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Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.

Verde que te quiero rojo y violeta

Los países "vulnerables" se sienten en inferioridad de condiciones en COP25

Lina Gálvez

Diputada del PSOE en el Parlamento Europeo —

Finalmente, y con dos días de retraso, se ha cerrado una COP25 heredada con valentía y generosidad por el Gobierno de España. El haber consensuado un texto común pero que éste sea poco ambicioso pone de manifiesto tanto la necesidad, como la dificultad de llegar a acuerdos globales para abordar la emergencia climática. El documento final, “Chile-Madrid, tiempo de actuar”, compromete a los países a evitar que la temperatura media del planeta suba este siglo por encima de 1,5 grados, así como a cumplir con el acuerdo de París.

También en estos días, las instituciones europeas han movido ficha con la aprobación de la emergencia climática en el Parlamento Europeo y la presentación del European Green Deal por parte de la Comisión, pacto que ha recibido luz verde del Consejo con algunas salvedades.

El Green Deal europeo es una magnífica noticia, aunque su éxito dependerá, por una parte, de su capacidad de ir más allá de un plan de inversiones, y convertirse en un verdadero acuerdo que lo transforme todo. Y con todo quiero decir la forma de producir, distribuir, consumir, medir el éxito económico, el modo en que nos gobernamos colectivamente y también la manera en la que vivimos nuestras vidas. Por la otra parte, el éxito estará supeditado a la capacidad que tenga la ciudadanía para hacerlo suyo y apostar por él. Es cierto que la mayoría de las personas somos conscientes de nuestra necesidad de luchar contra el cambio climático y cambiar nuestras políticas, pero no sé si lo somos de los cambios que esto traerá a nuestras vidas, a nuestras pautas de consumo, y de cómo debemos ser protagonistas de esos mismos cambios.

Por eso la palabra “deal” me parece correcta –aunque el documento presentado solo represente un primer paso–, pues hace referencia a un trato entre la sociedad y sus gobiernos, un trato sobre el que construir un futuro común. Plantearlo e intentarlo es de por sí un avance, pero es evidente que existen desafíos importantes a los que deberá enfrentarse el Green Deal en el proceso de transformar todo lo necesario para, en la medida de lo posible, recuperar el tiempo perdido, y para que la sociedad haga suyos los cambios y sacrificios requeridos. Y no me refiero a la oposición y superación del negacionismo del cambio climático que proclaman algunos y que, si no fuera porque nos jugamos la supervivencia de las generaciones futuras y de nuestro planeta tal y como lo conocemos, los haría merecedores de figurar en una galería del humor. Los desafíos que vislumbro son otros, entre los que destacaré tres: el cambio de paradigma de la economía y la cura de nuestra adicción al Producto Interior Bruto (PIB); la transición ecológica con justicia social; y la inversión en investigación, innovación y educación para poner el cambio tecnológico al servicio del bien común.

El primero, el cambio del paradigma central de la economía y la cura de nuestra adicción al PIB, es tal vez el reto más importante, puesto que la economía se ha convertido en las últimas décadas en la lengua materna de la política y en la herramienta de diseño de lo socio-político. Nuestras empresas y gobiernos son adictos al PIB en una economía parásita cada vez más financierizada. El vincular nuestro objetivo central a una medida del éxito económico, que deja fuera los ámbitos no monetizados como el trabajo no remunerado o la degradación medioambiental, ha servido en estas últimas décadas para justificar lo injustificable: un aumento de las desigualdades económicas y una destrucción sin precedentes de nuestro medio ambiente.

Desde hace años, se está trabajando en nuevos indicadores que midan el bienestar y el avance de los países de otra manera. Ahora hay que ponerlos en práctica en las universidades, en las empresas y en los gobiernos para dar paso a una economía que sitúe en el centro la necesidad de garantizar los medios materiales, las capacidades básicas y la dignidad a todos los habitantes de un planeta que debemos poder sostener para que pueda sostenernos. Una economía que esté al servicio de las personas y de la vida.

Para ello serán necesarias, entre otras cosas, una reivindicación de lo común y de lo público y mucha pedagogía para alcanzar la justicia fiscal y asegurar el funcionamiento real de nuestros sistemas democráticos. Un Green Deal que nos conduzca hacia una economía más regenerativa y con mejores mecanismos de distribución de la riqueza generada, porque si los esfuerzos para salvar el planeta no se reparten bien, es difícil que haya un apoyo ciudadano comprometido con cumplir y hacer cumplir el acuerdo.

Y de esa manera llegamos al segundo desafío, que tiene que ver con el impacto desigual del cambio climático y del European Green Deal. Las personas y los territorios nos encontramos en situaciones y posiciones desiguales y, por tanto, los cambios nos afectan de manera diferenciada. Decimos que el Green Deal debe parecerse a una sandía, verde por fuera y rojo por dentro, por cuanto la justicia social ha de regir cualquier acción política que emprenda. En el lenguaje de las instituciones europeas se ha traducido por “no dejar a nadie atrás”, y esto incluye también los territorios.

Ni los procesos económicos, ni las políticas son neutros a no ser que se diseñen y se monitoreen para tratar de serlo. En ese sentido, los mecanismos de transición deben estar muy bien diseñados y deben incorporar una perspectiva de clase, regional, de género y global, ya que externalizar los efectos del cambio climático fuera de nuestras fronteras a través de los mercados de emisiones no es una solución definitiva. Y es que no podemos olvidar que vivimos en un único planeta, y que el bumerán regresará a nosotros, por ejemplo, en forma de refugiados climáticos, cada vez más numerosos, si no ponemos los medios para evitarlo.

El Consejo Europeo ha salvado la unanimidad para dar luz verde a la aceleración de la reducción en un 55% de las emisiones de CO2 en 2030, para alcanzar un modelo de emisiones neutras en 2050. Para ello, ha tenido que incluir en la declaración la siguiente frase relativa a que todos los países cumplirán los objetivos pactados salvo aquéllos “que en estos momentos no pueden comprometerse a cumplir el objetivo”.

Ésa ha sido la fórmula de consenso ideada para salvar la oposición de Polonia a los nuevos objetivos. Polonia no solo tiene un gobierno de extrema derecha que no considera al cambio climático entre sus prioridades, sino que es la economía europea más dependiente del carbón. Y eso se traduce en muchos puestos de trabajo y regiones enteras dedicadas a esa industria. Los gobiernos son cortoplacistas, porque en democracia se eligen normalmente cada cuatro o cinco años, y a no ser que se haga una pedagogía muy bien pensada, capaz de enfrentarse a la propaganda contraria, y que se establezcan programas sólidos y suficientes fondos de compensación, la valentía necesaria para ejecutar cambios tan profundos va a quedar fuera de nuestro alcance. La forma de que esas transiciones sean más justas también pasa por la innovación.

Y aquí es donde nos encontramos el tercer desafío. Necesitamos que la innovación que ha de permitir romper los cuellos de botella tecnológicos que coartan al Green Deal europeo se base en la ciencia y en el conocimiento y se diseñe e implemente con justicia social. El avance tecnológico ha conseguido encontrar soluciones a problemas que hace años o siglos ni siquiera habríamos soñado. Pero, para que eso siga ocurriendo, necesitamos invertir en investigación e innovación, así como en educación y formación. Y no lo estamos haciendo en la medida que deberíamos, ni con la orientación debida.

Primero porque gran parte de los avances tecnológicos están sirviendo para acelerar procesos de concentración de la riqueza en pocas manos, que tienen desastrosas consecuencias políticas y de gestión de los recursos comunes. Segundo, porque no estamos invirtiendo los porcentajes necesarios de nuestros ingresos públicos en investigación básica e innovación. Y tercero, y éste es realmente un problema muy grave, porque nuestros sistemas de educación están dando oportunidades muy desiguales a las personas en función de su renta y su patrimonio familiar.

Al diseño y aplicación del European Green Deal se sumará, dentro de la Unión Europea, el desarrollo del nuevo programa marco de investigación e innovación, el llamado Horizonte Europa (2021-2027), que está claramente orientado a la investigación e innovación verde, garantizando al menos un 35% de su presupuesto para estas partidas. Pero ese presupuesto puede verse muy reducido si sale adelante la propuesta de la presidencia finlandesa del Consejo, que reduce en un 30% el presupuesto de 120.000 millones de euros aprobado por el Parlamento Europeo.

Por lo que respecta a la educación y la formación, éstas no consiguen ya funcionar como ascensores sociales ni garantizar la igualdad de oportunidades. Puesto que el talento está repartido pero la riqueza no lo está, las posibilidades de desarrollar carreras profesionales que puedan situar a los individuos con más capacidades en los puestos que más las requieren se están desvaneciendo. Si a eso añadimos que la socialización diferenciada de niños y niñas y la discriminación que aún existe en los mercados de trabajo hacia las mujeres provocan una pérdida constante del talento mejor formado, que es el femenino, parece evidente que estamos desperdiciando el valor de quienes podrían contribuir a eliminar esos cuellos de botella y a repensar este mundo a través de la justicia social.

La falta de mujeres en este proceso resulta especialmente grave, porque todos los estudios que existen sobre las preferencias de las mujeres en relación con las de los hombres muestran una propensión entre nosotras más social y más humana y, por tanto, más ecológica. Hay estudios, como los de Bina Agarwal sobre la gestión de los bosques comunales en la India, que demuestran que los proyectos en los que hay mujeres participando en los procesos de toma de decisión tienen una gestión más sostenible.

Es importante que la COP25 haya superado finalmente el escollo planteado por quienes rehusaban tomar en consideración la brecha de género en la lucha contra el cambio climático, y que haya logrado subrayar la importancia de que las mujeres ocupen puestos de toma de decisión. No hay que olvidar que enfrente tenemos a machos alfa negacionistas del cambio climático y también sexistas, como demuestran las palabras que Donald Trump ha dedicado a Greta Thunberg, icono de esta lucha, durante la cumbre.

El acuerdo final de la COP25 y el Green Deal europeo nos muestran que los mimbres que necesitamos están a nuestro alcance. Ahora necesitamos tejer ese canasto verde, rojo y violeta, más allá de un bonito diseño sobre el papel. Y aunque no todas las personas hayamos contribuido en la misma medida a esta emergencia climática, su solución sí nos concierne a todas, y todas tenemos que ser colectiva y políticamente parte de ella. La solución, por supuesto, no es otra que llenar colectivamente de contenido esos papeles y actuar y exigir que se actúe ya.

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