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La irresponsabilidad

La calma vacacional de nuestra pequeña Vitoria se vio truncada a cuchilladas hace unos días con un nuevo caso de terrorismo de género, como creo que bien define el colectivo feminista. Un individuo primero se cargó a su esposa y después se entregó. Porque en asesinato o el maltrato de mujeres a manos de sus parejas, la confesión o el suicidio parece que conforman una sucesión de actos indivisibles que nunca jamás entenderé.

La violencia de género me aterra. Me aterra cualquier tipo de violencia en cuyo germen radica el odio al que es diferente. Sin embargo, en este caso, me horroriza más porque la victima duerme o solía dormir con su ejecutor. Tu compañero, el que supuestamente debería caminar contigo, acompañarte, disfrutar y sufrir la vida contigo, un buen día te quita de en medio por el motivo más peregrino.

Y la gestión que se hace de la violencia de género también me resulta un tanto espeluznante. No sé cómo podría hacerse, no soy una experta, pero tener que desaparecer del mapa como si fueras terrorista sólo por ser una mujer es simplemente espantoso. Tener que huir de tu casa, refugiarte en un piso de cuya existencia sólo saben unos pocos, porque un día tu marido, tu novio, podría venir con un cuchillo a rajarte, podría rociarte con gasolina y quemarte, es terrible.

Me horroriza el reflejo mediático que se hace de estas noticias, en las que el origen extranjero del ejecutor es lo primero que suele destacarse después, claro está, de una minuciosa y macabra descripción de lo sucedido. Porque los rumanos, los colombianos, los árabes o los senegaleses parece que son los únicos que matan a sus mujeres. Ahora va a resultar que nadie conoce ningún caso de maltrato en su entorno de primer mundo feliz y perfecto. Me jode que invirtamos en campañas de igualdad y que, al mismo tiempo, nuestros hijos vean en la tele ese anuncio de colonia en el que un tío chasquea los dedos y la tía se le caen las bragas al suelo al tiempo que se apaga la luz.

Pero hay una cosa que me ha cabreado especialmente en esta ocasión. Y es el hecho de que algo tan horrible y truculento como que un hombre mate en la ciudad en la que vivo a su mujer en plena Semana Santa no sea un motivo lo suficientemente importante como para que alguna de las autoridades de la ciudad o el territorio, que tampoco digo todas, de esas autoridades que han creado la flamante, espantosa y demagógica campaña de Tolerancia Cero no sean capaces de interrumpir sus puñeteras vacaciones por un momento para sumarse a una manifestación que denunció y rechazó lo ocurrido horas después. De que el propio Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde, le baile el agua a la clase política, tampoco acuda y se excuse diciendo algo así como que el protocolo no lo exige, para sumarse a otra manifestación días después en la que sacarse la foto de rigor. Porque las fotos siguen siendo lo más importante, por encima del propio suceso.

Como soy una mal pensada, me da por pensar que, al fin y al cabo, la víctima era rumana y, ya se sabe cómo son los rumanos, la mayoría de los cuales encima son gitanos. Me pregunto qué hubiera pasado si la víctima hubiera tenido un apellido compuesto, si hubiera sido la hija, la nuera, la cuñada de alguna gran familia vitoriana o, ya pensando mal del todo, si la víctima hubiera sido mora de la morería, de esos que, según nuestros próceres, se llevan nuestras ayudas. Me entristece, me cabrea, me jode (otra vez) vivir en una ciudad gobernada por hombres y mujeres (sí chicas, lo vuestro es de traca…) que no son capaces de tener un gesto, de enviar a un representante, de escenificar un apoyo, que no va a devolverle la vida a esta joven, pero que va a definirles en su compromiso. Una ciudad gobernada por personas a las que les sigue importando más la portada.

Afortunadamente, no creo que Vitoria sea tan cutre como lo son sus gobernantes. Sólo espero que en lo personal, en el entorno más cercano y en aquel con el que más nos relacionamos, seamos capaces de gestionar mejor que ellos y ellas la igualdad y la resolución de los conflictos de género. Porque, claramente, ellos y ellas no han estado a la altura.

La calma vacacional de nuestra pequeña Vitoria se vio truncada a cuchilladas hace unos días con un nuevo caso de terrorismo de género, como creo que bien define el colectivo feminista. Un individuo primero se cargó a su esposa y después se entregó. Porque en asesinato o el maltrato de mujeres a manos de sus parejas, la confesión o el suicidio parece que conforman una sucesión de actos indivisibles que nunca jamás entenderé.

La violencia de género me aterra. Me aterra cualquier tipo de violencia en cuyo germen radica el odio al que es diferente. Sin embargo, en este caso, me horroriza más porque la victima duerme o solía dormir con su ejecutor. Tu compañero, el que supuestamente debería caminar contigo, acompañarte, disfrutar y sufrir la vida contigo, un buen día te quita de en medio por el motivo más peregrino.