Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
¡Ay, España, qué cruz!
A lo largo de su historia, España se ha distinguido por la cruz que le ha caído encima, en prueba indudable de su misión redentora. La cruz es el emblema patrio por excelencia. Nos la quitan y nos dejan a medio vestir como españoles, sin una clara identidad que ponernos. Lo han recordado últimamente los promotores de rezos públicos por la salvación de España; como el desarrollado en la calle de Ferraz coincidiendo con la jornada de reflexión previa a las elecciones europeas. “España no se entiende sin la cruz”, ha llegado a decir a la prensa uno de sus promotores; que añadía: “La crisis de espiritualidad que atraviesa occidente da pie a las ideologías que sustituyen al catolicismo y ridiculizan a los que defienden el mensaje de Cristo”.
Son palabras que me retrotraen a las dulces ranciedades de mi niñez, cuando en este país no había elecciones, ni jornadas de reflexión. Cuando se suprimieron las ideologías que confundían a las gentes sencillas. Cuando la gente creía en Dios como Dios, y la iglesia católica, mandaban. Cuando en España no había políticos que mangonearan a la gente, porque España estaba gobernada por un hombre enviado expresamente por la Providencia para salvarla de alborotos innecesarios y doctrinas disolventes que la envenenaban. Cuando gozábamos de la tranquilidad y la paz que Franco nos trajo.
¡Qué tiempos aquellos, cuando, educado en un colegio de los Hermanos Maristas de Pamplona, me topaba en mi libro de Lecturas (Editorial Luis Vives) con textos realmente sublimes! Como el que empezaba: “Hoy podemos los niños españoles gritar entusiasmados: ”¡Viva España! Arriba España“. Pero hace algunos años no era así. Los gobernantes de entonces perseguían a cuantos anhelaban una España grande, poderosa, creyente.
O como el que, en homenaje a la Virgen del Pilar, afirmaba que “las gestas patrias más sublimes tuvieron siempre como enseña y protección la augusta advocación de la Madre de Dios”. Por no hablar de un poemita que venía a continuación, titulado “Franco y los niños”. Se narraba en él la congoja que Franco sentía, en vísperas de su Alzamiento Nacional, cuando se preguntaba qué iba a ser del futuro de los niños españoles “si el manantial les cegaron / de divinas enseñanzas / y no hay ya una Cruz bendita / que dignifique las aulas”.
De ahí que, ante el alarmante déficit de cruces que trajo consigo la II República, quien llegó a ser nuestro Caudillo organizara una verdadera cruzada de liberación que, con la bendición de Pío XII (sumo pontífice de entonces), acabó con las politiquerías y restableció la España de siempre: católica, apostólica y romana; la que abarrotaba los templos y rezaba el rosario en familia, fortaleciendo de este modo su unidad. ¡Cómo no sentir nostalgia de tiempos tan entrañables! ¡Y cómo impedir, entonces, que la gente los recuerde con cariño y siga rezando en público por la recuperación espiritual de su patria!
Como bien se encargó de explicar el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, el rosario frente a la sede socialista de Ferraz, en la jornada de reflexión, no tenía connotación política alguna, por mucho que la Junta Provincial Electoral se empeñara en pensar lo contrario tratando de prohibirla sin éxito. Pruebas palpables del apoliticismo de quienes lo secundaron fueron la proliferación de banderas de la España auténtica y los improperios que, en justa indignación, buena parte de los asistentes al acto lanzaron contra el Gobierno y los socialistas. Algo que, por otra parte, a nadie debería extrañar. Cuando se reivindica la España católica, nunca viene mal recordar esa consigna tan racialmente española: “A Dios rogando y con el mazo dando”. A ver si, después de ganar una guerra a los que combatían a Dios, ya no va a haber en este país, libertad ni para gritar “¡Viva Cristo Rey!”.
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