Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.
Camino de Estrasburgo
Reviso las notas de la semana en Estrasburgo mientras espero para embarcar. Como todas las semanas de plenario, la agenda está a reventar de temas a debatir y votar; temas actuales que requieren respuestas urgentes, como la tragedia permanente de miles de persones jugándose y perdiendo la vida en el Mediterráneo, o como esta larguísima crisis económica que castiga a una Europa que, a pesar de todo, es un lugar deseado para aquellos que sueñan con que les acoja, además de temas sin tanta urgencia, como la gestión forestas o el uso de biocombustibles, que poco a poco y sin apenas notoriedad van redefiniendo nuestra relación con el planeta. Y también temas de menor peso pero igualmente necesarios, como las modificaciones presupuestarias obligadas por las decisiones previas.
¿Estaremos a la altura esta semana? ¿De cuántas decisiones deberemos arrepentirnos y cuántas seremos capaces de tomar? ¿Garantizan el debate parlamentario y la geometría política existentes la toma de buenas decisiones? ¿Hay alguna que pueda ser, al mismo tiempo, buena para nosotros, los europeos, y a la vez, también para otros y para las generaciones venideras? ¿Las muertes de emigrantes nos ofenden, es cierto, pero en las decisiones que tomaremos no sopesaremos siempre si ganamos o perdemos nosotros o los otros?
Los periódicos del país anuncian ganancias bancarias millonarias el día después de publicar unes cifras de desempleo escandalosas y aún contenidas gracias a la disminución de la población activa. La supuesta buena noticia de hoy consiste en creer que los beneficios bancarios son el preludio de una bonanza que generará ocupación; que si a los más ricos les va bien, siempre habrá migas para los más pobres. Es, también, la filosofía que sustenta en parte el plan de Inversiones del presidente Juncker para sacar a Europa de la actual anemia económica, consistente en garantizar los beneficios a los inversores privados con el dinero de todos. Si no es así, dicen, los inversores no se animan y dejar dormir a su dinero. Por eso hace falta implorar que lo muevan y lo pongan a trabajar, tal y como también hace falta librarlos de impuestos para evitar que huyan allí donde paguen menos, o nada.
El mundo es hoy más que nunca un paraíso para los que tienen mucho dinero y pueden escoger donde tenerlo sin tributar y qué alfombra roja de qué país les promete más beneficios. Pero, si ese dinero va a acabar dormido, ¿no es mucho mejor que tribute como debe y que, por lo tanto, se le “mime” menos?
Es evidente que hace falta un cambio radical. Los beneficios bancarios no auguran ninguna bonanza económica más allá de un espejismo parecido al que nos llevó donde hoy estamos. Pero hoy también sabemos que la alternativa contraria era igualmente un espejismo tres el cuál se escondía una realidad todavía peor; sabemos, entonces, que el cambio radical no está en el polo opuesto. Nada es tan sencillo como dar la vuelta a las cosas. Las mejores épocas históricas han sido, precisamente, cuando ningún polo era hegemónico, como en el estado de bienestar emergido a raíz de la Guerra Fría. Modestamente, es lo que intentamos reproducir en el Parlamento Europeo cuando hacemos enmiendas al Plan Juncker, para evitar que alimente nuevos proyectos Castor, a la vez que impulsamos una comisión de investigación para parar el dumping fiscal europeo. Y cuando debatimos un compromiso sobre inmigración que ataca a los traficantes de personas y no se ocupa lo suficiente o nada de mejorar las condiciones de vida de los que hoy emigran para evitar que tuvieran que hacerlo.
Si el equilibrio de fuerzas es uno u otro, y el resultado que en consecuencia emerge es mejor o peor, depende de las mayorías parlamentarias. Hoy, de la que conforma la alianza de populares, socialistas y liberales, hasta ahora más inclinados a proteger las ganancias del capital. Por lo tanto, verdes e izquierdas diversas perderemos muchas de las votaciones. Y, a pesar de ello, seguiremos defendiendo alternativas y evitando los extremismos neoliberales, esperando que el buen trabajo nos acabe otorgando el reconocimiento mayoritario de los ciudadanos.
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