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Un ciclista nunca se jubila
Se me hace difícil explicar, y más en este caso condicionado por mi formación técnica, las vivencias y sentimientos que acompañan al disfrute de nuestro querido deporte en esa fase de la vida en la que ya tienes un pie levantado para dar el paso final que te lleve a cruzar la frontera definitiva. Salvo excepciones, para los que aún seguimos pedaleando el ciclismo fue el primer amor de nuestra vida. Aún recuerdo aquella bici de piñón fijo y ruedas macizas que me regalaron por mi tercer cumpleaños. Por aquel entonces tener una bici era casi un lujo. Bien es cierto que luego, por circunstancias profesionales y familiares, le hemos sido bastante infieles porque, como sabéis, requiere mucha dedicación. Pero cuando te acercas al final de la vida laboral vas retomando la relación y el amor es aún más fuerte que en sus inicios. Y es diferente: trasciende al puro deporte y te lleva a conocer gentes y rincones encantadores que de otro modo, a buen seguro, te hubieras perdido.
Cuando digo esto me acuerdo de multitud de vivencias, como aquel día de invierno en que a las cinco de la tarde con dos grados de temperatura y nevando ligeramente, se me ocurrió meterme por una carretera de la montaña leonesa que conducía a un pueblo perdido en el que en la actualidad apenas viven media docena de personas. Allí me pilló por banda una viejecita que me contó toda la historia del pueblo, de cuando tenía a los lobos en la puerta de casa en las nevadas noches invernales o cuando lo quemaron por completo en la Guerra Civil y otras pequeñas historias. Bajé helado… pero feliz.
Está claro que todo tiene su final y espero tener la lucidez suficiente para saber cuándo. Pero en cualquier caso, sean cuales sean vuestras circunstancias, disfrutad de la bicicleta como más os guste
Es obvio que con el paso de los años se pierden facultades y cada vez cuesta más pasar la pierna por encima del sillín, pero lo importante es seguir manteniendo un cierto nivel de reflejos. Las carencias físicas son soslayables. En mi caso, y he sido un buen andarín, siento muchas menos molestias sobre la bicicleta que andando. Solo es cuestión de conocer tus limitaciones. Nunca he sido partidario del ciclismo competitivo, de ir a tope sin pensar en el resto del grupo ni esperarles, porque la competición me deja un regusto a egoísmo, a afán de notoriedad, de intentar ser superior al resto, pecadillos en definitiva hermanos menores de los pecados capitales. Nada tiene que ver esto con fijarte retos personales en los que solo buscas superarte a ti mismo o al menos mantenerte según van cayendo los años. En estas circunstancias, cada vez cuesta más salir en grupo, al menos en grupo numeroso y variopinto. Con la edad casi vas haciendo una selección natural de acompañantes en función de gustos comunes. Personalmente siempre intento buscar rutas nuevas que a veces no te llevan a ningún sitio, pero en otras encuentras lugares y gentes increíbles en absoluta paz y sin agobios de tráfico. Y aunque lo respeto, nunca he entendido a los grupos que día tras día recorren los mismos itinerarios por carreteras atestadas de tráfico y a veces con la cabeza metida en el manillar viendo solo cinco metros de asfalto por delante de la rueda. Es como pedalear en casa sobre la estática delante de una televisión apagada… pero corriendo más peligro.
Y por último, el placer de pedalear solo. Con la edad, cada vez lo valoras más. No tienes ninguna limitación de horario, ritmo, distancia, rampas, lugares, etc. Ir por estrechas carreteras perdidas en plena naturaleza, metido en tus propios pensamientos y disfrutando de lo que te rodea, no tiene precio. En los últimos diez años he conocido mucho más de mi comunidad autónoma de lo que lo había hecho en los sesenta anteriores. A veces necesitas momentos así para evadirte un poco de este injusto e inhumano mundo que hemos ido creando. Está claro que todo tiene su final y espero tener la lucidez suficiente para saber cuándo. Pero en cualquier caso, sean cuales sean vuestras circunstancias, disfrutad de la bicicleta como más os guste. Yo solo he expuesto mi opinión personal, pero cualquier otra es igualmente respetable. Pedalear siempre os hará bien en los aspectos físico y anímico. Y que sea por muchos años.
Se me hace difícil explicar, y más en este caso condicionado por mi formación técnica, las vivencias y sentimientos que acompañan al disfrute de nuestro querido deporte en esa fase de la vida en la que ya tienes un pie levantado para dar el paso final que te lleve a cruzar la frontera definitiva. Salvo excepciones, para los que aún seguimos pedaleando el ciclismo fue el primer amor de nuestra vida. Aún recuerdo aquella bici de piñón fijo y ruedas macizas que me regalaron por mi tercer cumpleaños. Por aquel entonces tener una bici era casi un lujo. Bien es cierto que luego, por circunstancias profesionales y familiares, le hemos sido bastante infieles porque, como sabéis, requiere mucha dedicación. Pero cuando te acercas al final de la vida laboral vas retomando la relación y el amor es aún más fuerte que en sus inicios. Y es diferente: trasciende al puro deporte y te lleva a conocer gentes y rincones encantadores que de otro modo, a buen seguro, te hubieras perdido.
Cuando digo esto me acuerdo de multitud de vivencias, como aquel día de invierno en que a las cinco de la tarde con dos grados de temperatura y nevando ligeramente, se me ocurrió meterme por una carretera de la montaña leonesa que conducía a un pueblo perdido en el que en la actualidad apenas viven media docena de personas. Allí me pilló por banda una viejecita que me contó toda la historia del pueblo, de cuando tenía a los lobos en la puerta de casa en las nevadas noches invernales o cuando lo quemaron por completo en la Guerra Civil y otras pequeñas historias. Bajé helado… pero feliz.