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Cine social o el mundo entre cuatro paredes
En estos días tan aciagos, en los que miles de personas se debaten entre la vida y la muerte y el resto de la humanidad sufre el temor al contagio del virus, el confinamiento domiciliario ha entrado como elefante en cacharrería modificando sustancialmente nuestras costumbres. Probablemente pocas personas, excepto visionarias o frikis podían haber imaginado un escenario como el actual. La gravedad de la situación obliga a adoptar medidas extremas que están poniendo a prueba capacidad de resistencia, moderación y convivencia.
Las cuatro paredes a las que nos gusta llamar 'hogar' nunca como ahora han sido objeto de análisis tan minuciosos; observamos con asombro ese decorado que nos pide a gritos una reforma, que aún tardará en llegar; las baldas de la estantería estarán pronto vencidas, si no actuamos rápidamente con un apoyo; esos cajones de la cómoda que no acaban de cerrar bien…Veinticuatro horas para revisar la salud de nuestras viviendas; todo un día para convivir con nuestra familia, con las neuras, manías y costumbres de cada cual; tiempo para exprimir verbos que en nuestro quehacer cotidiano quizás usemos poco, como hablar, reír, leer o cantar. También tiempo de trabajo.
Y es en ese tiempo, el del teletrabajo, el que nos depara una oportunidad distinta, al menos a quienes no estamos en esto de la educación “tele transportada”. Por ejemplo, podemos activar una acción que, en circunstancias normales, suele resultar escasamente usual: listar películas comerciales que aporten significado didáctico y espíritu en el alumnado.
Estas páginas ya han servido para un objetivo similar en otro tiempo. Pretendo ahora ceñirme a largometrajes recientes relativamente que ayuden a pensar sobre la sociedad en la que vivimos, que ofrezcan alternativas, que valoren esfuerzos y oficios no siempre adecuadamente reconocidos.
Estoy hablando de las ventajas del cine social para la educación. Diversos autores reconocen que, sin ser propiamente un género cinematográfico, el cine social (tanto el documental como el de ficción) sirve para denunciar problemas actuales y para ayudar a transformar la propia sociedad. Las obras aquí encuadradas se alimentan de la realidad para incidir críticamente sobre ella. La mayoría de los directores y de las directoras que aquí encajan sus obras ven el cine social como un medio más que como un fin en sí mismo.
El periodista de El Correo César Coca, en el Suplemento Territorios, dedicado a conmemorar los 125 años del Cine, recoge unas palabras de Ángeles González-Sinde, exministra de Cultura, que sirven para introducir una de las bondades sociales del cine al que nos referimos: “Debemos plantearnos cómo el cine aborda la igualdad de género, el racismo, la injusticia económica, o si se presenta una sociedad irreal en la que hay pocos o ningún inmigrante o no existen mujeres policía o juezas”.
Para hablar de injusticia de género, nada mejor que recurrir a 'La fuente de las mujeres' (2011), de Radu Mihaileanu. Esta película franco-belga sitúa en un poblado indeterminado del África subsahariana la polémica que hombres y mujeres mantienen para decidir quién debe de encargarse de recoger el agua de la fuente de la montaña. La tradición, que obligaba a las mujeres, queda cuestionada cuando éstas deciden iniciar una huelga de sexo hasta que se debata la cuestión. A partir de entonces cada cual utilizará cuantos argumentos considere necesarios para convencer de su razón.
Cuatro años después y con dos Oscar a sus espaldas (mejor película y mejor guion original) surge 'Spotligth', de Tom McCarthy. En este caso, el objetivo es demostrar la tenacidad de un grupo de periodistas de investigación del Boston Globe para denunciar los abusos sexuales cometidos por diversos sacerdotes de la diócesis de esa ciudad. El film muestra las complicaciones que debe superar el equipo de investigación para vencer las continuas zancadillas que el poder establecido (el religioso, en este caso) utiliza para mantener el orden establecido.
Ken Loach, director referente si hablamos de cine social, dirigió en el año 2016 'Yo, Daniel Blake', o la utilización por el Estado de todos los resortes posibles para perjudicar a esa parte de la ciudadanía británica, necesitada de protección social. El protagonista, un carpintero obligado a dejar de trabajar por motivos de salud, se encuentra con la incoherente decisión administrativa de no concesión de baja médica, siendo obligado a trabajar en empleos cada vez más variados y denigrantes. La nota solidaria de la película la aporta su relación con Katie, una madre soltera con dos hijos, obligada también a recorrer sin éxito todos los canales administrativos de auxilio social. Sólo el calor humano que surge de la relación de estos desahuciados británicos de la época de Cameron irriga un soplo de esperanza. La película obtuvo premios en los festivales de Venecia, Locarno y San Sebastián.
Dentro del cine europeo continental, quizás Francia sea el país que realiza películas de mayor compromiso social. En 2018, dos de ellas llegaron a nuestras pantallas con relativo éxito: 'Las buenas Intenciones', de Gilles Legrand, y 'Las invisibles', de Louis-Julien Petit. En la primera de ellas, la protagonista, una persona entregada en cuerpo y alma a las causas sociales, ve peligrar su trabajo y se empeña en abrir un centro de formación para personas refugiadas. En clave de comedia, pero con destellos de la miseria social en la que viven millones de personas del mundo privilegiado, se nos muestran las pugnas de dos mundos cercanos y lejanos a la vez. Impagable la escena en la que Isabelle, la protagonista, acompañada de su hija, a la hora de pagar, interroga a la cajera sobre la trazabilidad de la prenda en cuestión.
La segunda película francesa citada ya encierra en su propio título el destino del grupo de mujeres que vive en las calles de nuestras principales ciudades. El argumento recoge los meses finales de un centro de día que atiende a este tipo de mujeres y que cerrará inevitablemente. Toda la película gira en torno a ese tiempo final, con prisas, en las que el esfuerzo y nerviosismo de unas -las trabajadoras sociales- choca continuamente con la aparente tranquilidad y resignación de las otras -mujeres acostumbradas a desconfiar diariamente de las instituciones-. El nexo que las une es la dignidad de unas y otras por hacer frente de la manera más humana al futuro que las espera.
El pasado año, Ken Loach dirigió 'Sorry We Missed You' y volvió a acertar. Este prolijo director, próximo a cumplir 84 años, se ha olvidado de la edad para construir una de sus obras más completas, en opinión de los críticos. Acostumbrado como está a navegar contra corriente, Loach elige esta vez la economía colaborativa inglesa para hacerla fuente de sus críticas. Muestra los subterfugios escondidos del capitalismo más despiadado, ese que se esconde tras el bálsamo de la aparente energía del trabajo autónomo, del emprendimiento, para mostrar las carencias de jornadas sin horario límite, por salarios irrisorios y sin protección social alguna.
El protagonista, un padre de familia de clase obrera, obligado a refugiarse en una nueva empresa de reparto a domicilio, en clave colaborativa. Junto a él, su mujer, que cuida de personas dependientes, encerrada en un trabajo muy válido para la nueva modalidad capitalista británica, los contratos de cero horas. Completan la imagen familiar sus dos hijos, adolescente el mayor con toda la rabia propia de la edad y esquivo ante la mansedumbre que cree ver en sus progenitores, y la niña, elemento aglutinador de las relaciones familiares.
Finalizo el listado con una producción española, en cartelera hasta la suspensión de las actividades de masas por el coronavirus: 'Adú', de Salvador Cano. En esta película se mezclan tres historias con un nexo común: la emigración. De un lado, las personas encargadas de vigilar las fronteras para frenar la avalancha de miles de seres ansiosos de un mundo mejor; del otro, las que se dedican a la ayuda humanitaria, intentando aliviar la brutalidad sufrida por quienes se exponen al éxodo; en medio, el protagonista, Adú, un niño camerunés, de seis años, felizmente interpretado por Moustapha Oumarou, que inicia junto a su hermana un viaje inesperado.
La discriminación sexual, la escasez de recursos sociales, la injusticia con las personas oprimidas, la esperanza solidaria son algunos de los temas recurrentes aparecidos en este puñado de obras de cine social mencionadas. Hay muchas más que indagan día tras día en la pobreza y riqueza consustancial al ser humano. El cine seguirá estando ahí para contárnoslo. Porque esa es su esencia. Como dice Román Gubern “…entra por los ojos; es el arte popular de masas por excelencia”. Seguiremos utilizándolo en la educación para ayudar a abrir mentes, a mejorar la formación de un espíritu crítico que conforme una ética necesaria en el alumnado.
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