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Partidos secta

Se escuchan en ocasiones cosas que hacen saltar del sofá. Cuesta creer que, desde la política, sus portavoces esgriman argumentos de tan escasa altura o reiteren afirmaciones insostenibles. A veces la cuestión insulta la inteligencia y hasta el más alejado del debate se excita y encabrona ante tamaño disparate. Cuesta creer que ese ejercicio sirva a algún propósito, por muy banal o mezquino que el mismo sea. Pero nos equivocamos cuando pensamos que semejantes desafueros son producto del error, de la improvisación o de la estulticia del portavoz. Todo está pensado y hasta la peor peroración busca un objeto.

El portavoz se dirige a su público; exclusivamente al mismo. Erramos al suponer que por usar medios de universal difusión su verbo trata de llegar a todos. No, únicamente a los suyos. Expone el argumentario y reitera el mantra, sea el que sea, para que los suyos más suyos tengan referencia e interpretación de lo ocurrido en el día, y para intentar que éstos repitan como loros lo escuchado. También lo dicen sabiendo abonado el campo por un espíritu que en el otro lado es tan de facción, tan de secta, como el que lo expresa en primera instancia. El partidario quiere escuchar la confirmación de su credo y de sus sospechas, lo que se tendría por lógico en una consideración de la ideología como catecismo, como doctrina cerrada y ajena a más cambios que los meramente tácticos.

Prietas las filas. En momentos como el presente en que la mayoría se desencanta y desengancha de los grandes discursos, el resultado acaba siendo un escenario diseminado de pequeños y medianos grupos. En esa situación, saben en la sala de máquinas de los partidos-secta que la minoría minoritaria es la más fuerte y la que está en condiciones de articular una alianza en torno suyo. No aspiremos a convencer a muchos más; en momentos de crisis basta con retener con fiereza a los propios, porque ellos y su número constituyen nuestra fuerza.

De ahí que estemos retrocediendo. Los partidos nacieron como “parte” de la sociedad; de esa percepción generalizada surge su nombre. Trataban de representar y hacer valer la posición de un grupo concreto. Luego se fueron haciendo “nacionales” al ver que podían y debían aspirar a representar a todo el mundo. Se pasó de la representación a la agregación de intereses, y ahí fueron perdiendo perfiles duros en beneficio de una mirada más integradora de la sociedad; también más democrática y más proclive a acuerdos entre diferentes.

Pero ahora regresa la cara pétrea, la intención de representar básicamente solo a los propios, haciendo abstracción del tan manoseado “interés general”. Por eso se abandona el discurso generalista, la solución sopesada a determinado problema, la mirada estratégica, y triunfa el trazo grueso, el qué hay de los míos y para los míos, el qué se espera de mí en tanto que representación de los nuestros frente a los enemigos, que no contrarios. La política se hace menos democrática, más sectaria, más rotunda, sin ganar a cambio ni consistencia ni atractivo. Es, simplemente, más canalla.

Porque además es lo que se espera de los partidos. Dejémonos de buenismos, tonterías y apariencias. Si un partido se ve debilitado por el debate interno, por la discrepancia con su líder o por la transparencia que deja ver algunas vergüenzas, extraños y propios le crujirán. Aquellos porque viene en el guión; éstos porque prefieren la unanimidad -unidad, se dice- de los nuestros y dejar las diferencias para el gallinero de los contrarios. Un partido donde se discute no es de fiar, no puede acabar dirigiendo la sociedad o influyendo en ella. No le voto.

Y como eso y más cosas las saben en la sala de máquinas de los partidos-secta, saben también que las ilusiones de virtud que alberga el ciudadano fuera de disputa electoral son pasajeras. Que cuando comience la liza, los más, incluso en momentos de desplome de los comportamientos hinchas, acabarán volviendo al redil… simplemente para no favorecer a los más contrarios por no votar a los míos de siempre. El apparatchik de la Secretaría de Organización está solo intranquilo cuando mira la línea de tendencias. Si analiza el peligro puntual con lo que su experiencia en el cargo le ha enseñado, se agita menos. Los que se van, piensa, ya volverán.

Es así, salvo que demasiados clarines atruenan anunciando un cambio de los tiempos. Esto no se va a desplomar de un día para otro, pero no cabe duda de que el instrumento de los partidos se verá sometido a una profunda revisión y que solo persistirán los que se adapten mejor a lo que quede finalmente como exigencia. Posiblemente el eslogan libertario que ahora mueve a los movimientos populares tipo 15-M –“el pueblo unido funciona sin partidos”- tendrá que pasar por el filtro de la realidad. Solo en las cabezas ingenuas y románticas cabe que toda la sociedad se mueve al unísono si no se la engaña con fraccionalismos. El viejo Rousseau y su “voluntad general” ya ha dado de sí lo suficiente y en experiencias bien nefastas como para enredarse en ese anzuelo. Pero tanto partidismo de secta, dividiendo maquinalmente la sociedad para gobernarla desde el trocito menos diminuto de todos, también tiene los días contados. Al tiempo.

Se escuchan en ocasiones cosas que hacen saltar del sofá. Cuesta creer que, desde la política, sus portavoces esgriman argumentos de tan escasa altura o reiteren afirmaciones insostenibles. A veces la cuestión insulta la inteligencia y hasta el más alejado del debate se excita y encabrona ante tamaño disparate. Cuesta creer que ese ejercicio sirva a algún propósito, por muy banal o mezquino que el mismo sea. Pero nos equivocamos cuando pensamos que semejantes desafueros son producto del error, de la improvisación o de la estulticia del portavoz. Todo está pensado y hasta la peor peroración busca un objeto.

El portavoz se dirige a su público; exclusivamente al mismo. Erramos al suponer que por usar medios de universal difusión su verbo trata de llegar a todos. No, únicamente a los suyos. Expone el argumentario y reitera el mantra, sea el que sea, para que los suyos más suyos tengan referencia e interpretación de lo ocurrido en el día, y para intentar que éstos repitan como loros lo escuchado. También lo dicen sabiendo abonado el campo por un espíritu que en el otro lado es tan de facción, tan de secta, como el que lo expresa en primera instancia. El partidario quiere escuchar la confirmación de su credo y de sus sospechas, lo que se tendría por lógico en una consideración de la ideología como catecismo, como doctrina cerrada y ajena a más cambios que los meramente tácticos.