Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Creyentes
No es que lo considere una virtud ni algo de lo que vanagloriarse en una de esas juergas alcohólicas en las que se acaban relatando más intimidades de las debidas pero, por suerte o por desgracia, que eso nunca se sabe, no tengo demasiadas convicciones. Ni dios, ni la patria, ni el rey. Ni siquiera el fútbol. Me parece, como dice Leonard Cohen, que el amor es el único motivo para sobrevivir, pero, bueno, dejando al margen las pretensiones más íntimas, me conformo, últimamente, con ser un contribuyente más que en todo momento aún recuerda el nombre de la taberna, la tasca o el tugurio en el que se encuentra por si en alguna ocasión tiene que solicitar la presencia de un taxi que le devuelva intacto a su domicilio.
La edad alcanzada ha conseguido que ya no me sorprenda de casi nada, pero aún así no puedo por menos que maravillarme ante la cantidad de personas que no solo están convencidas de sí mismas sino también de la imperiosa necesidad de convencer a los demás de sus convicciones. Esta es una dudosa cualidad que se dió mucho entre los misioneros que siglos atrás recorrieron los despoblados continentes con una cruz en una mano y una biblia en la otra. También se ha podido apreciar mucho entre los militares, las monjas, los agentes de seguros, los periodistas deportivos, los líderes de la patria, los portavoces de los partidos políticos y los párrocos de aldea que desde el púlpito lanzaban contra sus feligreses todas las calamidades contenidas en el Antiguo Testamento si estos no cumplían a rajatabla con las leyes dictadas por Yavhe a Moisés en el monte Sinai.
La fe mueve montañas, ya se sabe. La necesidad de creer en algo es una debilidad humana de la que no solo se han aprovechado las religiones instituidas, las agencias de publicidad, los nacionalismos identitarios o legendarios asesinos como Napoleón, Hitler, Stalin o Pol Pot, sino también toda esta manada de brujas, quirománticos, videntes, astrólogos y echadores de cartas que con tanta abundancia se anuncian en los medios de comunicación.
Por lo general, yo acepto todas las convicciones, menos las que promulgan los psicópatas, claro. Pero no las acepto por convencimiento sino porque soy medianamente consciente de las tremendas dificultades que encuentran la mayoría de las personas para dotarle de un sentido a la vida y porque aún considero que el respeto a los demás es el último acto íntegro en este tiempo de ladrones, charlatanes, futbolistas, fanáticos de sí mismos y tedio tecnológico.
De hecho no me molesta que haya quién crea que Arturo Perez Reverte es un magnífico escritor, que Fito y los Fittipaldi los paladines de la música popular, que el Guggenheim bien vale un desplazamiento transoceánico, que nuestro único propósito en este planeta es continuar con este disparate de tener descendientes o que la gestión del actual gobierno haya iniciado una recuperación económica que va a conseguir que todos, otra vez, podamos endeudarnos hasta las cejas para comprarnos testaferros como Rodrigo Rato y fondos de inversión y chalets en la Costa del Sol y prolongadas estancias en el Caribe y depósitos bancarios en Suiza...
Lo que realmente me molesta, o mejor dicho, lo que más profundamente lamento cuando me tomo la molestia de lamentarme por algo, es que en nuestro desquiciado país cada vez haya más individuos, más sectas, más asociaciones, más parlamentarios, más tertulianos y más comisarios políticos que estando tan histéricamente convencidos de si mismos y de sus convicciones, a los demás, pobres remedos de Hamlet, por no concedernos ni siquiera nos concedan el permiso de dudar; incluso hasta de nosotros mismos.
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