráfico para que la gente, en la medida de lo posible, esté informada de lo que está ocurriendo en el otro lado del mundo”.
Hernand también descarta que su llamamiento a la solidaridad respondiera a un cálculo, cual Batman que trata de deshacerse del acorralamiento de sus enemigos haciendo estallar una bomba de humo, o a una maniobra cínica de distracción, como si, al verse cuestionada, se agarrara al flotador del compromiso político para navegar una marea adversa. “No considero que me esté agarrando a ningún flotador o que esté intentando hacer un juego de trileros. Yo me estoy comiendo las críticas y he contestado en consecuencia. Mi función en ese trabajo era entretener y por lo que estoy viendo, aunque sea a mi costa, se está haciendo, con lo cual, fantástico todo, se ha cumplido mi función”, defiende.
He aprovechado ese tráfico en mi perfil para redirigirlo a algo que creo que no se está visibilizando. De forma irónica, también hay una pequeña reflexión que lanzo: '(...) A ver si os preocupan tanto otras cuestiones'
Una activista en la corte de Prado del Rey
Pongamos un poco de contexto. En el momento de realizar esta entrevista, Inés Hernand era ya una diana multiperforada, objeto de una avalancha de críticas a veces argumentadas, a veces insultantes, por el tono desenfadado de su labor como reportera en los Goya para RTVE Play, la plataforma digital de Televisión Española enfocada a un público joven. No era la primera vez que la división internetera de la pública contaba con un cómico para dar una visión –digamos– gamberra de los premios. Antes lo habían hecho, en forma de dupla cómica, Ignatius Farray y David Sainz (2019) y Jaime Caravaca y Grison, en 2020. Ninguno de ellos recibió tantas críticas como Hernand, a la que se afea ahora el uso de lenguaje soez –no más soez que el de los cómicos antes citados– y eructar en directo como parte de un gag sobre los largos tiempos de espera de las alfombras rojas.
También es cierto que ni Farray ni Sainz ni Caravaca ni Grison abordaron al presidente Pedro Sánchez con las siguientes palabras: “Eres un icono, presi, ¡te queremos!”. La frase le valió a Hernand un comunicado inusualmente duro del Consejo de Informativos de Medios Interactivos de RTVE, en el que, sin mencionarla directamente, como hacen los políticos que hablan de compañeros de filas salpicados por casos de corrupción o las folclóricas cuando se refieren a sus exmaridos y los camuflan detrás de construcciones campanudas como “esa persona”, reprobaban el comportamiento de “una colaboradora externa” y sentenciaban que “el tono adulador hacia un presidente del Gobierno, sea del signo que sea, no tiene cabida en la radio televisión pública, que es la de todos”.
En honor a la verdad, cuando Hernand llamó “icono” al presidente lo que hacía era continuar un running gag presente durante toda su cobertura, pues era el calificativo que dedicaba a todos sus entrevistados, de manera cada vez más arbitraria. Tan icono fue Sánchez para la reportera como Carmen Machi, Fernando Tejero, Macarena García, David Trueba y un largo etcétera. Un recurso de humor absurdo que, aunque puede incomodar a algunos espectadores o al Consejo de Informativos de Medios Interactivos de RTVE, estaba más cerca de Pablo Carbonell llamando “guapa” a Esperanza Aguirre que de Sánchez Dragó recibiendo a José María Aznar en el plató de Negro sobre blanco como un intelectual a la altura de Azaña. Era, en rigor, un vacile, no un peloteo. Pero el corte específico de ese momento, extirpado de su contexto, ofreció una imagen de la cobertura a los que no la habían seguido muy distinta de la que tenían quienes sí lo habían hecho. Y, como siempre sucede en las dinámicas cancelatorias de las redes, los dardos se dirigieron en todo momento a la persona, Inés Hernand, en lugar de a la superestructura, TVE.
De repente, la red se llenó de críticas, incluso de trabajadores del ente público, que hablaban de la cómica como una suplantadora que robaba el espacio a periodistas de verdad para hacer payasadas y degradar la televisión de todos los españoles; descalificaciones que jamás recibieron los cómicos que precedieron a Hernand como agitadores para RTVE Play.
“El comunicado del Consejo de Informativos de TVE me ha hecho sentir desamparada por el mero hecho de que no ha habido ni un contraste ni una comunicación previa conmigo”, lamenta Hernand. Y aclara: “Se hace desde informativos, cuando este programa pertenece al área de entretenimiento. Yo estoy contratada desde RTVE Play y quiero preservar al equipo, que ha hecho un trabajo fantástico, pero aquí se han metido los de informativos cuando mi cobertura no está faltando a la ética profesional del periodismo”.
La neutralidad en RTVE: ¿espejismo, trampa o utopía?
Lo curioso es que este no es el primer encontronazo entre la forma que la comunicadora tiene de entender el entretenimiento y los a veces confusos atributos que se engloban dentro de ese sintagma de hierro presente en todo lo que hace el ente, para bien y para mal: servicio público. En junio de 2023, a falta de un mes para las últimas elecciones generales, RTVE retiró de su web un programa del espacio que entonces presentaba, Gen Playz, después de que Hernand dijera en directo: “Los buenos siempre ganan (…) No dudo de la victoria de un Gobierno progresista”. Hasta ese momento, todo apuntaba a que la renovación de Gen Playz en la plataforma digital de TVE estaba bien encaminada. Sin embargo, tras las palabras de la presentadora se produjo un terremoto interno que generó un nuevo escenario de incertidumbre y la necesidad de salvar los muebles con un formato veraniego (Gen Playz XL Summer Edition) sin su presencia y presentado únicamente por Darío Eme Hache, que se emitió hasta la cancelación definitiva del programa en el mes de septiembre.
Cabe preguntarse si aquellas declaraciones de la presentadora y sobre todo un tuit en el que reiteraba su postura incluso después de haber sido retirado el programa de la polémica pudieron generar malestar en los compañeros de equipo. Pese a todo, y aun asumiendo que la frase del Orgullo fue un momento “de vehemencia”, Inés Hernand defiende su derecho a marcar perfil propio. “Entiendo que haya gente que diga: 'Esta tía nos va a joder el trabajo por decir sandeces', pero para mí no lo son. Cuando terminó el Orgullo, todo eran vítores y abrazos, y al día siguiente era la peor persona del mundo”, recuerda. La presentadora insiste en que vivió con tristeza aquella etapa. “Yo, como persona solidaria con los compañeros con los que he trabajado durante tres años y medio, en cuanto pasa esto, obviamente, lo primero que hago es llorar y decir: 'Por el amor de Dios, que le afecte al menor número posible de gente”.
Hernand defiende que no es sano trabajar con miedo a decir algo que pueda hacer caer todo un sistema de trabajo, y considera injusto que el foco esté sólo en ella. “Si el proyecto se cae por una cuestión personalista, entonces algo va mal en ese proyecto. Entiendo que se me diga: 'Sé más comedida', pero te voy a decir la verdad, creo que hay que ser un poco más valiente, en general. Esa es mi opinión”.
El cariño de toda esta gente
Antes de saltar a la fama como presentadora de Gen Playz, Inés Hernand trabajaba en un despacho de abogados y mantenía un canal de YouTube de divulgación legal. Hoy es la mitad de los pódcast Saldremos mejores, junto a Nerea Pérez de las Heras, y Payasos y fuego, junto a Ignatius Farray –ambos compaginan su emisión regular con shows en directo–; copresentadora de No sé de qué me hablas al lado de Mercedes Milá y colaboradora de Hora 25, en la Cadena SER. Fue precisamente en el programa de Aimar Bretos donde hizo su primera aparición pública tras el revuelo de los Goya. “Por mucho que les duela, soy comunicadora y entretengo. Alrededor de mi factura giran seis salarios”, dijo ante el micrófono de la SER. Además de sus trabajos de cara al público, ha fundado una agencia de gestión de talentos digitales. Se ha convertido, de una u otra manera, en una mujer-empresa, que aparte de todos esos trabajos antes mencionados –nos dejamos en el tintero otras colaboraciones de este mismo año en programas ya cancelados como Más vale sábado o La plaza– no deja de producir en su perfil de Instagram, con un volumen de stories y publicaciones capaces de rivalizar con cualquier influencer.
Lo más probable, en el caso especifiquísimo y paradigmático de Inés Hernand, sea que sus palabras en el Orgullo acabaran siendo más decisivas (para sus compañeros de programa) que su tuit de Gaza (para los palestinos)
Cuando Inés Hernand, luciendo unas gafas de sol galácticas, se posiciona en la rueda de prensa del Benidorm Fest contra la participación de Israel en Eurovisión, hay estructuras que tiemblan en Prado del Rey, desde directivos que probablemente piensen 'ahora me va a tocar una llamada de arriba' a eléctricos, cámaras y maquilladores que quizás se digan para sus adentros: 'Llevo tres años viniendo a currar a Benidorm y ojalá ahora no cancelen el festival por culpa de esto'. Pero esas no son las nóminas a las que Hernand se refiere en su speech de la SER –pues dentro del Benidorm Fest y de sus trabajos con RTVE Play es una pieza más del engranaje–, sino a los puestos de trabajo que orbitan alrededor de los cortes de 30 segundos que sube a Instagram destacando lo mejor de cada una de sus intervenciones, a la economía digital que emerge de su destello como chica de moda. Es la tía que te cuenta las noticias del día en las stories de Instagram; la voz femenina y transgresora que sacude la caspa de un panorama mediático dominado por discursos apolillados y conservadores. Y, también, es su propia jefa. Y una estrella.
En este sentido, puede parecer que hay intereses contrapuestos cuando a Inés Hernand –o a cualquier cómico/presentador/caricato/lo que sea con cierto relieve público– le pregunten por cuestiones candentes de actualidad mientras trabaje en TVE: por un lado, los intereses de quienes quieren que ese proyecto funcione dentro de unos parámetros de cierta neutralidad y no se caiga; por el otro, el interés de la estrella de turno porque le digan 'ahí estás, reina, sirviendo coño' en Twitter. “El cariño de toda esta gente”, bien lo sabemos, es un patrimonio como cualquier otro dentro del olimpo televisivo.
En su conversación con este diario, Inés Hernand refuta cualquier sospecha de que esos 'sirviendo coño' –esos aplausos, esa autopercepción delicadamente construida de vengadora de la clase trabajadora– sean una moneda tangible en su capital emocional. En realidad, explica, su activismo sólo le trae disgustos. “Lo que me acaba de ocurrir con los Goya me ha tirado abajo otro trabajo. Ha llamado ya una marca y ha dicho: 'Mira, no queremos trabajar con Inés'. Por supuesto que tiene un precio utilizar mi posicionamiento y mi influencia para soltar determinados discursos”, afirma. Es la tercera vez que le ocurre desde que es un personaje público. Además, explica, otra marca se ha negado a prestarle ropa en sus trabajos para evitar que se la relacione con ella.
La banalidad del bien
Es legítimo cuestionarse hasta qué punto el verdadero activismo exige de verdad un sacrificio más ambicioso que el 'no te ajunto' de un par de marcas de moda; tan legítimo como, quizás, demagógico. También es legítimo preguntarse por las consecuencias, razón última de cualquier quebradero de cabeza ligado al activismo. Hacemos algo (una protesta) para que pasen cosas (cambios). Y mientras el activista digital se atormenta pensando si de verdad tendrá alguna consecuencia que comparta ese tuit de Amnistía Internacional o ese reel de Greenpeace (lamentando, en su fuero interno, que lo más probable sea que no), un personaje visible, un famoso, una estrella, sabe que sus acciones pueden tener consecuencias. Aunque lo más probable, en el caso especifiquísimo y paradigmático de Inés Hernand, sea que sus palabras en el Orgullo acabaran siendo más decisivas (para sus compañeros de programa) que su tuit de Gaza (para los palestinos).
Lo que queda de fondo, por desgracia, es un debate demasiado ensuciado por el ruido. La gente que detesta a Inés Hernand –por ser de izquierdas, por ser mujer o por motivos menos ogroides como, por ejemplo, porque no les hace gracia, les parece una pesada o creen que en TVE sólo deberían hacer pantalla funcionarios de oposición– ha tomado este pequeño incendio como excusa para dejar bien clara su opinión, con independencia de que la premisa de la controversia –es decir, que Inés Hernand 'le hizo la pelota' a Sánchez– sea equívoca o, cuanto menos, muy matizable. Del mismo modo, la izquierda apocalíptica y la derecha cínica que, por sistema, recelan del activismo digital siempre van a encontrar un motivo para confirmar su sesgo cada vez que un famoso pida donativos en un tuit.
La izquierda apocalíptica y la derecha cínica que, por sistema, recelan del activismo digital, siempre van a encontrar un motivo para confirmar su sesgo cada vez que un famoso pida donativos en un tuit
Y, aun así, la duda siempre va a estar entre nosotros cuando apretemos el botón de 'compartir' a un post de denuncia. ¿Banalizamos las causas nobles al mezclarlas en el engrudo ilegible de las redes sociales? El escritor y guionista Guillermo Zapata, una de las voces que más han reflexionado sobre el activismo en un entorno digital, le da la vuelta a esta pregunta. “Creo que estamos en un momento, especialmente en Internet, donde el ecosistema es banal. La transformación en contenido, es decir, en algo medible y orientado a capturar la atención, y la aceleración de la atención que eso conlleva, hace que todo sea estructuralmente banal”, apunta tras ser consultado para este artículo. Para el experto no se trata tanto de que las causas sociales puedan ser trivializadas al pasar por la picadora de carne del algoritmo como de que “la primera preocupación del activismo digital es partir de que se está en un entorno banal”.
Hace años, en su etapa como concejal del Ayuntamiento de Madrid, Zapata vivió su propio proceso de disciplinamiento social; momento de crisis que recuerda en el libro Perfil bajo. Libertad de expresión, ansiedad tecnológica y crisis política (Lengua de trapo). Casi una década después de lo ocurrido, y a la luz de la polémica por Inés Hernand y el buen o mal gusto de su tuit sobre Palestina, el autor recela del valor de esta conversación viciada. “A la hora de pensar qué es lo más útil para acompañar a alguien que está comiendo odio en redes, es mejor fijarse en lo que han hecho las fans de Taylor Swift para defenderla de los ataques conspiranoicos”, asegura.
En el fondo, lo que formula es una impugnación contra el sentido último de este artículo. “En un momento de mayor visibilidad por motivos generalmente azarosos, el nivel de escrutinio perverso y moral es muchísimo mayor”, explica Zapata, que propone “romper con la cultura de la sospecha” y “con la hipervigilancia y la metaconversación”. Es decir, cuestionar el proceso que nos lleva a dejar de hablar de Gaza para hablar de los motivos por los que alguien –en este caso, Inés Hernand– habla de Gaza. “Las redes son un espacio donde básicamente creamos poquísimo y reaccionamos muchísimo”, concluye el escritor.
Estamos en un momento, especialmente en Internet, donde el ecosistema es banal. La transformación en contenido, en algo medible y orientado a capturar la atención, y la aceleración de la atención que eso conlleva, hace que todo sea estructuralmente banal
El periodismo está enredado en la misma telaraña. Nos preguntamos constantemente por el efecto desmovilizador del activismo digital, ese que nos deja un poso de culpa grumosa tras compartir un tuit desde el sofá, y cuestionamos la utilidad de diluir denuncias políticas serias en un océano de gifs de Minions y gatitos; al mismo tiempo, cuando surge una polémica cliquera, mediática, potente, buscamos grietas para activar ese sistema de hipervigilancia del que habla Zapata. Es probable que un tuit pidiendo ayuda a Gaza en un momento de crisis reputacional sea frívolo, ¿pero más o menos que triturar como contenido –aunque sea contenido periodístico– esa contradicción para tratar de extraer conclusiones grandilocuentes sobre la fama, el individualismo, el compromiso político o la disidencia digital? La energía de un linchamiento ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, también en forma de reportaje.
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