La inmensa mayoría de empresarios honestos de este país deberían corear un famoso lema del 15-M y dedicárselo con un corte de mangas a la cúpula de la patronal: «¡Que no nos representan, que no!». La CEOE, que tantas lecciones da sobre el esfuerzo y la austeridad de los demás, arrastra un oscuro presente y un impresentable historial. Es una organización que ya está tardando en abrir las ventanas, limpiar bajo las alfombras y pedir públicamente disculpas a la sociedad.
La trayectoria de sus últimos dirigentes es como para hacérselo mirar. José María Cuevas, su histórico presidente, ni siquiera fue empresario; su hijo (al fin un emprendedor en la familia) acaba de ser detenido en una operación contra el blanqueo de capitales. Su sucesor, Gerardo Díaz Ferrán, está en la cárcel, acusado de gravísimos delitos; es el mismo moroso que no pagaba a sus empleados pero tenía dinero para donar varios cientos de miles de euros a Fundescam que se gastaron en la campaña electoral de su amiga, la regeneradora Esperanza Aguirre.  Y quien sustituyó a Díaz Ferrán, Juan Rosell, ha tenido esta semana dos patinazos cada uno de los cuales justificaría por separado una dimisión. El primero, asegurar que esos 7,5 millones de euros en «donaciones» que aparecen registrados en los presuntos papeles de Bárcenas tienen poca credibilidad porque son «cantidades ridículas» (¿cuántos ceros hacen falta para que los donativos se parezcan a los de verdad?). El segundo, negar las cifras de paro. Para la marca España, es ideal que el presidente de los empresarios cuestione la estadística oficial.
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La inmensa mayoría de empresarios honestos de este país deberían corear un famoso lema del 15-M y dedicárselo con un corte de mangas a la cúpula de la patronal: «¡Que no nos representan, que no!». La CEOE, que tantas lecciones da sobre el esfuerzo y la austeridad de los demás, arrastra un oscuro presente y un impresentable historial. Es una organización que ya está tardando en abrir las ventanas, limpiar bajo las alfombras y pedir públicamente disculpas a la sociedad.
La trayectoria de sus últimos dirigentes es como para hacérselo mirar. José María Cuevas, su histórico presidente, ni siquiera fue empresario; su hijo (al fin un emprendedor en la familia) acaba de ser detenido en una operación contra el blanqueo de capitales. Su sucesor, Gerardo Díaz Ferrán, está en la cárcel, acusado de gravísimos delitos; es el mismo moroso que no pagaba a sus empleados pero tenía dinero para donar varios cientos de miles de euros a Fundescam que se gastaron en la campaña electoral de su amiga, la regeneradora Esperanza Aguirre.  Y quien sustituyó a Díaz Ferrán, Juan Rosell, ha tenido esta semana dos patinazos cada uno de los cuales justificaría por separado una dimisión. El primero, asegurar que esos 7,5 millones de euros en «donaciones» que aparecen registrados en los presuntos papeles de Bárcenas tienen poca credibilidad porque son «cantidades ridículas» (¿cuántos ceros hacen falta para que los donativos se parezcan a los de verdad?). El segundo, negar las cifras de paro. Para la marca España, es ideal que el presidente de los empresarios cuestione la estadística oficial.