Tal vez con cierta impropiedad, ETB nos anunció en la noche del 12 de julio que la “extrema derecha española” había podido entrar en el Parlamento Vasco. No la extrema derecha a secas, sino la española. Algo que me dejó un poco sorprendido, teniendo en cuenta que los 17.000 votos que fueron a parar a Vox, (y los que en Álava hicieron parlamentaria a Amaya Martínez) pertenecían a nuestro censo electoral. Menos mal que Arnaldo Otegi estaba al quite y nos anunció, días más tarde, que el voto de Vox no fue específicamente vasco, sino de policías (por supuesto, españoles) a los que hay que expulsar de Euskadi!
El líder abertzale volvía, pues, a dejar las cosas en su sitio. ¿Cómo va a haber aquí vascos de verdad que voten a la extrema derecha? No, hombre, no. La extrema derecha lo es, por ser española. A los vascos lo que nos va es ser demócratas y, puestos en plan militante, antifascistas. De ahí el arrojo continuo demostrado en la pasada campaña electoral por quienes levantaron un vendaval de piedras para que los de Santiago Abascal tuviera las cosas difíciles en Euskadi; aunque, por desgracia, lo que muy probablemente consiguieron es proporcionarles votantes nuevos a sus todavía escasos partidarios.
Y, si he de ser sincero, no acabo de entender bien una sobreabundancia de antifascistas como la que ha surgido en Euskadi de un tiempo a esta parte. Mi pregunta es: ¿por qué antes no se dejaban ver? Una posible respuesta tal vez sea que tampoco hacían demasiada falta. Por eso, en los buenos tiempos de la Euskadi alegre y combativa, nunca se vio a grupos antifascistas corriendo a pedradas a quienes hacían cosas tan fascistas como quemar librerías, destrozar sedes de partidos, apoyar a los que mataban por “delitos de opinión”, sembrar las calles de violencia o imponer el silencio del terror.
Tampoco hoy, para decirlo todo, se ve demasiado antifascismo militante en la UPV para defender a quienes son agredidos por considerarse españoles y decirlo públicamente. Pero es posible que me equivoque. No me extrañaría nada teniendo en cuenta mi escasa formación euskopatriótica; la que me permitiría tener claro que dar la condición de vascos a quienes no ostentan una manifiesta “obediencia vasca” supondría atentar de manera imperdonable contra el único ideario legítimo que es posible expresar en Euskadi. De ahí que haya que ser extremadamente cuidadoso con el manejo del lenguaje, para evitar caer en el error y desnaturalizar, así, el Pensamiento Vasco.
Y en ese error se está cayendo lamentablemente en los últimos tiempos, cuando hasta el PNV se pone a españolear, abandonando en la práctica el derecho a decidir, para aliarse con los socialistas de Mendia con el único fin de conservar el poder. Se entiende, por eso, que haya quienes, con pasión juvenil y alegría de kale borroka reencontrada, defiendan a la patria vasca de verdad, aunque en el combate se cruce alguna piedra que otra, que tampoco las piedras hacen daño a nadie y, por el contrario, fortalecen las sanas pasiones identitarias. ¡Qué menos en un país donde hasta la izquierda es abertzale! ¿O no ha dicho también Otegi que el futuro próximo estará en manos de la izquierda soberanista? Habrá, pues, que preparar la calle para irlo acelerando, ¿no?
Y, a lo mejor, dentro de lo malo, la presencia parlamentaria de Vox hasta ayuda un poco, porque puede proporcionar a Euskal Herria Bildu el juguete dialéctico que necesita para erigirse en el portaestandarte del antifascismo, no sé si vasco, pero, desde luego, sí a la vasca. Presiento que, en esta legislatura, vamos a tener unos debates verdaderamente gloriosos. No sé si Maddalen va a saber estar a su altura.