Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.
Un puente al otro barrio
Tranquilos, que no es mi intención animar a nadie al suicidio ni a la conducción temeraria. Me refiero al puente que conectará la nueva isla de Zorrotzaurre con el resto del casco urbano y cuyas obras están recién iniciadas. Dicen que los bilbaínos no somos demasiado supersticiosos pero a mi me parece que encargar ese puente a Frank Gehry, como se ha hecho, suelta un fuerte tufo a conjuro mágico que, apelando al arquitecto del museo, tratase de trasladar su exitoso símbolo del Bilbao renovado a esta nueva operación, que va a dotarnos de una suerte de Manhattan bochero: una isla habitada en medio de la Ría.
Los primeros habitantes ya viven en ella, no crean. De hecho llevan toda la vida. Es el espacio lo que va a convertirse en isla mediante el expeditivo método de abrir un canal que permita que el agua discurra alrededor de todo el barrio. El puente les servirá para conjurar el síndrome de Robinson Crusoe, supongo. Apuesto a que el barrio cuando sea isla va a tener más movimiento que el actual.
Será otro barrio, no solo porque se construirán allí nuevos edificios sino porque, a poco que se hagan bien las cosas, resultará atractivo pasear por nuestra propia “Île de la Cité”, que en eso de sentirnos metrópoli europea no nos gana nadie a los de Bilbao (tanto da que tengamos razón como que no).
De momento los vecinos, futuros isleños, ya se han esforzado en rehabilitar edificios y mejorar sus viviendas, por lo común bastante deterioradas. No cabe reproche alguno: hasta hace poco el barrio estaba fuera de ordenación urbanística por lo que era comprensible que a las dificultades económicas en una zona de gente modesta, se sumase la incertidumbre de si valía o no la pena gastar con gran esfuerzo en lo que posiblemente no tuviese futuro. Ahora ya lo tiene, afortunadamente, así que ya se están reparando edificios con dinero de los vecinos y, todo hay que decirlo, también con ayudas pública.
Lo que más me gusta de esta operación, además de morbazo de tener un isla en la ría, es que una vez estallada la burbuja inmobiliaria la cosa va a ir –está yendo- poco a poco, a un ritmo más cercano a las cosas humanas y se ha conjurado la maldición de que todo se precipitase en un estallido de transformación y modernidad especulativa y acelerada como el que parecía que se nos venía encima hace unos años.
Zorrotzaurre o Zorrozaurre (como gusten) ha sido un barrio sobre todo industrial, volcado en la lámina de agua, que es como le llaman los que saben, y algo a desmano de la vida de la ciudad, como le pasa también a su hermana Olabeaga. El carácter de los barrios, de todos los que lo son de verdad, es una especie de ambiente que se va respirando, sintiendo y que no hay forma de meterlo en las ordenanzas urbanísticas. Tiene que ver con la vida de la gente y no con sus cuentas corrientes. Sus enemigas principales suelen ser la prisa y la codicia, peligros que la crisis mantiene, de momento, alejados.
Es una buena noticia que los vecinos de Zorrozaurre se vayan animando a ser los primeros que rehabiliten poco a poco su barrio. Eso les dará legitimidad para levantar la voz cuando a alguien se le ocurra perpetrar algún desmán, que se le ocurrirá, seguro. Y por si fuera poco, los antiguos gánguiles volverán a navegar por la ría para transportar las tierras que serán retiradas del canal y llevadas corriente abajo para rellenar la ampliación del puerto. Qué mas quiere nuestra nostalgia urbana que viejas estampas de Bilbao para construir un pedazo del Bilbao nuevo.
Tranquilos, que no es mi intención animar a nadie al suicidio ni a la conducción temeraria. Me refiero al puente que conectará la nueva isla de Zorrotzaurre con el resto del casco urbano y cuyas obras están recién iniciadas. Dicen que los bilbaínos no somos demasiado supersticiosos pero a mi me parece que encargar ese puente a Frank Gehry, como se ha hecho, suelta un fuerte tufo a conjuro mágico que, apelando al arquitecto del museo, tratase de trasladar su exitoso símbolo del Bilbao renovado a esta nueva operación, que va a dotarnos de una suerte de Manhattan bochero: una isla habitada en medio de la Ría.
Los primeros habitantes ya viven en ella, no crean. De hecho llevan toda la vida. Es el espacio lo que va a convertirse en isla mediante el expeditivo método de abrir un canal que permita que el agua discurra alrededor de todo el barrio. El puente les servirá para conjurar el síndrome de Robinson Crusoe, supongo. Apuesto a que el barrio cuando sea isla va a tener más movimiento que el actual.