Blogs Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

No se van, les echan (EB-Gazteak)

Empezaré pidiéndoos un esfuerzo: el de imaginar a ese joven inmigrante que llega a vuestra ciudad, a vuestro barrio, tratando de encontrar una vida mejor. Huyendo de una realidad que se le planteaba difícil en un país que no podía proporcionarle un futuro. Atrás dejó su casa, familia, amigos… personas a las que amaba y que le amaban, para llegar a otro universo, a otra realidad. Un nuevo mundo que le rechaza. Quizás por su cultura, puede que por su religión, tal vez por su etnia o color de piel…, pero siempre por su estatus social. Es pobre, sino no hubiera venido.

A partir de aquí, podéis seguir imaginando: cuánto rechazo, cuánta hostilidad social, cuántas dificultades para acceder a un trabajo, una vivienda o simplemente para que se le considere un ser humano igual. Imaginad los sentimientos de miedo, de tristeza, de impotencia, de soledad.

Y ahora hacer un último esfuerzo e imaginad…, imaginad, que en vez de vivir en Bilbao, Madrid o San Sebastian, vivieseis en Berlín, Copenhague o Dublín, y que ese joven, en vez de llamarse Mohammed, Nelson o Valeriu, se llamase Arkaitz, Rodrigo o José Luis.

Resulta paradójico o cuanto menos curioso, que dos términos antagónicos como son emigración e inmigración, representen dos realidades totalmente idénticas, y sin embargo, despierten en las personas sentimientos tan diferentes. De ahí que haya querido comenzar este artículo con este ejercicio de reflexión para el alma.

Pero hoy no vamos a hablar de la inmigración y de todas esas supuestas cosas que nos roba, según las ideas más ignorantes y reaccionarias del pensamiento conservador. Sino de emigración, algo que si nos deja una pérdida real y tangible, un robo a gran escala y a toda la sociedad. El robo de nuestros amigos, nuestros hermanos, nuestros hijos. El robo de toda una generación de jóvenes y el futuro de un pueblo.

Al abordar el tema de la emigración juvenil, no quiero utilizar la frase “fuga de cerebros”, que si bien es una expresión que últimamente está muy de moda, no considero que realmente sea un problema actual. Muy al contrario y al ser algo ligado tan directamente a la inversión del gobierno en I+D+i (desde siempre irrisoria comparándola a la de los países de nuestro entorno), es un problema que se ha venido dando desde mucho tiempo atrás en los jóvenes con una alta formación. Aunque sí que es cierto, que la crisis y las medidas de austeridad han terminado de dilapidar estas inversiones acrecentando así el problema, y que el número de jóvenes formados en ámbitos fuera de la investigación que están emigrando también ha aumentado ostensiblemente.

Pero dicho esto, y teniendo en cuenta que en la actualidad la emigración juvenil no afecta únicamente a los jóvenes mejor formados, creo que en realidad lo que no quiero utilizar es el sustantivo “fuga”, ya que lo que a mi entender -y creo que al de la mayoría de la juventud- esta ocurriendo, no es una fuga de gente joven al extranjero, sino una expulsión masiva propiciada por el desempleo, la precariedad laboral, la falta de políticas orientadas al acceso de los jóvenes a un puesto de trabajo y las reformas promovidas por el Gobierno del PP, que no hacen sino agravar la situación.

Pero ya lo llamemos fuga, expulsión o cese temporal de la convivencia…, lo cierto es que cada vez mas jóvenes se ven obligados a irse “a buscar la vida” al extranjero. Aventura que no les garantiza en absoluto una salida a la precariedad, ya que va ha depender en gran medida de su formación, el país que elijan como destino, si van con una oferta de trabajo o si por el contrario deben encontrarlo una vez están allí, si tienen amigos o familia, y una serie de variables que hace que al final, dos de cada tres de estos jóvenes tengan que volverse tras haber sufrido la misma ruindad que les empujo a migrar, acentuada además por la falta de redes de apoyo, familiares y sociales, con las que si contaban en sus hogares. Vemos de este modo que emigrar no es simplemente decidir “Mañana me voy al extranjero a probar suerte”. Es un viaje que comienza mucho antes, cuando al darte cuenta de la falta de expectativas de futuro comienzas a preparar la odisea. ¿De qué financiación dispongo? ¿Qué lugar elijo? ¿Qué leyes he de conocer de ese país? ¿Puedo obtener el visado? ¿Para cuánto tiempo? ¿Bajo qué condiciones? ¿Tiene sanidad universal o necesito un seguro? Estas son solo una ínfima muestra de las decenas de preguntas y cuestiones a las que tendrán que enfrentarse antes de emprender el viaje.

¿Y si sale mal?..., Tendrán que volver a por su castigo. Perdida de tarjeta sanitaria, perdida de derecho a cobrar subsidios o prestación por desempleo, perdida de derecho a la RGI y ayudas de emergencia, fuera de la lista de etxebide… Un grito ensordecedor por parte del gobierno que les dice “¡LARGO, AQUÍ YA NO SOIS BIENVENIDOS!”. Y los jóvenes aceptaran el envite, ya que volverán a la misma precariedad que les hizo emigrar por primera vez, sumada a su injusto castigo y agudizada por un modelo socio-laboral que si no valora lo que aporta la juventud, aun menos lo hace con lo que aporta al individuo un proceso tan enriquecedor como lo es la migración. Así que todo vuelve a empezar.

Ahora dedicaría unas líneas a hablar de la situación que estos jóvenes se encuentran en los países de acogida, pero creo que no va ha hacer falta, mirar por la ventana, mirar a Mohammed, Nelson o Valeriu. Si sois de los que creéis que están en el paraíso, viviendo de nuestros impuestos en forma de ayudas sociales, recibiendo las casas de protección y dedicados a vaguear, entonces alegraos por nuestros jóvenes emigrantes.

Si por el contrario sois de los que no creéis los discursos populistas de los retrógrados, si os habéis acercado a esa gente y a conocer su realidad, si veis la bolsa de pobreza en la que se les recluye, ¡Admirar a nuestros jóvenes! Porque han decidido luchar en esa guerra y sin duda van a tener que batallar situaciones muy similares.

Por suerte para ellos, habrán sido protagonistas y artífices de su vida, experimentado lo qué es vivir y luchar en su máxima expresión, adquiriendo unas vivencias que sin duda les enriquecerán, tanto a nivel laboral, como social y sobre todo personal. Y a los que nos quedamos, al menos nos queda el consuelo de saber que no tendrán que saltar vallas con cuchillas, ni se les recibirá con pelotas de goma.

Empezaré pidiéndoos un esfuerzo: el de imaginar a ese joven inmigrante que llega a vuestra ciudad, a vuestro barrio, tratando de encontrar una vida mejor. Huyendo de una realidad que se le planteaba difícil en un país que no podía proporcionarle un futuro. Atrás dejó su casa, familia, amigos… personas a las que amaba y que le amaban, para llegar a otro universo, a otra realidad. Un nuevo mundo que le rechaza. Quizás por su cultura, puede que por su religión, tal vez por su etnia o color de piel…, pero siempre por su estatus social. Es pobre, sino no hubiera venido.

A partir de aquí, podéis seguir imaginando: cuánto rechazo, cuánta hostilidad social, cuántas dificultades para acceder a un trabajo, una vivienda o simplemente para que se le considere un ser humano igual. Imaginad los sentimientos de miedo, de tristeza, de impotencia, de soledad.