Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
La falsa neutralidad con las vacunas es tomar partido por la ignorancia
En el periodismo como en la política, la judicatura y la vida en general hay quien prefiere no meterse en problemas, incluso en los casos en los que meterse en problemas no provoca excesivos contratiempos y compensa el esfuerzo de dejar en evidencia a los mentirosos o a los mangantes. O simplemente compensa hacer bien tu trabajo. Así como en la política se estila el mirar a otro lado, en el periodismo el modo más cómodo para que no suenen los teléfonos es la falsa neutralidad o el periodismo de versiones.
El truco consiste en exponer a tu audiencia todos los puntos de vista en torno a un asunto en condiciones de igualdad y de forma superfical, y que así el periodista no pueda ser acusado de algún tipo de sesgo editorial y la información tenga apariencia de sacrosanta objetividad. Los señores A y B opinan A y B sobre el asunto C. Punto. Y que el oyente o lector saque sus propias conclusiones que ya es mayorcito.
Evidentemente, este sistema de trabajo no tiene objeciones si hacemos una encuesta de calle en la que preguntamos a la gente si quiere que el Ayuntamiento traiga a Auryn a cantar en las fiestas patronales o si recogemos las valoraciones de varios políticos sobre la conveniencia o no de un pacto determinado. Pero supongamos que un señor sostiene que las vacunas son peligrosas para la salud de los niños y que es mejor evitarlas. Por supuesto, no es cierto, y lo sabemos. En este punto tenemos dos opciones: podemos contar que un señor ha dicho que las vacunas no son de fiar y que otro señor dice que las vacunas son uno de los mayores avances de la Humanidad.
Podemos hacer eso o podemos hacer lo correcto.
Podemos contar que lo que dice ese señor no se corresponde con la realidad y aportar datos, contexto y argumentos. Podemos explicar, como hace Pablo Linde en El País, que la Organización Mundial de la Salud estima que las vacunas evitan entre dos y tres millones de muertes cada año, que la poliomielitis está cerca de su erradicación, y que el estudio que relaciona las vacunas con el autismo era falso y su autor fue expulsado del Colegio de Médicos del Reino Unido. Podemos buscar, sí, el testimonio de los antivacunas (para conocer esa terrible realidad en la que hay padres que deciden no vacunar a sus hijos) pero ofreciendo información honesta y científicamente demostrada, y alejarnos así de esa tramposa equidistancia que equipara las evidencias científicas con los prejuicios y temores exagerados que abanderan los antivacunas.
El caso reviste mayor gravedad todavía en la medida en que las barbaridades de los antivacunas se están publicando de forma acrítica en algunos medios después de que un niño de 6 años, que no estaba vacunado, haya sido ingresado de gravedad por difteria. Hey, un niño sin vacunar ingresado, venga, vamos a buscar a un científico y a un antivacunas y a ver qué dicen, polemicón.
Es más o menos lo que ha hecho TVE en una noticia emitida en el Telediario que comienza así: “Reabierto de nuevo el debate sobre si algunas vacunas son siempre necesarias o no...”. La información incluye tres testimonios y dos de ellos cuestionan las vacunas. Al Premio Nobel de Medicina, Jules Hoffman, le precede el autor del libro 'Vacunas, las justas' y le sigue una psicopedagoga: “Hay que ver cada caso, no se puede vacunar a todo el mundo de todo a la vez, hay vacunas que sí y vacunas que no”. Toma ya, un niño muy grave por difteria y una psicopedagoga en un Telediario de un medio público diciendo que “hay vacunas que sí y vacunas que no”.
En el fondo este modo de actuar no responde a ninguna conspiración. En ocasiones es puro morbo, información espectáculo, en otras, como en este caso me temo, es el triste resultado de esa rutina de trabajo, que impera en algunos medios y en determinadas informaciones, basada en la falsa neutralidad o el periodismo de declaraciones. Se toma la decisión de ir a todas las ruedas de prensa de todos los partidos, sindicatos o agentes públicos con el único criterio de no molestar a nadie (aunque la convocatoria sea una soberana tontería), se cuentan todos los puntos de vista en torno a una polémica evitando profundizar y se emiten testimonios de todos sin el contexto necesario -al menos quince segundillos o un par de líneas y así ningún jefe de prensa llamará para protestar-, y se defiende que eso es periodismo aséptico cuando es todo menos aséptico, más bien periodismo a peso, descontextualizado y que puede estar dando pábulo a falsedades y manipulaciones.
Pero, claro, lo contrario sería meterse en problemas, o hacer periodismo, que viene a ser lo mismo.
En el periodismo como en la política, la judicatura y la vida en general hay quien prefiere no meterse en problemas, incluso en los casos en los que meterse en problemas no provoca excesivos contratiempos y compensa el esfuerzo de dejar en evidencia a los mentirosos o a los mangantes. O simplemente compensa hacer bien tu trabajo. Así como en la política se estila el mirar a otro lado, en el periodismo el modo más cómodo para que no suenen los teléfonos es la falsa neutralidad o el periodismo de versiones.
El truco consiste en exponer a tu audiencia todos los puntos de vista en torno a un asunto en condiciones de igualdad y de forma superfical, y que así el periodista no pueda ser acusado de algún tipo de sesgo editorial y la información tenga apariencia de sacrosanta objetividad. Los señores A y B opinan A y B sobre el asunto C. Punto. Y que el oyente o lector saque sus propias conclusiones que ya es mayorcito.